José Emilio Pacheco

La flecha

No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada

Las flores del mar

Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde absoluto
con el ritmo de las mareas,
la insondable música
que nace allá en el fondo y es retenida
en el santuario de las caracolas.

La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que sólo busca la fecundación,
no el placer ni el famoso amor,
para sentir: ¬Ya cumplí,
ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no perdonan.

Medusa, flor del mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.
Medusa blanca como la X'Tabay de los mayas
y la Desconocida que sale al paso y acecha
desde el Eclesiastés al pobre deseo.

Flores del mar y el mal las Medusas.
Cuando eres niño te advierten:
Limítate a contemplarlas.
Si las tocas, las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego, el estigma
de quien codicia lo prohibido.

Quizá dijiste en silencio:
Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible.

Nunca lo harás: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que no es ni mujer ni prójimo.

Son peces de la nada, plantas del viento,
quizá espejismos,
gasas de espuma ponzoñosa

En Veracruz las llaman aguas malas.

El pulpo

Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.

La falsa vida

Alguien te sigue a veces en silencio.
Las cosas nunca dichas
Se transforman en actos.
Atraviesas la noche en las manos del sueño,
Pero el otro, implacable,
No te abandona: lucha
Contra la irrealidad, la falsa vida
Donde todo es ocaso.
Frágil perseguidor que eres tú mismo,
Lo has obligado a ser, en guardia siempre,
El minucioso espejo que no olvida.

Los elementos de la noche

Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.


José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939 - 2014) estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando inició sus actividades literarias como jefe de redacción del suplemento México en la Cultura. Fue profesor en universidades de México, Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Su obra poética, señalada por la eliminación extrema de elementos ornamentales, se ocupa de asuntos como el paso del tiempo, la vida o la muerte, en libros como Los elementos de la noche (1963), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Los trabajos del mar (1984), Miro la tierra (1986) y Ciudad de la memoria (1989). Recibió los premios Magda Donato (1967), Xavier Urrutia (1973), Nacional de Periodismo (1990), Nacional de Ciencias y Artes (2009) y Miguel de Cervantes (2009).