Salvador Novo

Retrato de niño

En este retrato
hay un niño mirándome con ojos grandes;
este niño soy yo
y hay una fecha: 1906.

Es la primera vez que me miré atentamente.
Por supuesto que yo hubiera querido
que ese niño hubiera sido más serio,
con esa mano más serena,
con esa sonrisa más fotográfica.

Esta retrospección no remedia, empero,
lo que el fotógrafo, el cumpleaños,
mi mamá, yo y hasta tal vez la fisiología
dimos por resultado en 1906.

Elegía

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,
grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la azada,
largas y fláccidas como una flor privada de simiente
o como un reptil que entrega su veneno
porque no tiene nada más que ofrecer.
Los que tenemos una mirada culpable y amarga
por donde mira la muerte no lograda del mundo
y fulge una sonrisa que se congela frente a las estatuas desnudas
porque no podrá nunca cerrarse sobre los anillos de oro
ni entregarse como una antorcha sobre los horizontes del tiempo
en una noche cuya aurora es solamente este mediodía
que nos flagela la carne por instantes arrancados a la eternidad.
Los que hemos rodado por los siglos como una roca desprendida del Génesis
sobre la hierba o entre la maleza en desenfrenada carrera
para no detenemos nunca ni volver a ser lo que fuimos
mientras los hombres van trabajosamente ascendiendo
y brotan otras manos de sus manos para torcer el rumbo de los vientos
o para tiernamente enlazarse.
Los que vestimos cuerpos como trajes envejecidos
a quienes basta el hurto o la limosna de una migaja que es
todo el pan y la única hostia
hemos llegado al litoral de los siglos que pesan sobre
nuestros corazones angustiados,
y no veremos nunca con nuestros ojos limpios
otro día que este día en que toda la música del universo
se cifra en una voz que no escucha nadie entre las palabras vacías
en el sueño sin agua ni palabras en la lengua de la arcilla y del humo.

Este perfume

Este perfume intenso de tu carne,
no es nada más
que el mundo que desplazan y mueven
los globos azules de tus ojos,
y la tierra y los ríos azules de las venas
que aprisionan tus brazos.
Hay todas las redondas naranjas
en tu beso de angustia,
sacrificado al borde de un huerto en que la vida
se suspendió por todos los siglos de la mía.

¡Qué remoto era el aire infinito
que llenó nuestros pechos!
Te arranqué de la tierra
por las raíces ebrias de tus manos
y te he bebido todo ¡oh fruto perfecto y delicioso!
Ya siempre cuando el sol palpe mi carne,
he de sentir el rudo contacto de la tuya
nacida de la frescura de una alba inesperada,
nutrida en la caricia
de tus ríos claros y puros como tu abrazo,
vuelta dulce en el viento que en las tardes
viene de las montañas a tu aliento,
madurada en el sol de tus dieciocho años,
cálida para mí que la esperaba.

Junto a tu cuerpo

Junto a tu cuerpo totalmente entregado al mío
junto a tus hombros tersos
de que nacen las rutas de tu abrazo,
de que nacen tu voz y tus miradas, claras y remotas,
sentí de pronto el infinito vacío de su ausencia.

Si todos estos años que me falta
como una planta trepadora que se coge del viento
he sentido que llega o que regresa en cada contacto
y ávidamente rasgo todos los días un mensaje
que nada contiene sino una fecha
y su nombre se agranda
y vibra cada vez más profundamente
porque su voz no era más que para mí oído,
porque cegó mis ojos cuando apartó los suyos
y mi alma es como un gran templo deshabitado.

Pero este cuerpo tuyo es un dios extraño
forjado en mis recuerdos, reflejo de mí mismo,
suave de mi tersura, grande por mis deseos,
máscara, estatua que he erigido a su memoria.

Amor

Amar es este tímido silencio
cerca de ti, sin que lo sepas,
y recordar tu voz cuando te marchas
y sentir el calor de tu saludo.

Amar es aguardarte
como si fueras parte del ocaso,
ni antes ni después, para que estemos solos
entre los juegos y los cuentos
sobre la tierra seca.

Amar es percibir, cuando te ausentas,
tu perfume en el aire que respiro,
y contemplar la estrella en que te alejas
cuando cierro la puerta de la noche.

La renovada muerte de la noche

La renovada muerte de la noche
en la que ya no nos queda
sino la breve luz de la conciencia
y tendernos al lado de los libros
de donde las palabras escaparon sin fuga,
crucificadas en mi mano, y en esta cripta de familia
en la que existe en cada espejo
y en cada sitio la evidencia del crimen
y en cuyos roperos dejamos
la crisálida de los adioses irremediables
con que hemos de embalsamar el futuro,
y en los ahorcados que penden de cada lámpara,
y en el veneno de cada vaso que apuramos,
y en esa silla eléctrica
en que hemos abandonado nuestros disfraces
para ocultarnos bajo los solitarios sudarios,
mi corazón ya no sabe sino marcar el paso
y dar vueltas como un tigre de circo
inmediato a una libertad inasible.
Todos hemos ido llegando a nuestras tumbas
a buena hora, a la hora debida,
en ambulancias de cómodo precio
o bien de suicidio natural y premeditado.
Y yo no puedo seguir trazando un escenario perfecto
en que la luna habría de jugar un papel importante,
porque en estos momentos
hay trenes por encima de toda la tierra
que lanzan unos dolorosos suspiros
y que parten,
y la luna no tiene nada que ver
con las breves luciérnagas que nos vigilan
desde un azul cercano y desconocido
lleno de estrellas políglotas e innumerables.

Epifania

Un domingo
Epifania no volvió más a la casa.

Yo sorprendí conversaciones
en que contaban que un hombre se la había robado
y luego, interrogando a las criadas,
averigüé que se la había llevado a un cuarto.
No supe nunca dónde estaba ese cuarto
pero lo imaginé, frío, sin muebles,
con el piso de tierra húmeda
y una sola puerta a la calle.
Cuando yo pensaba en ese cuarto
no veía a nadie en él.
Epifania volvió una tarde
y yo la perseguí por el jardín
rogándole que me dijera qué le había hecho el hombre
porque mi cuarto estaba vacío
como una caja sin sorpresas.
Epifania reía y corría
y al fin abrió la puerta
y dejó que la calle entrara en el jardín.

Salvador Novo (Ciudad de México, 1904 - 1974) se licenció en Derecho por la Universidad Nacional de México y en la Facultad de Filosofía y Letras hizo estudios de lengua italiana. En 1925 fue nombrado jefe del Departamento Editorial de la Secretaría de Educación Pública, y publicó su primer volumen de versos, XX Poemas, con sardinas, máquinas Noisy Steinway, películas de Paramount, un masajista de Nueva York, redes telegráficas para jugar tenis, ombligos para los filatelistas, poemas  vanguardistas, que darán origen, en 1928, a la revista Contemporáneos. Su vehemente defensa de la identidad y los valores mexicanos lo llevó a participar en la fundación del Partido Popular Socialista, y en 1946 dio a la imprenta Nueva grandeza mexicana, que le hizo merecedor del título de "cronista de la Ciudad de México". En 1967 recibió el Premio Nacional de Literatura, que venía a coronar su importantísima obra de creación literaria y su contribución teórica a los más varios aspectos de las letras mexicanas. Para Carlos Monsiváis,XX poemas es una sucesión de juegos de artificio donde el ritmo, la prosodia, la acumulación de imágenes intentan la diferencia a partir del reconocimiento. Que se enteren de la presencia de una poesía distinta, que no comercia con el sentimentalismo ni los valores regionales ni los Grandes Conceptos ni la Sensibilidad al Uso. En otro libro de 1933, Nuevo amor, surge desbordada la poesía y los sentimientos alcanzan la madurez. Estos poemas son la experiencia fresca, mediata, directa de lo que están expresando: no son reconstrucciones de estados de ánimo ni de vivencias. Como en las obras de Kavafis, Hart Crane, Luis Cernuda, Frank O’Hara o Xavier Villaurrutia, en los mejores poemas de este libro actúa poderosamente un sentido de marginalidad genuina. Esto no agota los significados o riqueza de los textos, pero la disidencia sexual y moral explica vertientes, insistencias, desolaciones e incluso un hálito de falso y verdadero patetismo: la confesión elevada al rango de revelación largamente esperada. En los siete u ocho poemas perfectos de Nuevo amor, seguramente lo más intenso de la producción de Novo, el personaje arduamente construido se desvanece. Ni vanidad, ni frivolidad, ni ironía. Novo intenta, de un solo golpe, hacerse poéticamente de lo que la sociedad le niega: su emotividad y su sexualidad, y para ello debe volver casi metafísica su sexualidad. Eso exige la época: para que la personalidad disidente emerja, hace falta expresarla negativamente: vaciedad, fuga, desolación, temor a esa vejez inflexible y tajante que es la falta de atractivos sexuales. Novo va a fondo en Nuevo amor: allí se revela, no tanto como heterodoxo sexual, sino como ser ávido de la plenitud que le niegan los prejuicios dominantes y el personaje cínico e irónico que ha debido encarnar para evadirse de esos prejuicios. Por eso, dirá después: “Cuando ya no valía la pena ejercitar este tema tal como aquí lo practiqué —me volví viejo y horroroso—, abandoné la poesía amorosa”. Con notable conciencia de sí, añade: “la poesía no ha sido para mí aquella introspección dolorosa o ebria de júbilo que abandonó los juegos de inteligencia de mis XX poemas para forjar, con la sangre y los huesos de mi pasión más pura, el breve y magnífico Nuevo amor. Después de esos poemas ya no tenía para qué escribir otros”.