Geoffrey Hill

Génesis

I
Contra el aire recio afiancé el paso
gritando los milagros del Señor.

Y lo primero fue obligar la mar
a sostener el peso de la tierra;
y al oír mi plegaria, las olas florecieron,
los ríos desovaron sus arenas.

Y en los ríos colmados y salinos
el duro y obstinado salmón se desveló
por alcanzar los montes apacibles
venciendo la corriente y el golpe de las aguas.

II
En el segundo día me levanté y miré
al águila abatirse con garras extendidas,
salpicando de plumas sangrientas la ribera
hasta dejar desnudo el tendón palpitante.

Y al tercer día proclamé: «Temed
la suave voz de la lechuza, la mueca del hurón,
el arco intencionado del halcón en el aire,
y el frío de sus ojos y el metal de sus cuerpos,
para siempre entregados a la presa».

III
Y al cuarto día, renuncié
a esta feroz e impenitente arcilla,
al tiempo que erigía el Leviatán acuoso
como un inmenso mito para el hombre,
y al albatros, de largas alas, le hice
blanquear la ceniza de los mares
donde se cruzan Cero y Capricornio,
una inmortalidad meditabunda
como la que posee el hechizado fénix
en el árbol inmarchitable.

IV
El fénix arde, frío como la escarcha;
semejante a un espectro legendario,
el pájaro-fantasma escapa y se extravía,
volteado sobre un mar anodino.
Así, en el quinto día retorné
a la carne y la sangre y al dolor de la sangre.

V
Y al sexto día, mientras cabalgaba
impaciente entre las obras de Dios,
con espuelas saqué la sangre del caballo.
Por la sangre vivimos, la fría, la caliente,
para asolar y redimir al mundo:
no hay mito que sin sangre se mantenga.
Por la sangre de Cristo se liberan los hombres
aunque sus cuerpos yazcan en sudarios
bajo el pellejo áspero del mar;
aunque la tierra envuelva en sus entrañas
los huesos incapaces de soportar la luz.
 

Merlín

Reclaman mi atención los innúmeros muertos,
pues ellos son la cáscara de una rica simiente.
Si ahora se congregaran para obtener sustento,
rebasarían una marea invasora de langostas.
Arturo, Elena, todos han partido
a las entretejidas galerías de hueso.
Junto a los largos túmulos de Logres se hacen uno,
y en su ciudad se yergue una espiga coronada.


Ovidio en el Tercer Reich

Me gustan mi trabajo y mis hijos. Dios
queda lejos, difícil. Las cosas son así.
Muy cerca de los viejos bebederos de sangre,
la inocencia no es arma de este mundo.

Una cosa he aprendido: a no menospreciar
a los condenados. Ellos, en su otra esfera,
armonizan, asombran, con el amor divino.
Yo, en la mía, me sumo al coro amante.


Canción de setiembre

[Nacido 19.6.32 – Deportado 24.9.42]

Indeseable quizá fueras,
pero intocable no. De ti no se olvidaron,
ni en la hora precisa te pasaron por alto.

Como estaba previsto, falleciste. Los hechos
se encadenaron, tercos, a tal fin.
Solo Zyklón y cuero, patentado
terror, los gritos rutinarios.

(He hecho
es cierto, para mí
una elegía)
Setiembre está maduro en las vides. Las rosas
se desprenden del muro. La humareda
de inocentes hogueras da en mis ojos.

Con esto basta. Es más que suficiente.
 

Los hombres son una parodia de los ángeles

Algunos días
una sombra en el tragaluz comparte
mi calabozo. Observo una babosa
escalar por el surco reluciente
de su propia baba. Los gritos,
son míos; luego, de Dios:
de Dios mis llagas y el amor,
la justicia, la desdeñosa luz,
el pan, la mugre.
Yacer aquí, en mi extraña carne,
mientras un ya saciado Tormento
duerme, manchado con su rápido comer,
es una dicha ajena a los trabajos
del mundo, aunque por poco tiempo.
Pero se nos conmina a incorporarnos
cuando, en silencio, yo siquiera
apaciguar mi voz.
 

Bejuco silvestre en invierno

La vieja dicha del viajero aparece,
desnuda,
como una flor de espino
mientras el coche ingresa en la ciudad
entre borrosos pormenores…
Liana silvestre vertiendo
la falsa simiente de las vainas,
la tierra eyaculada,
el sol y su mortaja blanquecina,
helechos húmedos,
raídos sin piedad,
prensados como espinas de pescado,
y la hierba de la cuneta hachada
y emplumada por la escarcha,
por todas partes desperdicios,
vertidos bien visibles
en esta aparición descolorida.
 

Sin puñal

1.
He aquí el muchacho saltarín,
que salta mientras hablo.
Está a sus anchas en el camino,
a oídos de la casa, su ciego
alero, los árboles;
conozco este lugar.
La senda, en gruesas líneas
fuera del campo de visión,
se acaba en cualquier parte,
pero no aquí,
aunque es de aquí
de donde he de traerte,
por huertos tenebrosos,
a través de las lomas
de tojo de la antigua tierra
devuelta en todas partes
al futuro de la memoria.

2.
Brinca porque siente
alegría al brincar.
Los ojos de la chica
tienen vedado el paso,
o bien ella
está a un paso,
a cubierto,
y nosotros,
sin saber cómo,
debemos saberlo.
Apuesto que idolatra
su cabeza plebeya de balín,
sus aladas zapatillas de lona
de nuevo Hermes,
su abollado casco de juguete
sujeto con elásticos.
Está ganando una guerra justa
y trascendental contra la gravedad.

3.
Tal vez sea un caso de levitación.
Yo podría hacerlo.
Dar a su nuevo cuerpo
mi remembranza.
Tales incidentes ocurren.

4.
Sigue saltando, saltarín;
el muchacho que fui,
grita, vamos.
 

Geoffrey Hill [Bromsgrove, 1932-2016] fue un poeta inglés, profesor de religión y literatura en la Universidad de Boston [1954-1980], y de poesía en Oxford. Graduado con honores en Keble College comenzó a trabajar en la Universidad de Leeds, hasta finales del siglo pasado, cuando recibió un beca Churchill y fue nombrado miembro de la junta de gobierno de Emmanuel College de Cambridge. Hills, considerado un poeta difícil y exigente gracias a su estilo y asuntos, recurría a variados recursos retóricos, técnicas vanguardistas e incorporación de términos del habla popular para brindarambigüedades sobre la moral y la historia. Su obra –recogida en BrokenHierarchies: Poems 1952-2012 (2015)– incluye For the Unfallen (1959), MercianHymns (1971), Tenebrae (1978), Canaan (1997) o WithoutTitle (2006). La Universidad de la Laguna editó en 2003 una breve muestra de sus primeros libros: Veintisiete poemas, a la que siguió en 2006 una edición bilingüe de Himnos de Mercia. Versiones de Jordi Doce.