Franco Loi
		
		La jaula 
		del león era de aire,
		de aire mi madre, aquel sombrero,
		el brazo de mi padre era aire
		en mi hombro, mis manos,
		y aire la risa de sus ojos, y dulce aire
		aquella vida de la que soñé lo amargo.
		Eran de aire ellos y yo, quizás,
		que mirándolos parado los vi marchar.
		
		
		
		Entre las rosas del jardín  
		se esconde la tarde.
		Me acerco e intento comprender
		la que en la muerte hace crecer la vida,
		la doble, la marina, fresca blanca,
		o la otra de la China, roja al mar,
		o la del té, dilatada, siempre florida
		o la salvaje, que en el corazón está…
		Mas pienso y medito, y parece de cera
		la sombra de la rosa que tras la reja se deshoja,
		y así juego con la rosa de la vida
		que parece traer un lejano aroma.
		
		
		Un pajarito cantaba 
		por el placer de cantar.
		Un fagot que entre las hojas se embosca
		sin pensar que el tiempo pasará
		y en torno del tiempo hay otra vida,
		como mis ojos que lo miran piar,
		o como las hojas que el aire acaricia
		y por cuenta propia, tiemblan, sin hablar.
		
		
		¡Poesía! este llanto sin esperanza, 
		¡Esta rosa de un día que morirá!
		Miro el sol, las aves, oigo las campanas 
		y no recuerdo aquel que he sido
		o que seré, o que me molesta ser…
		Oh, poesía, la muerte de mis días…
		Y al pasar, parece que mi vida espera
		al hombre que de niño me soñé.
 
		
		La sombra 
		de un Dios pasea en mí, 
		tiempo venido de los huesos, la vida, los años,
		aire de la memoria, del mañana…
		me gustaría hablarle, sentirlo dentro,
		escuchar su sabiduría y, sereno,
		saber que soy suyo, y quién soy yo.
		Pero la sombra va y viene, y estoy lejos,
		y siento no obstante el aire del pensar
		que me trae el vacío, y las noches detrás.
		¡Oh, Dios! Que te escondes sin piedad,
		busca los perros y escucha si soy yo,
		que el hombre ha muerto ya, y se olvidó.
 
		
		Dentro de 
		mí 
		
		la sangre remueve palabras,
		Y yo, que escucho, creo que es el cuerpo
		quien quiere decirme y hablar de la memoria
		que el hombre ha consumido en su olvido…
		Es espeso el velo entre mí y esas palabras
		que, apenas pensadas, parecen apagarse…
		Son como lejano sonido, quizás de los campos…
		Retornan como golondrinas en su ensoñarse…
		Mas sé, sin amargura, que son hermosos cantos,
		como una voz que al encantamiento nos llamase.
 
		
		Estoy ahí 
		pensando  
		y me entran ganas de llorar, 
		de repente, alguna pena
		que está bajo la piel, como la vida
		que no pensamos y es la sombra nuestra.
		Dan ganas de llorar por el jardín,
		en el aire un rasguño casi nuestro
		que al mirar se confunde con los árboles:
		un traje viejo, cartas, un nombre ya lejano,
		la sensación de un nudo que quitar,
		una ventana que despacio se abre.
		¿Quién te registrará dentro del cuerpo?
		El sol te mira y te ladra un perro.
 
Franco Loi [Génova, 1930-2021],vivió en Milán desde 1937, donde llegó de siete años al barrio Casoretto, en la afueras de la ciudad. Su padre era Cerdeña y su madre de la Emilia. Dibujante, empezó a escribir poesía en 1972, luego de haberse recibido como contable en una escuela nocturna y trabajado en la oficina de prensa de una editorial. Fue crítico de Il Sole-24 ore. En español se publicó una antología, Ser hombre y ser poeta, en 2009. Loi vivió en carne propia los eventos de la Segunda Guerra Mundial, la Gran Depresión, el ascenso del Fascismo, y el auge de los izquierdismos de posguerra. Durante muchos años estuvo afiliado al Partido Comunista Italiano. Escribió la mayor parte de su obra en “Milanés”, traduciéndola, al italiano, una lengua que consideró había muerto, pero seguía siendo el instrumento de poder de la élite gobernante, con sus medios masivos. Desde mediados los años del siglo pasado, las ediciones de sus libros se hicieron bilingües y alcanzaron enorme difusión. Lo cierto es que su poesía demuestra una enorme compasión con las gentes, “víctimas de los sistemas políticos”. Versiones de Ana Maria Marquez.
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