Premios, gloria y fortuna

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) Premio Alfaguara de Novela, escribe en El País y otros medios del grupo Prisa.  Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), Premio Qwerty, ha pasado buena parte de su vida en Europa, donde su editorial, Alfaguara le promueve en los medios de Prisa. Difunde su literatura desde El Espectador.Jorge Volpi  (México, 1968), diplomático, abogado, filólogo, Premio Vuelta, Biblioteca Breve, Deux Océans, Grinzane Cavour, becario del gobierno mexicano y de la fundación Guggenheim, habitual de El País de Madrid, director del Instituto de México en Paris, un autor Alfaguara, Seix Barral.Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), enseña en Cornell, Premio Nacional del Libro de Bolivia, Premio Juan Rulfo, Premio Erich Guttentag, candidato al Premio Rómulo Gallegos, becario de la Fundación Guggenheim, es un autor Alfaguara.Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966), Premio Konex, Premio Oso de Berlín, escribe en Clarin, La Nación, ABC, El País, autor Alfaguara.Santiago Gamboa (Bogotá, 1965), secretario de la Embajada de Colombia ante la Unesco, graduado en la Universidad Pontificia Bolivariana, periodista de Radio Francia, corresponsal de El Tiempo y France Press, autor Seix Barral.Jorge Franco Ramos (Medellín, 1962) estudió en la Pontificia Universidad Javeriana, Premio Pedro Gómez Valderrama, Premio Ciudad de Pereira, Premio Dashiell Hammett, un autor Planeta, Norma y Mondadori.Héctor Abab Faciolince (Medellín, 1958), escribe sobre su papá en Semana, Cromos, El Malpensante, Premio de Novela Casa de América, becario del Ministerio de Cultura de Colombia, es un autor Alfaguara.William Ospina (Padua, 1954), abogado, consiglieri, copropietario de la revista Numero, columnista de Cromos, Premio de Poesía Colcultura, Premio Fernández Retamar, Doctor Honorario de la Autónoma y Tolima, Premio Nacional de Literatura, Premio al Mejor Libro, ha publicado Hilo de arena, La luna del dragón, El país del viento, ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?, La prisa de los árboles, Es tarde para el hombre, Un álgebra embrujada, La franja amarilla, Las auroras de sangre, La decadencia de los dragones, La herida en la piel de la diosa, los libros con nombre más raro de la Editorial Norma y Alfaguara.   Mario Mendoza (Bogotá 1964), graduado en la Pontificia Universidad Javeriana, Premio Nacional de Literatura de Bogotá, Premio Biblioteca Breve, becario  del Instituto de Cooperación Iberoamericana, columnista de El Tiempo, autor Seix Barral.Laura Restrepo (Bogotá, 1950), directora del Instituto de Cultura y Turismo de Bogotá, Premio Alfaguara, Prix France, Premio Sor Juana Inés de la Cruz,   Premio Arzobispo Juan Sanclemente. Autor Alfaguara. Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, 1947), Gerente Cultural del Banco de la República de Colombia por 25 años, abogado de la Pontificia Universidad Javeriana, director por un cuarto de siglo de la revista Boletín Cultural y Bibliográfico, Premio Nacional de Poesía y Candidato al Premio Rómulo Gallegos, poeta en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Pre-textos, Alfaguara y Fondo de Cultura Económica han publicado sus libros. Juan Manuel Roca (Medellín, 1946), Premio Doctor Honoris Causa de la Universidad del Valle, Premio Ramón Cote , Premio Antioquia, Premio  Ivonne, Premio Cámara , Premio Ministerio de Cultura, Premio Fernández Retamar, Premio de Cuento, Premio Miguel Antonio Campos, Premio Darío Jaramillo, Premio María Mercedes Carranza, autor Alfaguara y Fondo de Cultura Económica.

Manuel Terrín, el cazapremios de 76 años que ha ganado 1530 en sólo España

Nada hay comparable a la gloria y más, si viene acompañada de metálico. Antes de la proliferación de los medios masivos de comunicación, se creía que la fama se ganaba por méritos, fuesen del bien y por supuesto, del mal. No hay, ni habrá Jesús sin Pilatos, yin sin yan, blanco sin negro. Ahora sabemos que no dura y puede obtenerse de mil maneras. E incluso, teniéndola, puede servir de nada, porque a nadie importa.
La fama, conocida por los romanos como Voz Publica, fue una de las hijas de la Tierra, habitaba en el centro del orbe, vivía en un palacio de mil aberturas sonoras por donde entraban y salían las voces, y era asistida en su vida diaria por la Credulidad, el Error, la Falsa Alegría, el Terror, la Sedición y los Falsos Rumores. Todo ello habita ahora en los treinta segundos de todos los televisores del mundo. Así la retrata Virgilio en los versos 173 a 186 de La Eneida:

Vestiglo horrendo, enorme; cada pluma
cubre, oh portento, un ojo en vela siempre
con tantas otras bocas lenguaraces
y oídos siempre alertas.
Por la noche
vuela entre cielo y tierra en las tinieblas,
zumbando y sin ceder al dulce sueño;
de día, está en los techos, en las torres,
a la mira, aterrando las ciudades.

Tanto es su empeño en la mentira infanda
como en lo que es verdad. Gozaba
entonces regando por los pueblos mil
noticias, ciertas las unas, calumniosas otras.

Si para hacerse rico no es necesario ser famoso, en el inframundo de la literatura, nadie puede serlo sin la fama y sin los premios que depara el poder y que el galardonado alcanza mediante la compra de sus libros, los viajes y el reconocimiento si no, del señor presidente, si de algunos de sus ministros, directores generales, confidentes, mayordomos y bien cierto, embajadores. Que yo sepa, desde el mismo Rubén Darío, una legión de escribanos y lameculos pretendidamente poetas han sido recibidos, en los puertos de mar y de aire, por los embajadores de sus respectivos países en aquellos otros donde van para promocionar sus tomos y venderlos a las bibliotecas públicas de cada república o dictadura. Hace poco, para dar un ejemplo, vi cómo un embajador ultra reaccionario, en una isla del Caribe recibía con toda clase de zalemas y prebendas a un pretendido intelectual progre, protegido por un ex presidente homicida, y publicista de toda clase de cartillas promovidas por una señora que nunca aprendió ballet y se dedicó a una emisora de radio pagada con dineros de los contribuyentes.
Sin embargo la gran ilusión, la ciertamente visible y aparentemente perdurable, la deparan los Premios sostenidos por las sumas en firme.
Cada país tiene los suyos, pero es España la que pone la marca más alta, con unos de 1600, varios de los cuales son o Premios Políticos [Cervantes, Reina Sofía, Menéndez Pelayo, Príncipe de Asturias, Premios Nacionales, Premios del Ministerio de Cultura, de las Juntas, Xuntas, Yuntas, Zuntas], o Sociales, otorgados por Cajas de Ahorros, Alcaldías y Diputaciones, y los Económicos, dedicados al mercado internacional del libro como los Casa de América de Poesía (6.000 Euros); Generación del 27 (15.000); Ciudad de Melilla (18.000); TIFLOS (36.000); Jaime Gil de Biedma (16.000); Loewe (27.000); Fray Luis de León (12.000); Emilio Alarcos(15.000); Cáceres 6.000) y Viaje del Parnaso (18.000), todos controlados por la mano inefable de Jesús García, alias Chus Visor y los de “novela” Planeta, Nadal, Biblioteca Breve, Lara, Plaza y Janés, Lengua de trapo, Primavera,  Alfaguara, etc., cuya dotaciones económicas oscilan entre los 300 y 700.000 euros según la Guía de Premios y Concursos Literarios, con 500 para narradores y unos 450 para poetas y sólo 62 para ensayo y 70 para teatro.
El 9 de Septiembre de 1981, un año, diez meses y trece días antes de ganar el Premio Nobel, Gabriel García Márquez escribía que luego de una larga vida como periodista y escritor, tenía más de cincuenta años, sólo podía arrepentirse de haber ganado dos laureles, uno en 1954 patrocinado por la Asociación de Escritores de Colombia, con un cuento sin terminar, y el otro, en 1962, de la Esso Motor Company, con tres mil dólares de gaje, con una obra que no tenía título y hoy es conocida como La mala hora, porque según el emisario de los patrocinadores, “nadie había mandado ninguna obra que valiera la pena”. Nunca asistió a las premiaciones porque tuvo la impresión muy desapacible de haberse prestado a una farsa pública y una vez más a la promoción de una empresa que nada tenía que ver con la literatura.
Todo eso lo decía el genio de Macondo hace 28 años, cuando apenas se oía hablar en los medios de Borges, Cortázar, Gil de Biedma, Lezama, Guimarães Rosa, Ángel González, Carpentier, Onetti, Rulfo, Cabrera, Caballero Bonald, Paz, Vargas Llosa o Antonio Caballero y no habíamos pasado de la función del deslumbramiento a la edad del mercado y cabildeo y ni el Gouncourt, el Femina o el Medicis habían sido degradados a monarcas de la intriga como Álvaro Mutis, ni existía Hay Festival en Cartagena, ni la mejor revista del mundo era El Malpensante y el universo estaba poblado de libretistas  Volpis, Fresanes, Birmajeres, Francos, Roncagiolos, Pazsoldanes, Vazques, Jaramillos, Restrepos, Bonetes y Abadesas, ni los críticos literarios eran redactores de planta o se alquilaban a las universidades bajo la férula de la diosa Ignorancia, ni los novelistas tenían columnas en periódicos y revistas para promocionar sus nombres.
Porque toda esta legión de beneficiarios de los erarios públicos, que escriben no por una necesidad ineludible sino para ganar concursos y prebendas, y garrapatean culebrones sobre cualquier cosa, incluso sobre poetas y asesinos de la conquista de América, deben tener presente que su gloria durara tanto como la de Manuel Terrín, un electricista de Córdoba que ha ganado la media pendejadita de 1530 concursos, 500 de ellos de narrativa y es famoso por ser desconocido.
Ni Borges, Camus, Cervantes, Dos Passos, Dostoievski, Dreiser,  Drieu la Rochelle, Faulkner, Flaubert, Forster, Genet, Greene, Hemingway, Huxley, Joyce, Lawrence, Machado de Asis, Martin du Gard, Mauriac, Montherlant, Orwell, Proust, Scott Fizgerald, Waugh o Wilson, escribieron para que los invitaran a bailar merengue y soplar canutos en las Ferias del Libro y los Festivales de hoy. Escribieron bien porque dijeron las verdades de su tiempo, porque no fueron la voz de los establecimientos, y quienes leen saben que no mienten. Porque quien crea una voz, crea un destino y vivirá para siempre, como bien lo entendió Han Yu, un poeta chino que conocí en el siglo VIII, y me dijo:

Todo resuena cuando se rompe el equilibrio.
Las  yerbas son silenciosas,
pero si el viento las agita,  silban.
El agua calla,
pero si el aire la mueve,  repica;
las olas mugen: algo las oprime;
la cascada se precipita: le falta suelo;
el lago hierve: algo lo calienta.
Son mudos los metales y las piedras,
pero si algo los golpea, rechinan.

 Así el hombre.

Si habla, es que no puede contenerse;
si se emociona, canta;
si sufre, se lamenta.
Todo lo que sale de su boca
se debe a una rotura...
Cuando el equilibrio se fragmenta,
el cielo escoge entre los hombres
aquellos más sensibles y los hace hablar.

Harold Alvarado Tenorio