Jader Rivera

Señor del silencio

Señor del silencio,
Señor Dios de la hoja
que habla
cuando sopla el viento.

Señor Dios del árbol,
de la raíz,
del tronco, del ave en la distancia
y su cielo.

Señor Dios,
ten compasión de mí,
salta sobre mí pecho,
desgarra mi garganta,
bebe mis sesos.

Señor Dios,
vacíame de mí
y lléname todo de ave,
de tierra,
de viento,
de cielo.

Que muerto de mí
crezca sobre mí el pasto.
Que muerto me quepa
en el alma
todo tu silencio.

Mediodía

Poseo, bajo este árbol de pomarrosas,
un lugar en el corazón del mundo.
Un lugar de retiro
en el silencio de las tierras y el verano.

Poseo un temblor de placidez en este mediodía
y la certeza de estar vivo y triste,
como este viejo pomorroso
que extiende bajo el cielo su ramaje de angustias.

El viento viene tibio por encima de los pastos,
viene y como un mar me cubre,
cubre con su espuma de polvo y hojas secas
mi cuerpo robusto de treinta y tres años.

Yo estoy triste.
Yo pienso en Julio, asesinado por ladrones.
Yo pienso.
Julio muerto me sonríe desde el otro lado de la cerca.
¡He venido - le grito-, a hablar contigo al mediodía,
a escuchar tu voz viril en medio de los campos…!

Tumba

Cuando la noche sepulta al mundo bajo las sombras
y como una bóveda de piedra cae sobre mí el silencio,
me muero de todas las muertes
y sólo tu amor me rescata de entre los muertos.

Sujétame duro en esta noche de tumba
cuando tirita la hierba torturada por el frío;
háblame al oído mientras otro pronuncia mi nombre
como si emergiera de las grietas de la sombra.

La pesadumbre cabalga sobre mi estrella
y la ahoga en los vastos y oscuros reflujos del río.
Viene por mí la muerte con grito de pistolas
y me veo en el cadáver ensangrentado de tu hijo.

Háblame de los hijos que balbucean en tu vientre
y de la flor que no se marchita ni destrozan las pistolas.
Háblame del futuro que alumbra al final de la sombra,
y del grito en mi pecho, apaciguado por tu estrella.

No es esta noche

No es esta noche arrullo y canto.
No es lámpara generosa el cielo.
Ni murmullo el agua.
Ni susurro el viento.

No es esta noche voz amada
que se quiebra en mitad de un beso.
Ni brazo que te busca
y se tiende, generoso, sobre el pecho

Es silencio. Solo silencio.
Desciende sobre el mundo la muerte
y rechinan sus dientes en la sombra.

No.
No es esta noche la vida.

No es esta noche arrullo y canto.
No es lámpara generosa el cielo.
Ni murmullo el agua.
Ni susurro el viento.

Dos amantes fugitivos y la noche

Dos amantes fugitivos y la noche,
labio y hierro machacados con sangre,
dolor que golpea la frente y rompe la roca…
Ay, dadme una pausa, un silencio,
un respiro de princesa que muere,
un leve roce de cortina que se levanta,
al aire, aire, al viento.
Dadme la daga que mató a la muchacha,
que cantaba un amor oscuro en su lecho de virgen,
y la esperanza de un amanecer en las sombras,
una luz, una luciérnaga que estalla
y rueda como bola de fuego por el mundo.
Dadme, dadme la paz, el armisticio entre las guerras.
Y lanza lejos de mí la furia de las gentes,
derrumba la ciudad armada de cuchillos y fusiles,
la mirada airada de Dios,
y tus ojos agolpados, tristes, yertos.
Dadme la pausa, padre,
la oración del condenado,
la compasión del verdugo antes de bajar el hacha.
Dadme, dadme el instante
en que soy y no soy de este mundo,
la eternidad en que sonrío y confieso mi falta,
la rebeldía que rompe su capullo de piedra onix,
y sangra, mientras mi cabeza, por tu gracia,
rueda por el suelo.


Jader Rivera (Teruel, 1964) hizo estudios de maestria en literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Fundador de revistas literarias y ganador de varios premios como el José Eustasio Rivera, de poesía, ha publicado entre otros los libros de poemas Los hijos del bosque (1988) y El día sin horas (2000).

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