Marco Antonio Campos

Los hüttich y los palmer

De mis ancestros ingleses y alemanes sé muy poco. Llegaron en el curso del XIX y fincaron en tierra de los Zacatecas: hicieron los Palmer negocio de sombreros y los Hüttich –los Hüttig se ponían otros– vaciaron minas en la hacienda de San Bernabé y miembros de las familias se encontraron y unieron. Mi abuela paterna, Juana Hüttich Palmer, presumía orgullosa del tronco genealógico (orgullo que heredó mi padre y mis dos tías mayores). Abuela desesperaba por la limpieza al límite, el orden maniático y con abuelo luchaba para no querernos. Pero abuelo, que traía impregnado el olor y el color de los fosfatos de las minas vacías de Real de Catorce en San Luis Potosí, pintaba con pincel hábil, diría diestro, escenas de pueblos y paisajes. La gloria artística representó para él lo mismo que los billetes viejos y sucios que desechaba en el Banco de México en la década de los veinte. “Salud y pesetas”, me decía, mientras colocaba la ficha del dominó y mi padre memorizaba matemáticamente el juego de los otros jugadores.
Cuando oigo el inglés de Inglaterra y el alemán de Alemania algo remueve la sangre pero desaparece pronto como señales luminosas que apaga del tablero electrónico la partida del tren. Quizá, digo, quizá rayas sombrías del alma, el veneno parsimonioso de la locura que sombrío cae en el vaso del cerebro, un cierto regusto por el orden (que difícilmente aplico), provenga de esa estirpe oscura que a veces creía vérseme revelada en inviernos lluviosos de Salzburgo y Viena. Pero jamás visité Inglaterra, y a Alemania, de pensar en sombras largas y ciegas y en ciudades como noches, me recorre un escalofrío, y prefiero ver cómo los pájaros rompen el mediodía y gorjean y trinan y multiplicánse en los follajes de los vigorosos plátanos en el profundo sur de Francia. La sangre no siempre llama a la sangre.
Quizá por eso escribo en la terraza de un café de Saint-Rémy, en un julio de furioso sol, cerca del Mediterráneo y lejos del adiós trístido de las golondrinas.

Adiós a la infancia

Se llamaba Graciela y era en el colegio el patio abierto y la mañana azul. Era su cuerpo un durazno en sazón y en las noches una rama de estrellas. Yo tenía doce años, Graciela tal vez también. Volaban los pájaros desde el sur para visitarla en el patio del colegio y sobrevolaban luego los parques y jardines del barrio de San Ángel para acompañarla en la salida. Bajaba del eucalipto oloroso una racha de pájaros. Graciela, doce años, rama de estrellas, durazno en sazón, racha de pájaros en su levísima falda.

Una farsa sin mensaje

Qué patas, qué escamas, qué desastre.
Rubén Bonifaz Nuño

Delgada y tenue como hierba y ola
sus ojos eran noche y nochemente,
y en verdad creía que todos, por su linda cara,
deberían aguantarle todo por su linda cara.
Podía ser la reina, pedía ser la reina
–a veces lo logró entre bastidores–,
pero en el teatro o fuera de él
sólo admitía cumplidos y se mostraba solícita
si lo decidía.
Trasfogaba su cuerpo una tierna dulzura,
solía encender la hoguera al llegar la noche,
pero al arribo de los pretendientes
sofocaba el fuego, y apenas si dejaba brasas
para dárselas al rey más tarde.
Bella como luna cortada en ferragosto,
bella como luna cortada a media luna,
su mirada guardaba misterios y terrores
y anhelaba un reino más vasto que la noche.
Pero la noche más perfecta acaba.
Pero en la comedia más perfecta
hay de pronto contraluz, desliz palmario,
inadvertencia súbita. Una noche,
una noche azul, una noche veraniega
de adiós sin golondrinas –sin frío, sin telón firme–,
un sandio inoportuno, un memo de esos
que asiste al espectáculo sólo
para aguar fiestas y dárselas de listo,
se levantó del asiento, marchó hacia el escenario,
y se dirigió a la reina para decirle
que ya los pretendientes se habían ido
y el rey era minúsculo.


Marco Antonio Campos nació en la ciudad de México el 23 de febrero de 1949. Poeta, narrador, ensayista y traductor, ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979) y Los adioses del forastero (1996. El Tucán de Virginia publicó en 1997 su Poesía reunida (1970-1996).
En la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido director de literatura de Difusión Cultural, director en dos épocas del Periódico de Poesía, coordinador del Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades e investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas. Fue Lector de las universidades de Salzburgo y de Viena y profesor invitado de Brigham Young University y de las universidades de Buenos Aires y La Plata.

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