W. H. Auden

Marginalia

Al hombre muerto que nunca ha hecho morir a otros rara vez le erigen una estatua.
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Del último rey de una dinastía acabada
rara vez se habla bien.
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La consigna del tirano: aquello que es posible es necesario.
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Los pequeños tiranos, amenazados por los grandes,
creen sinceramente que aman la libertad.
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Ningún tirano ha temido jamás
a sus geólogos y a sus ingenieros.
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A veces se ajusticia a los tiranos, pero sus verdugos,
casi siempre, mueren en la cama.
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En los estados incapaces de aliviar la miseria,
se ahorca el descontento.
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En los países semianalfabetos
los demagogos cortejan a los adolescentes.
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Cuando los jefes de estado prefieren trabajar de noche,
que se cuiden los ciudadanos.
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Justicia: permiso de picar un poquito más duro
de lo que nos picaron.
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El introvertido es sordo al grito de su vecino
por el pellizco del extrovertido.
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Cuando hacemos el mal nosotros y nuestras víctimas quedamos asombrados por igual.
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Temiendo o avergonzándose de decir no me gustas, bostezaba y se rascaba.
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Las maldades ejercen cierta fascinación, pero aquellos que las cometen son siempre fastidiosos.
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Alababa a su Dios por la habilidad de
su torturador y de su cocinero.
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Mientras el imperio se desmoronaba se entretenía improvisando una moral, muy moral,
en yambos de ritmo deficiente.
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Después de la masacre tranquilizaban
su conciencia contando chistes.
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Renuente al principio de romper su promesa formal de amnistía, después de consultarlo con su confesor, con espíritu sereno firmó la orden de ejecución.
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Después de la Justa Guerra, la Guerra Santa que había salvado la cristiandad, hubo más palacios y clérigos,
menos eruditos y casas.
(Según Ilsa Barea)
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La reina huyó dejando atrás unos libros
que escandalizaron al pío usurpador.
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Nacido para coquetear y escribir versos jocosos,
murió valientemente bajo el hacha del verdugo.
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En la próspera tranquilidad entre
dos guerras llegó Anopheles.
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Bajo un soberano que despreciaba la cultura
las artes y las letras florecieron.
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Reunida con pompa ceremonial, la dieta Imperial discutió gravemente una legislación que no tenía el poder de rechazar.
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Se escondía al ver que un ministro se acercaba con semblante preocupado.
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Los cultivadores de tabaco eran baptistas para quienes fumar era pecado.
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Abandonando a sus esposas huyó con las joyas y doscientos perros.
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Caminaba como alguien que nunca ha tenido
que abrir una puerta solo.
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Después de la victoria sobre el tirano extranjero los patriotas mantuvieron las medidas policiales de emergencia expedidas para perseguirlos a ellos.
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Providencialmente en lo correcto por primera vez en su vida (aunque por motivos equivocados) al viejo maricón se le permitió salvar la civilización.
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Los fémures de animales atribuidos a santos que jamás vivieron, son sin embargo más santos que los retratos de conquistadores que, desgraciadamente, existieron.
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Como un Zola cualquiera metían la nariz en prisiones y burdeles, no, sin embargo, en busca de material, sino para consolar a sus semejantes.
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Con el mismo afecto bañaba a los enfermos y estudiaba papiros griegos.
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Un tipo colérico, cada rato se metía a defender los judíos contra la multitud, o a los pobres contra los guardianes de conejos del rey.
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Cuando se levantaba a decir sus oraciones en la mitad de la noche, le decía al marido (un pagano y mal tipo): tengo que ir al baño.
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¿Quién habrá muerto, en 1965, con más merecimientos de honores que Lark, una vaca que dio a la humanidad ciento quince mil litros de leche?
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Una vez hubo cagado en su nuevo apartamento empezó a sentirse en casa.
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Otro día entero desperdiciado. ¿Qué habrá que hacer? ¿Látigo, píldoras, paciencia? Sus pensamientos vagaban del sexo a Dios a los versos sin puntuación.
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Qué alegres parecían los taburetes del bar a media tarde, liberados por unas cuantas horas del peso de los gastados derrotados sentaderos.
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¿Cómo podía ayudarle? ¡Juventud infeliz! En fuga de un no-padre, de una madre incoherente, en busca... de qué?
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Siendo un WASP, que va en metro, se pregunta por qué será que casi todas las caras aristocráticas que ve son negras.
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La belleza que pasa le sigue encantando, pero ya no se voltea para mirarla.
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Post coitum homo tristis. ¡Qué idiotez! Si pudiera se pondría a cantar.
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La vergüenza, al envejecer, no es que el deseo se desvanezca (¿Quién se lamenta por algo que ya no necesita?): sino que haya que explicárselo a otro.
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Pensamientos sobre la propia muerte, como rugido lejano de truenos en un picnic.
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Poniéndose las medias, recuerda que su abuelo quedó frito en ese acto.


Wystan Hugh Auden (York, 1907-1973), poeta, dramaturgo y crítico literario norteamericano, considerado por muchos como el más influyente de la literatura inglesa desde T.S. Eliot. Su libro Poemas (1930), con el que consolidó su fama literaria, estaba basado en el hundimiento de la sociedad capitalista inglesa. Los textos de Auden fueron traducidos para esta edición por Héctor Abad Faciolince.

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