Lina de Feria
por Raúl Rivero

La única vez que soñé con Virginia Woolf se presentó en mi sueño con la cara de Lina de Feria. Era ella a la orilla de un río que corría entre unas piedras negras, pero cuando me miró, los ojos que me miraban tenían la luz ambigua de los de mi amiga.
Lo entendí como un mensaje tardío. Yo no podía querer ni admirar más a Lina.
Ahora mismo, cuando pasa una comparsa y desde el techo se desprende todos los días una docena de maromeros, Lina está sola en su portal con sus poemas y sus mundos que transmiten con precisión una clave de inmortalidad.
Es ella una de las voces poéticas más poderosas de la literatura cubana contemporánea. Desde Palatino o El Vedado, en medio de la angustia y la fatiga, escoltada por un intrépido comando de delirios, esta mujer de pactos frágiles, trata la poesía como a una amante.
Quiero decir con confianza y pasión, sin perder el temor y el misterio.
Sus libros, desde Casa que no existía, escrito en los sesenta, hasta A mansalva de los años que recogiera poemas más recientes, enseñan un modo de cantar exclusivo, original, pleno, libre, del que se resguardan envidiosos y burócratas por ignorancia y por maldad.
Lina hizo naufragar la vanidad y por lo tanto escribe sin espejos y sin colorete en una entrega casi mística. Perdonó la carne y la materia impura.
Hace unos años nos pusimos de acuerdo para escribir su biografía, y resultó que le daba pena contarme algunas cosas o teníamos miedo o sabíamos que faltaba mucho tiempo por ivir y no escribimos nada.
Esa vida la tiene que evocar ella sola. Y ella sola enfrentar la hoja en blanco.
De todos modos, recuerdo que le gustaba especialmente reconstruir sus entradas triunfales al vestíbulo de la Escuela de Letras. Las tertulias, los versos, los amigos, los ahora dulces conflictos literarios de un tiempo que soñamos eterno.
Le gustaba, le gusta recordar un viaje que hizo a Toronto con Luis Rogelio Nogueras, en el que Wichi, desde luego, le propuso matrimonio.
Lina, que camina sola por la vida, no tiene grupo, ni Partido, ni agente de relaciones públicas. La representa su poesía y la cuida su obra que crece silvestre en el limbo donde amanece.
La Habana es todavía una ciudad noble porque Lina de Feria vive y escribe en ella. Lina, allá arriba, en la búsqueda del equilibrio de la palabra y dispuesta, a pesar de todo, a prestarle su rostro a Virginia Woolf para que se pueda soñar en Cuba.


Raúl Rivero Castañeda (Morón, 1945) ha publicado nueve libros de poesía y cuatro de crónicas y reportajes. Sus poemas se han traducido al francés, alemán, inglés, italiano, ruso, portugués, neerlandés, noruego, rumano, húngaro y búlgaro. Su más reciente antología apareció en Madrid en 1998, bajo el sugestivo título de Herejías elegidas. Ese mismo año la Editorial Decourvert publicó en París: Signé a La Havanne. Trabajó durante años en los principales periódicos y revistas del país, así como en Prensa Latina (agencia oficial de noticias) y en la UNEAC como asesor de Nicolás Guillén. En 1991 firmó la llamada “Carta de los 10” (carta abierta al gobierno cubano pidiendo reformas y espacios para todos) y desde entonces fue condenado al ostracismo y hace poco a veinte años de cárcel. Este año fueron publicados en España su libro de crónicas Lesiones de historia y una recopilación de artículos: Pruebas de contacto.

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