Eduardo Gómez

El laberinto está en nosotros

Todo lo padecido y conquistado
escrito con sangre y hablado
-conocido o secreto-
se tornará historia.
La más humilde canción intensificará la música
y la más decisiva palabra
no valdrá sin el contexto de millones.
El automóvil que viaja raudo
se alejará, incluyéndose, en el paisaje que atraviesa.
El fracaso de un amigo nos debilita ante el mundo
y el hambre de los otros consume la energía
que haría poderoso al amor
y más humano el esplendor de las ciudades.
Estaremos presentes pero invisibles
en las calles y en los estadios del futuro
en las cocinas y en las alcobas nupciales
tanteando y jugando con algún niño triste
o preparando desafíos y apostando utopías
en ruidosas asambleas y apasionadas tertulias
y nuestra ausencia en el momento de las decisiones
será tenida en cuenta para los juicios que nos sobrevivan
o para el silencio que nos cubra
con su misteriosa profundidad.
Quizás impregnaremos un rayo de sol
y flotaremos sollozando con el viento y la lluvia.
Alguna vez fue nube la materia
que luego de milenios devino en nuestro cuerpo
alguna vez nuestros despojos serán vapor y sueño
alimento de raíces, murmullo de follajes.
Las voces interiores más hondas
provienen del Todo y de todos
integran el tiempo y su música infinita,
pues lo «personal» ignora aquello que lo inspira
desde el instante anterior y desde siempre
(la entrada hacia atrás del Laberinto)
a través de  tortuosas sendas
por parajes sólo vistos en el sueño
o intuidos en la vertiginosa quietud
desde cielos inconmensurables hasta pequeñas piedras
desde el trueno de la ciudad que contemplamos desde arriba
hasta el pregón conmovedor del vendedor de fruta.
La soledad es espejismo si sabes bucear dentro de ti
y te fundes amoroso con el paisaje que te incluye.
Aún lo más extraño te hace señales secretas
que es necesario descifrar y comprender
y con frecuencia serán tus enemigos
quienes más te enseñan y valoran sin querer.
Microcosmos perdidos en el Cosmos
nuestro humilde transcurrir
(que encierra galaxias)
se comprime y expande en la fosa-cuna
para irradiar de nuevo luminosa energía
y alcanzar otra vez el antiguo comienzo
en la disonante y colosal sinfonía, siempre inconclusa
siempre inaudible aunque presentida y envolvente
mediante la dulzura cotidiana
y el angustiado esplendor de cielos estrellados.

Proximidad de la noche

Lluvia y sol caen sobre mis años
Y una estela queda -cada vez más lejos-
Que hace lentos mis pasos y madura mi corazón
 Iluminando el presente con intensidad mayor.

Adivino mi edad en la anchura de un árbol
Y los siglos perdidos en las multitudes que oran,
Y siento mi angustia como fuerza vital
Cuando camino entre los vivos que no sospechan su muerte.

Un solo rayo de luna estremece mis mares
Amo las mujeres feas que se olvidan del cuerpo
Encuentro el tedio en los espejos de las bellas
Y mi soledad grita en la paz de los mansos.

Músicas me asedian en la noche
Lluvia y sol invaden mis sueños
Pájaros agonizan cielos blancos
Sobre  mi cuerpo precipito el vuelo.

  Inventarios de la noche

La medianoche diluye la ciudad en el silencio
el insomne arde despacio luchando con fantasmas
su maraña de sueños su latido asordado
sus alucinados bosques por donde su llamado
una bocina ronca que vibra suavemente
con persistencia secreta de alfiler punzante
el viento bailarín se abalanza por las avenidas
¿qué hago aquí quién desde siempre soy?
¿a dónde encaminarse si no hay amor a la espera?
el cielo océano invertido sin riberas
noche abriendo sin llaves los sótanos del alma
inundando de fuegos secretos y sollozos atroces
de gemidos de gozo y de paciente agonía
hasta donde los más ágiles danzantes han saltado
cruzando el espacio de señales herméticas
muchachas poseídas destrenzan el delirio
cataratas subterráneas de consumida sangre
¿cómo multiplicarse para fundirse con todos?
y esas dulces vírgenes que se ofrendan sin lágrimas
adolescentes que imaginan la redención en el beso
recomienzo de las mismas búsquedas como si fueran las primeras
se inicia el duelo callado de los tristes solitarios
 inaccesibles  multitudes fuerzan las puertas cerradas
el implacable río de autos inunda fulgurante
metálicas estructuras violan alturas sagradas
las catedrales refugian coros de sin-patria que cantan
la sombría sinfonía escala espacios vacíos
celebrando la energía que se despliega misteriosa
el milagro es estar vivo navegando entre las cosas
me acojo a ti amiga taciturna caminando entre rosas
esquivando los lugares donde hay lepra y ataúdes
buscando el sol y la luna detrás de  negras montañas
dialogando a la orilla de la eternidad de abismos
nos recreamos a dúo contrapunto apasionado
la disonancia la réplica el pavor a la nada
nos desnudamos de todo para fundar nuevas ciudades
saltando sobre rascacielos corriendo por sonoras playas
oh dominar las distancias para dilatar el abrazo
hasta los confines de lo humano y lo potencial que lo espera
el novelista  avizora desde su cámara telescópica
inventariando la noche su selva estremecida
hasta la madrugada de portales inmensos
en los parques se escuchan como presagios de batalla
el naciente mugido de la ciudad que despierta
constelado de pájaros y lejano estruendo de aviones.

Conspirador nocturno

A pesar de las destrucciones y
de enmarañados días
él ama sus derrotas y su condena eterna
el recorrido manso consumido por internos fuegos
el odio contenido por el traje ajustado
sus ácidos preparados y sus sórdidos planetas.
Su resignación solapada cuece venenos lentos
prepara lanzas y arcos, avizorando ríos.
Así camina ciudades que se abren en piedra herida
y cemento ensangrentado rumoroso de palomas.
Marca su territorio con sudor y rabioso semen
hay un navío negro que zarpó desolado
hay un barrio enterrado donde danzan sus fantasmas
y un estadio abandonado añorando multitudes.
Denso de contenciones y criminosos sueños
disimula con flores secas sus habitaciones sombrías
se regodea en el silencio de ruinas palaciegas
y espía el advenimiento de la alborada de sangre.


Eduardo Gómez (Miraflores 1932) hizo estudios de derecho y dramaturgia en la República Democrática Alemana. Ha sido profesor de literatura en la Universidad de los Andes donde dirigió la revista Texto y contexto. Algunos de sus libros son Restauración de la palabra (1969), El continente de los muertos (1975), Faro de luna y sol (2002). Es presidente de la Asociación Goethe de Colombia.

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