Los poemas de la ofensa 30 años después
En 1968 apareció en Bogotá un libro que hoy puede considerarse
como el más sobresaliente de los que dejó la marea nadaísta
y entre los más importantes de la poesía colombiana del siglo
XX. Se trata de Los poemas de la ofensa, firmado con el
extraño seudónimo de X-504. Un año
antes, había obtenido el premio Cassius Clay de poesía nadaísta,
al que concurrieron ochenta obras. Para justificar su ausencia en el acto
de premiación, el autor alegó que estaba muy ocupado, lo que
hizo que Gonzalo Arango (1931 – 1976) escribiera: “Este gran
poeta es, paradójicamente, un maniático del trabajo. Lo ejerce
como sustituto de la droga heroica, como evasión a los secretos conflictos
de conciencia”, a lo que el poeta replicó: “La eternidad
tiene tiempo de esperarme”.
Para entonces había transcurrido una década desde que Arango
publicó en 1958 el Manifiesto nadaísta. Diez años tardó
este movimiento literario en producir su obra cumbre, y ella ha sobrevivido
intacta a los estragos naturales que el tiempo causa en (casi) toda poesía,
mientras se desvanecen en la memoria colectiva las anécdotas de las
pataletas de sus irreverentes socios. Aunque hoy no se consigue en las librerías,
no se trata de una pieza arqueológica oxidada. Parece escrita ayer,
por no decir esta mañana. Pero no vale sólo porque está
fresca como una lechuga en la huerta del lenguaje poético, sino porque
al leerla se despierta viva entre las manos y habla con gran belleza y pertinencia
en medio de tanto ruido que hostiga, de tanta poesía rosa de hipermercado,
de tanta Nueva Era inspiradora y positiva, de tantos haikús que parecen
estornudos, de tantos redactores de versos.
La primera edición fue impresa por Tercer Mundo y lleva en cubierta
una simple ilustración abstracta en amarillo y negro, firmada por
David Consuegra. El seudónimo utilizado por el poeta de 36 años,
que parecía un registro de nave espacial, era muy propio para una
época que presenció la llegada del hombre a la Luna. Para
entonces el propio Arango ya había publicado en 1960 una obra de
teatro, firmada con otra matrícula aeronáutica: HK111. Pero
en realidad, la máscara de Jaramillo Escobar contiene los primeros
números de la cédula y la equis matemática como símbolo
de la incógnita en la que deseaba permanecer.
El libro está organizado rigurosamente en seis ciclos: Averiguaciones
de la poesía, Testigo del hombre, Los poemas de la envidia, Gran
ciclo de los relatos, La revelación del alma, Aproximación
a la muerte. Los epígrafes que contiene, tal vez sugieren las
fuentes de inspiración: los Evangelios Apócrifos, Blake, Whitman,
Vallejo, Sartre, Miller. Con la autoridad del inspirado, el poeta obliga
a la poesía a tomar posición y a revelarnos su mirada sobre
una madre negra, sobre diversos monstruos, sobre el cuerpo, sobre Dios,
sobre una llaga incurable que deja la luz en un animal imposible, sobre
la muerte, los pasos en falso, el Paraíso. La visión de la
condición humana queda dicha así: “Esclavo de los dioses,
el hombre es un ser aterrado, y sólo en el usufructo de su cuerpo
deposita su aspiranza” (El cuerpo).
En los siguientes catorce años Jaramillo no volvió a publicar
nada. En 1982 apareció Extracto de poesía, una selección
de Los poemas de la ofensa. La Colección Guberek
reeditó la totalidad del libro en 1985. Y en 1984 y 1985, de regreso
definitivo a la poesía, Jaramillo ganó dos premios nacionales
con Sombrero de Ahogado y con Poemas de tierra
caliente. Se sabe que el poeta tiene varios libros inéditos,
y le hago saber que nos debe a sus lectores la publicación de todos
ellos. Entre tanto, cabe rezar una vez más el misterioso y encantatorio Ruego a Nzamé, parte de cuyo secreto se encuentra
en la letra a.
Santiago Londoño, 1998 08 20