El acto poético de JJE

¿Quién podría creer que ese hombre pequeño, aparentemente débil y de modales y trato cortés y pulido, vestido square como dicen los gringos, abstemio, ni fuma ni bebe, ascético en el comer, discreto y al parecer con vocación de funcionario, es un decidor poderoso, un lector de sus poemas avasallador y de gran dominio escénico, un atrevido fundador de estilo y más que eso, un hombre compenetrado con los problemas de su país y partidario de los pobres, adverso al brutal desarrollo capitalista actual, jefe de un humilde taller de poesía fundado en Medellín, concurrido por universitarios y gentes del pueblo, donde su gestión asume un aire de apostolado de la poesía?

¿Quién podría creer que el Nadaísmo colombiano, producto de la irreverencia hacia los valores consagrados, de las rebeliones de nuestra época, del anti-oficialismo, de los movimientos de liberación, algo equivalente a lo sucedido en Venezuela con la generación del sesenta y sus actos de necrofilia, su simpatía por la revolución cubana recién iniciada y el desparpajo contra lo establecido, alcanzaría con el genio excepcional de Jaime Jaramillo Escobar, alias X-504, nacido en 1932 en tierras de Antioquia, un poder de representación poética inusual, el cual reviviría la acción juglaresca medieval, no sólo con el fin de distraer al público, sino de relatar leyendas, hechos históricos y acontecimientos actuales, mezclados con suertes de circo y prestidigitaciones narradas por el poeta?

Por momentos, mientras Jaramillo Escobar leía sus textos, ellos mismos entre narración y poesía, se dibujaba en mi mente una plaza medieval atiborrada de gentes, mercaderes, artesanos, soldados, acróbatas, aglomerados en torno a un escenario rústico, el verdadero tablado, a menos que fuera el atrio de alguna catedral, con los juglares recitando y cantando lo que más tarde compondría el mester de juglaría, el cuerpo de nuestra literatura occidental, en momentos aurorales de un pasado nunca extinto y que, por estar más cerca del orden de la aventura humana, nos vincula con la tierra y la naturaleza, los mitos fundadores y los arquetipos indestructibles, las gestas y el diario acontecer, todo ello referido por este inmenso poeta, en nuestro lenguaje de hoy, en hechos de hoy, en indignaciones de hoy, en cuentos de hoy, en denuncias de hoy.

No es un recital convencional en el que el poeta lee o declama sus versos, sino un acto teatral en el que un solo actor representa los diversos papeles de las historias elegidas y con la sola voz, sin otra actuación que leer de una manera intensísima, modulada, actoral, llena la escena de personajes múltiples, paisajes, sucesos, representaciones de circo, evocaciones rurales, presencias telúricas, juegos, danzas, pleitos, burlas, reclamos, fantasías, dichos, y en todo momento proyecciones de una conciencia lúcida, hermosa, de la condición humana y de las injusticias innumerables, interminables, de la vocación de poder y de riqueza.

Su acto teatral y poético restituye a esos géneros su origen popular, su temática que si antes conjugaba lo religioso, hoy invoca una fraternidad laica enteramente separada del yoísmo del divo, de esa prepotencia personalista con que los triunfadores pisan los podios de los grandes premios mundiales y con modestia fingida aceptan los honores, no siempre merecidos, pero sí obtenidos mediante una política del arte bien ejercida.

Jaime Jaramillo Escobar expuso el variadísimo registro de su mester de juglaría, que también resulta mester de clerecía, porque no lee sino lo compuesto por él, y esas narraciones de esencia poética aunque rocen lo novelesco sin tomar de éste precisamente lo excedente, lo mercantil, sin adular el gusto popular, sin conceder a la manera televisiva el análisis del rating, penetran profundamente en quien sabe y puede oír esa suma breve de cultura folclórica y cultura de especialista, unidas como debería ser.

La representación, como en nuestra décima y corridos populares en los velorios, empieza con un saludo, luego se llama la atención sobre una caja roja que sólo la imaginación, como en el teatro de esa época, pone allí. Esa caja es mágica. Luego saca el rollo y va leyendo, desenvolviéndolo como pergamino chino, de modo que el leve lapso de recibir los aplausos no interrumpe las acciones sucesivas, rara vez faltas de humor y sentido lúdico, acción y conversación. La Perorata inicial, anunciando la aparición del poema-función, concluye abruptamente con la llegada de la policía, y sigue un texto inagotable del poeta viviendo en la Luna, defensa rebosante de humor e ironía de la condición de aquél, y pasando por una función de circo desconstructora, que termina con la huída del empresario desde una pirámide de perro, pony, cabra, caballos árabes, jirafas y elefantes, refiere su intimidad con su caballo (de la juventud) en la región natal del Cauca, Pegaso domesticado y sabio que lo instruye. Sin él, anda perdido en los autos. Luego, expone seriamente su preferencia por el río Cauca sobre el río Magdalena, convirtiendo a éstos en seres humanos, y rozando la denuncia ecológica en tono de humor, hasta culminar en tres jornadas magistrales: su convivencia con un chamán imaginario, en una selva tan coherente como es incoherente la ciudad, con cada cosa en su sitio y un orden establecido; un monólogo patético de pobre en su relación con Dios y la Iglesia; y lo que se llamó en un tiempo poesía negroide, en este caso de tierra caliente, en la que la enumeración de semillas chupables o comibles se enlaza con sentencias de brujo y remata en la escenificación súbita de una negra danzando, las palabras vueltas tam-tam y dibujos carnales. Con este fin de fiesta el público lo aclamó, y el hombrecito genial recogió su rollo, lo enrolló y se marchó.

¿Qué decir más? El dominio de Jaramillo sobre su medio expresivo es total, de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro. Su requisitoria social es rotunda, así como su denuncia, sin caer en el cartel de ayer, de la avidez de los ricos y la pobreza de los pobres. Su telurismo nos transmite sin cesar a Colombia. Su arte de juglaría y clerecía aparece en las letras iberoamericanas como una creación única. Este hombre pequeño de tamaño vive en un continente vastísimo y sólo explorado por él, de espiritualidad incontaminada, de gentilicio literario y de capacidad de ser él mismo.

Juan Liscano, El Nacional, Caracas, Setiembre 5 de 1993