El más notable poeta del llamado Nadaísmo

En sociedades y corrientes poéticas que entendieron, de muchas maneras, el propósito último de las vanguardias y los vanguardismos como un elogio del progreso y los llamados avances de las tecnologías, Jaime Jaramillo Escobar (Altamira, 1932), decidió ignorar el presente y navegar por las aguas arriba de las edades eternas, haciendo de los ritos y sus movimientos, la forma de su poesía. Apólogos o leyendas, en sus poemas circula un humor de sofista y un sarcasmo de puñal, ni enfermizo ni mordaz, y unas búsquedas de equilibrio entre las cosas y los seres, de este y otros mundos, donde ni bien ni mal, ni lo alto y bajo existen. Sus textos no llegan a ningún sitio pero permanecen en el principio, o el fin, sabiendo que las palabras y la vida giran incansables, ampliando o estrechando sus órbitas, de acuerdo a las exigencias y ritmo de las frases y los días. Sus versos niegan los sentidos tradicionales de la lengua y convierten lo banal en trascendencia y en parodia de si mismos, ofreciendo al lector exposiciones que dan la sensación de haber sido inventadas hace poco pues remiten a tiempos remotos o a literaturas que no han conocido vencimientos.

Inspirado en una rebeldía profunda, de raíz existencial, -dice Helena Araújo-, Jaramillo Escobar se emparenta generacionalmente al grupo Mito. Igual que a Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus y Alvaro Mutis, le obsesiona el dilema del lenguaje como medio de representación. No solo vacila ante la palabra, ante el silencio que la rodea, sino que vincula la ausencia de la comunicación al hecho mismo de existir.

Desde los Poemas de la ofensa (1969), hasta sus libros más recientes: Poemas de tierra caliente (1984) y Sombrero del ahogado (1985), así su decir se haya ido extendiendo hasta llegar casi que a una narrativa de juglar, los temas que han interesado a Jaramillo Escobar bordean zonas como el regusto por lo mórbido, la vida errante, los climas tropicales, la vida de los marginados en las ciudades, la exaltación de los comportamientos y formas de la belleza de la raza negra y la burla y el sarcasmo de las pasiones eróticas. Los decorados de estos asuntos serán unas veces lugares de miseria y ruina, abandonadas estaciones de ferrocarril, viejas y empolvadas y mugrientas oficinas estatales, prisiones, remotas playas paradisíacas y calurosos lugares de la selva y el mar Pacífico, que en comparación con aquellos lugares citadidos, ofrecen al poeta una comunicación directa con el corazón y la medula de la poesía.

Harold Alvarado Tenorio