
              Tiene casi 85 años, y ni lo dice ni lo niega, porque es  educadamente sobrio, y sólo aparenta una senectud senequista. Pasa algunas  temporadas veraniegas en monasterios, como Silos. Pero no hace vida de monje,  es como un oblato que entrara al claustro antiguo y noble a contemplar. Aire  asceta en fulgor carnal. Pablo García Baena, cordobés, es un contemplador. Y ha  sido también (los términos no se excluyen, se engarzan) un apasionado. Un  pagano del cristianismo romano y apostólico, con cruz pero sin hogueras, con  una infinita y jubilosa tolerancia. Enamorado de la belleza moceril del cuerpo,  consecuentemente enamorado también del alma y de las nobles estofas y sedas  bizantinas de los santos. Pero (por esteta) predicador humilde de la justicia,  del bien para todos, de una vida más bella y más noble, tan lejana...
              Poeta Pablo, puro poeta sin ambiciones, es decir, con todas  las ambiciones del éxtasis. Encontrando, sin buscar demasiado. Enamorado de la  palabra repujada y hermosa, sabiendo que poesía es claridad y misterio, y que  nada excluye a nada, entre los buenos. Amigo y gustador de Ángel González, por  ejemplo, e igual de amigo y gustador de Antonio Gamoneda, digamos. Él es el  distinto, el otro camino -acaso la vía meridiana- que no cree en batallas por  tronos o tiaras literarias, y que no dará la razón a los ninguneadores que  actúan por bandería. (Lo siento por mi amigo el poeta canario, émulo de  Valente, que tanto cree en la lid y la espada. No es humanismo eso).
              Pablo García Baena -uno de nuestros grandes poetas vivos- es  lo opuesto al medro y a la cucaña. Ha elaborado lentamente y lujuriosamente una  obra lírica como los tapices que diseñaba él mismo en otro tiempo, cuando  Miguel del Moral le pintaba las cabezas de los príncipes y los ángeles. Una  obra perfumada de esmero, de perfección y de voluptuosidad masculina o de óleos  penitenciales. Siempre se le recuerda como uno de los artífices y diseñadores  de la revista Cántico, que acabó en 1957. Pero hay mucho más Pablo y mucho más  lejos: Fieles guirnaldas fugitivas, el reciente Los Campos Elíseos.  Impresionantes y sonoros versos por doquier: "Allí Venecia en el otoño adriático  / su veronés veneno verdeante...". La Venecia con la que también quisiera sucumbir el  anheloso de vida, que palpa muerte. Pero asimismo: "No era el amor y se  llamaba Antonio". La vida excelsa y cotidiana. 'Viernes Santo' en un  caleidoscopio de imágenes terribles y suntuarias. Don Luis, siempre el Don Luis  cernudiano: 'Excelso muro'. El zahareño alcotán, el hermoso neblí de esplendor  y niebla.
              Lo parece y es cierto: estoy reivindicando y abriendo un  pequeño frasco de aromas para Pablo García Baena, porque es mucho más que un  antiguo premio Príncipe de Asturias (1984) y mucho más, desde luego, que el  director emérito del Centro Andaluz de las Letras. Es -lo repito- uno de los  mayores poetas de la España  de hoy, de las Españas. Pero se le cita menos que a otros, o lo reducen a  Andalucía -no le importa- o le pintan como antiguo santurrón o antiguo  muchacho, en las pretéritas noches de la lujuria y el jazmín de Córdoba. Hay  para muchas anécdotas, y éstas (a la postre) elevan al personaje. Pero hay,  además, mucha excelencia, mucho vuelo de altura, gran poesía, escasa ambición  mundana, y todo ello -y su discreto nimbo de auténtica heterodoxia- cuadra mal  con el tiempo este. Por eso se comparó (pero no es del todo cierto) con el mal  comprendido Romero de Torres. Belleza, verdad, sensibilidad extremada. Poesía  luminosa y joyante, honda y refulgente. Alto, verdadero poeta. Que se siente en  los sillones de la primera fila, que elimine el mal de las batallas, que unja  un nuevo clasicismo algo preciosista. Toda buena poesía es un tesoro, y la de  Pablo es excelente. (Pepe Hierro no quería ir en ninguna antología en que no  estuviese Pablo García Baena. Un gran poeta que sólo ha pretendido poesía y  vida. Juntas. Inseparables. Misteriosa claridad. Llameante tiniebla).
              Luís Antonio de Villena 
              
              Dos poemas de Pablo García Baena 
              Otoño en Málaga 
              Huésped ligero el otoño  llega
  silencioso hasta Málaga.  Yo rezo
  por sus vendas benéficas  de lluvia
  fajando el dulce corazón  maltrecho
del verano y su carne.  Beso llamas
en las murientes hojas del  recuerdo.
              Adiós, fría glorieta.  Sobre el banco
                extiende octubre harapos  verdinegros.
              Caen frutos y pájaros. La  niebla
                cicatriza los besos.
               
              Gran Vía
              ¡EH, compañero! ¿Buscas
  al Cristo?, gritó  alzándose el mendigo
                predicador en su hacienda  de andrajos
                del banco donde duerme,
                a espaldas del benéfico  Caballero de Gracia.
              Tuve miedo en la noche,  por si fuera
                el Cristo mismo, ebrio,  quien me hablara,
                y lo negué tres veces.
              ***
              Pablo García Baena (Córdoba, 1923)  fundador y director de la revista “Cántico”.  Cursó estudios de Dibujo e Historia del Arte. En los años 40, conoce a Juan  Bernier quien orienta sus lecturas descubriendo a Proust, Juan Ramón Jiménez y  Cernuda. En el año 42 estrena en su ciudad natal su escenificación de cuatro  poemas de San Juan de la Cruz  y comienza a colaborar en el diario local con poemas y dibujos, firmando a  veces con una "E" mayúscula. Más tarde envía colaboraciones a  "El Español" y a "La Estafeta Literaria"  con su nombre o con el seudónimo de Luís de Cárdenas. En el año 47, tanto él  como Ricardo Molina concurren sin éxito al premio "Adonais" de  poesía. Este rechazo oficial los mueve a crear la revista "Cántico"  (1947) convirtiendo a Córdoba en la capital poética de Andalucía. En el año  1964, junto con otros amigos, viaja por la Costa Azul francesa, la Riviera italiana, Milán,  Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Capri, Atenas, Delfos, Athos, El Cairo y  Alejandría. A su vuelta en 1965 fija su residencia en Málaga, donde hasta hoy  reside. Fue Premio Príncipe de Asturias en 1984, año en el que también fue  nombrado Hijo Predilecto de la   Ciudad de Córdoba. Su obra ha sido recogida parcialmente en  Poemas (1975), Poesía completa (1982), Fieles guirnaldas fugitivas (1982) y Gozos  para la navidad de Vicente Núñez (1984).