Alberto da Costa e Silva






Fragmento  de  Heráclito

 Todos los días son iguales – el griego
y el niño que fui
siempre lo supieron.

Él lo pensaba; yo lo vivía,
amargo.

                  El sol
cegaba, en los techos.
Pero el niño de ayer, hoy,
cantaba.

 

Soneto  a  Vera

Estabas siempre aquí, en el paisaje.
Y en él sigues, en medio de este asombro
del tiempo que tan sólo es lo que fuimos,
un cielo quieto sobre el mar del día.

Súbitamente en despedida vives,
calma de sueños,  simple visitante
de aquello que te cerca y lo que queda
inmóvil en lo que es breve, poco e humano.

Las regatas al sol, de la penumbra
donde abría ventanas. Y de entonces
voy al campo de trébol, a tu espera.

Lo que pasa persiste en lo que tengo:
la ropa en el tendal, muro, palomas,
todo es eterno cuando lo miramos

 

5 de septiembre

Cuando nos crearon,
las manos del dios ya estaban
cansadas.

Por eso,
somos frágiles y mortales. Y amamos,
para rescatar lo que en el dios
fue sueño.

 

Imitación de Botticelli

Como la luz en una caja de naranjas,
o la lluvia sobre la mesa de verduras en el mercado,
desciende la mañana en este jardín, descalza,

y las flores que trae, en la involuntaria belleza,
parecen, contra su cuerpo de verano inflado,
musgo, limo, herrumbre, las heridas que los pájaros

abren en la corteza lisa y perfecta de un fruto.

 

 A un hijo que cumple dieciocho años

Antonio,
los dioses pintan mariposas
mas nosotros sabemos como
en los hombres sueñan
y sangran.

Existe el río.
Existe el campo. Existen
amapolas y un cielo temprano.
Existen el no y la páscua y la noche obesa
y  el ocio furioso. El iluminado
gusto de la fiebre y la herida existen.
Existen lo eterno y la sombra
de un cielo fosco y desierto
sobre cuando lo olvidamos.

Existen
veleros y sonámbulos, el día,
las escamas del pez, la alegría.
Existen la soledad – zambullimiento, asombro –
y el soñares contigo.
El dolor existe.

**

Antonio,
enséñame a no tener miedo
de caminar despierto
y a recibir el azote del éxtasis.

Devuélvame el espanto
frente a la iniquidad
y al rugir de la fiera.

Repón en mi la fuerza
de resistir a la fatiga
de tanto cielo y abismo.
Perdóname la tristeza,
como si fueras mi padre
y no mi hijo.
                     Usciamo
a riveder le stelle.

***              

Aparceros, Antonio, en secreto,
así de amor se viste el cuerpo.
Así se acuesta el cuerpo en la tristeza.
Así recoge el tiempo flores, en brazadas.

Todo es silencio, al reverso. La vida
es una vieja cansada. La vida encobre
el sol.
           Siempre ha sido pobre
la mano que traza este surco en el día,
este surco en lo oscuro,
incomprensible e inútil
como llevar un buey a pastar en la playa.

(Mas los dedos de la vieja  mueven los bolillos,
                                           y la luz vuela.)

 

 El  niño  a  caballo

(Fragmento 3)

La mano de mi padre en papel dibuja,
de un solo trazo, casi, el niño a caballo.

Sale de su mano mi mano a hacerle señas,
y va sobre el papel el niño en el caballo.

Lloro sobre le regazo del triste, ciego y huérfano
a todo lo que estaba atado a la vida, vivo,

mas sin sueño y sin carne, a hablarme sin nexo
sobre un cielo y un sol de que fue desterrado,

mas que ponía alrededor del niño a caballo.

El rostro largo y sólo, rasgado de arrugas,
la mirada a rever lo perpetuo que tenía

y que nunca me ha dicho, en su pensar cortado
del día en que vivía ( en convivencia rara

con la silla de brazos, el pijama, sus pájaros,
la ceniza y la rutina de estar muerto y despierto),

en el papel unía la mano a dibujar
a la mano que hacía señas al niño a caballo,

en este adiós en que estoy, desde entonces, a su lado,
el niño que vuelve, a llorar, a caballo.

Traducciones de Izacyl Guimaraes Ferreira.

 

Alberto Vasconcellos da Costa e Silva (São Paulo, 1931), uno de los más notables poetas brasileños contemporáneos, hijo del poeta simbolista Antônio Francisco da Costa e Silva, hizo sus estudios de primaria en un colegio de Fortaleza y de secundaria en Rio de Janeiro donde se diplomó en el Instituto Rio Branco en 1957. Doctor Honoris Causa en Letras de la Universidad Obafemi Awolowo de Nigeria, ha servido en su larga carrera diplomática a su país, en diversos destinos como  Lisboa, Caracas, Washington, Madrid, Roma, Lagos, Bogotá y Asunción, y en dos ocasiones ha presidido la Academia Brasileira de Letras. Su obra poética, publicada en varios volúmenes, ha sido recogida en español bajo el título de Poemas, con un prólogo y la traducción del peruano Carlos Germán Belli. En 1997 recibió el Premio Jabuti por su libro de poemas Ao Lado de Vera y antes había recibido el Premio Luísa Cláudio de Souza por As Linhas da Mâo (1978). Como historiador ha publicado libros sobre África como los monumentales A enxada e a lança: a África antes dos Portugueses (1992-1996) e As relações entre o Brasil e a África Negra, de 1822 à 1° Guerra Mundial (1996). Sus memorias están recogidas en Espelho do Príncipe (1994).