Legado de Sombras

La operación de sumirse en lo terrenal bajo la advocación a la Diosa Madre para, desde allí, desde “el lodo fétido del fondo”, alzar las semillas de luz espiritual, constituye un ritual de muerte y resurrección tan ancestral como ya clásico y mediterráneo. Desde las raíces de su ser galés y, por lo tanto, celta, Rowena funda su existir creando el gran círculo cósmico de lo terreno y lo espacial. Esta actitud poética arranca del yo, del ego, para liberarse del mismo, en una explosión de vivencia realista y transmutadora.

Por lo tanto, estamos ante una genuina expresión, un tanto salvaje, de poesía, entendiendo ésta no sólo como una artesanía del lenguaje y la complacencia confesional tan abundante - el poema del romanticismo y de la modernidad es mucho más egolatría que metáfora - , sino como una manifestación ritual antiquísima de renovación de la vida, consistente en el sacrificio del amante-flor en aras de la doble fecundidad de la Gran Madre Naturaleza: muerte y vida.

Dentro de ese marco a la vez realista y mítico, Rowena Hill bucea en ella misma, asciende, sale a la superficie, inicia la procreación y sacrifica con una nostalgia difusa y constante, acción-guerrera, al joven Eros carnal sometido a los cambios de estación.
……

En verdad, el sacrificio ritual del hijo amante-flor mueve a Rowena, simultáneamente, a un extraño realismo mítico sexual, orgánico y misterioso como el que expresa el poema titulado ‘Toro, luna’, y a una exasperación de maternidad telúrica destructiva como en ‘La Bestia’. Confiesa: “me dejo llevar / a la confluencia de los contrarios / y encuentro el amor / entre cuchillos y cenizas”. Sobre esta naturaleza femenina con algo de bacante y algo de guerrera, persiste ahora, en lo que llama su decrepitud, la lucidez de si misma en el tránsito cumplido:

No me hace falta mirarme en el espejo,
muestra sólo lo plano de la historia,
desde que mi edad engranó con la de la tierra
y compartimos nuestra decrepitud.

El Legado de Sombras de Rowena Hill, en definitiva, levanta hacia la inteligencia del lector posible, las huellas de sus pasos dentro de los espejismos que suscitan y las ácidas realidades que los extravían.

Juan Liscano