Celebraciones

Rowena Hill, galesa de origen, vive y escribe en Mérida, después de haber abandonado no sólo su país, sino su lengua, y prácticamente haber olvidado las tradiciones de nuestro tiempo para regresar, o intentar, mejor, una nueva comunicación, creando un lenguaje, con el paisaje que la adoptó.

Hace algunos años conocí a la señora Hill en su pequeña casa del Valle en Mérida. Sería el medio día cuando llegamos y tuvimos que buscarla cerca del río donde estaba paseando con sus perros y uno de sus caballos. Descalza, con los pies todavía húmedos a causa de sus travesuras con los animales en el agua, lo primero que nos comentó fue su estado de felicidad que vivía al estar en comunicación con la naturaleza, con el lenguaje total del cosmos. Ella era así un elemento más del mundo natural y no “el hombre” o “la mujer”. Sus hijos comparten también esa vida. Son parte del universo más que del mundo social.

Llegada la edad de la madurez, después de haber viajado por diversos continentes y escritos algunos ensayos eruditos sobre poetas anglosajones, especialmente Keats, la señora Hill, a medida que se descubría como un elemento de las aguas, el fuego, el aire y la tierra, fue escribiendo estos poemas cuyos ciclos están regidos por dos fases lunares: creciente y menguante, y que como astro que refleja luz, están escritos en estrofas (mejor sería decir stanzas) donde los objetos agregados al mundo aparecen y se disuelven en el texto.

Yo encuentro en estos textos mágicos de la señora Hill muchos de las calidades que han desaparecido en la poesía de hoy. La señora Hill nos permite saber cómo el poema, la lírica, no ha muerto. Y su generoso oficio, lejano del poder, aislado de las multinacionales de la poesía, nos concilia de nuevo con este oficio milenario que ha estado siempre en la manos de los desheredados, de quienes han vivido exilios, duros exilios ante el lenguaje corriente de sus tiempos; herejes cuya hoguera siempre ha sido una música que toca al desterrado de sí mismo, buscándose en las palabras para no perecer en la vigilia.

Estos poemas de la señora Hill no son de fácil lectura. Una primera mirada los hacer ver - dependiendo del ojo que los mira - aparentes. Una más memoriosa delectación nos depara jugosas frutas, viajes, tejidos, espejos, memorias de una vida entregada al equilibrio de las formas, a la búsqueda de un lugar de reunión con los seres que la han vivido. Rowena Hill celebra aquí las ascuas de una viva llama, su paso por el mundo.

Harold Alvarado Tenorio, Vanguardia Dominical, Bucaramanga, Octubre 4 1981