Celebraciones

La materia huidiza que compone este libro se sistematiza en tres secuencias fundamentales: identificación con la naturaleza, visión introspectiva, presencia de la soledad y muerte, y retorno dialéctico a la naturaleza. En su primera parte responde a una suerte de exaltación amorosa a lo elemental y cósmico - y sin tocar la oscuridad - eleva loas exultantes al sol engendrador o busca la invulnerabilidad infinita de la piedra, en franco desafío a lo temporal, perecedero. Esa tendencia manifiesta a trasladar el amor a la naturaleza emparenta su poesía con la de Emily Dickinson, en la cual el objeto poético se desvanece y deviene en atmósfera sugerente. En Celebraciones la visión panteísta emana como respuesta escéptica frente al hombre. Luego la luz se trastoca en sombra, la vida en muerte, transmutaciones corroboradas por la diosa de focas y luciérnagas, la sibila negra o la guardiana oculta, en sus disfraces luctuosos. Poesía compleja y contradictoria en sus significaciones: la claridad, como pudiera presumirse, no es vida plana, sino hundimiento y noche. Y si hay posibilidad de resurrección es a través de la identificación con lo inmutable y eterno, que la naturaleza propicia como presencia tornadiza. Lo vedado en la poesía de Rowena Hill es su capacidad de entrega; su proposición se acrecienta y fundamenta en el rechazo de la soledad. Penelope que busca su origen en las vidas, hilos dislocados en el vacío existencial. Alusiones nostálgicas a vivencias del pasado: símbolos intemporales, reyes desparecidos, coronas resplandecientes, dragones, sueños medievales y tormentos. Rowena Hill explora el paisaje del llano y aprehende en su poesía, rasgos de nocturnidad y transición de lunas que revientan horizontes e iluminan por dentro su vasta soledad.

En otros poemas surgen imágenes alquímicas que expresan el universo como espejo, inversión necesaria para percibir los ruidos del alma o el orden de oníricas geometrías.

No ha habido dificultad para que Rowena Hill - cosechadora de joyas elementales - en un idioma que no es el suyo haya logrado equilibrar la palabra no retórica, con la reflexión profunda. Y en medio de lo incierto, de la soledad cotidiana y opresiva, en los últimos poemas, retorna a la naturaleza donde encuentra su verdad primaria o la iluminación del ser, sin el carácter exultante de la primera parte del libro, solicitando, más bien las fuerzas elementales que le dan la vida trascendente.

Carlos Contramaestre, El Nacional, Caracas, 26 enero 1981