Neruda cumple 100 años

El arte ideal, arte universal o arte por el arte fue la consigna de Darío y los modernistas para sacar del pantano colectivisante los sentimientos y miradas de un individuo, refinado y subjetivo, que se expresaría con vigor cosmopolita gracias a las idealizaciones, el exotismo, la artificialidad y el preciosismo con que huía de la realidad positivista y tiránica de nuestras sociedades. El Modernismo, como el parnasianismo y el simbolismo al otro lado del océano, procuró en lo exquisito y lo raro, en las islas de Grecia y Japón, en los pabellones de Versalles y las pagodas chinas, un alejamiento de la vulgaridad del mundo real que los acercara, en la carne y el amor, lo ignorado y lo fatal, a un sentido moderno de la vida y de la muerte, pero sustancialmente de la belleza, como no se había percibido antes. Luego vendría el horror de la Primera Guerra Mundial, que hizo trizas la idea de una supremacía cultural de París y Berlín, y la fragmentación de «la cultura» en movimientos como el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el ultraísmo, el creacionismo y el surrealismo.
La Revolución Mexicana, la Primera Guerra Mundial y el Movimiento Estudiantil de Córdoba (1918) habían hecho que las ya centenarias repúblicas estuvieran menos inclinadas a aceptar la supuesta superioridad cultural de la civilización europea. En la década de los años veintes en todos los países los Istmos respondieron, con una creciente perspectiva continental, a la iconoclasia de sus pares europeos negando radicalmente el realismo y la razón, la lógica, la estrofa, el metro, la rima y la sintaxis y adoptando nuevos motivos surgidos de la vida citadina: la velocidad, las fábricas, los obreros, y el cinematógrafo.
Cuando Ezra Pound, una década más tarde, pidió la creación de un arte nuevo -«Make It New»-, apenas certificaba los cambios que habían sucedido desde finales del siglo pasado: el mundo del contrato social rousseauniano, optimista y liberal; la visión romántica de la naturaleza como un ser benigno y divino, habían sido transformadas por una centuria de desarrollo, la aparición de las grandes urbes, la vida hecha masificación y la evaporación de las viejas certidumbres cristianas.
Para Pound, las artes de este siglo tenían la obligación de adelantarse a su época, transformándose y transformando su propia naturaleza. Era necesario encontrar nuevos caminos, a través de la propia experimentación, descubriendo y disintiendo, a fin de liberarse de las estructuras del pasado. Había que abandonar el miedo a lo nuevo, a pronunciar nuevos nombres para las cosas, porque el mundo y sus cosas no eran más las mismas de ayer. Los artistas, «antenas de la especie», tenían que crear una nueva cultura rebelándose contra la existente, ser la vanguardia. Pablo Neruda3 nació a la vida y la poesía en los años de auge y decadencia del Modernismo, que había opuesto -desde finales del siglo XIX- un concepto aristocrático del arte a las cansadas realizaciones de los últimos románticos, servidores públicos de nacionalismos, liberalismos, costumbrismos y realismos.
En esos momentos de crisis llegó a Santiago a comienzos de los años veintes y publicó sus primeros libros. Allí leyó con detenimiento en Darío, Herrera y Reissig y Carlos Sabat Ercasty cuyas voces resuenan en La canción de la fiesta (1921) y Crepusculario (1923). El amor y la naturaleza se manifiestan en esos poemas a través de metáforas románticas. El sentimiento de soledad predominante es novedoso, especialmente en el segundo libro, que anuncia, a pesar del uso de formas y motivos tradicionales como el cuarteto alejandrino y los lamparios, ojivas, primaveras, amadas, Pelleas y Melisanda, Paolos y Helenas, la agonía del Modernismo. Neruda tiene los sentidos abiertos a una realidad no idealizada; ve las cosas y los asuntos con ojos cotidianos, fotográficos, con el oído, el tacto y el olfato en guardia ante el peso real del sonido que emite la pandereta de un mendigo ciego, ante el hierro, la ceniza, el yunque, los puentes de los ferrocarriles, el surco, los árboles, las playas, el agua lluvia, el agua río, el agua mar, el agua lágrima y los gestos del cuerpo: el amor y el dolor de amar. El poeta fija las palabras en los pájaros, los insectos, los huevos de perdiz, la cicatriz en la cara de alguien, las tarjetas postales, el olor de la madera, el color de los copihues, el sabor de la carne de cordero, colocándose a buena distancia de la literatura rubendariaca de entonces. Belleza y fealdad, nobleza y bellaquería se dan cita por igual en Crepusculario expresando el fluir de una vida hecha de inmediatez y vulgaridad. López Velarde, Vallejo y Eliot habían hecho otro tanto entonces, estableciendo nuevas voces y caminos a la poesía en Occidente.

Las ciudades -hollines y venganzas-
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas,
el jefe de ojos turbios.

. . . Sangre de un arrebol sobre los cerros,
sangre sobre las calles y las plazas,
dolor de corazones rotos,
pobre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal como una
mano helada que tienta en las tinieblas;
sobre sus aguas
se averguenzan de verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
detrás de las ventanas luminosas,
mientras afuera el viento
lleva un poco de barro a cada rosa.

. . . Lejos . . . la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo ¡el campo verde! en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.

(Barrio sin luz, fragmento)

Más lejano del Modernismo es Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) donde la carne es cuerpo entero y geografía de caminos, montes y abismos. Una naturaleza animal preside su tono cuando equipara la mujer y la tierra, las estaciones del amor y las del año. El procedimiento esta vez da forma a los sentimientos colectivos en la transfiguración de los propios mediante un ritmo y melodías que sirven al lector para fabricar sus propias evocaciones. Por vez primera, en español, un poeta hablaba el lenguaje de sus anónimos y masivos lectores. Jaime Concha ha sostenido que

si hay algo que representa la poesía de los Veinte poemas, si hay algo que determinó una lectura tan extendida en los países del continente, no es otra cosa que el eros de la pobreza, un amor a la medida de la clase media.

Lo que explicaría su éxito a través de los años en sucesivas y millonarias ediciones.
Neruda vivió durante cinco años en el Oriente en soledad, acompañado por un perro, una mangosta y el amor de una joven birmana: Josie Bliss. Esos fueron los años de composición de Residencia en la tierra, publicado en Santiago en 1933 en una edición de lujo de cien ejemplares y reeditado en Madrid, en dos tomos, a finales de 1935. Residencia en la tierra, con cincuenta poemas escritos durante diez años (1925-1935), estableció a Neruda como el mejor testigo de su tiempo: la pasión, la angustia, el tedio y la soledad del hombre en los años de entreguerras están allí retratados en ese itinerario de la descomposición y la decadencia de un mundo y una vida ineludibles. Tierra sin sentido hecha de despojos inesperados: bodegas, ropa interior, pianos deshechos, casas de salud, baba y botellas. Cada gesto, cada rostro es un signo de la destrucción por la muerte: los hombres y sus esfuerzos, las estrellas, las olas, las plantas en sus parábolas diurnas y nocturnas, el paso de las nubes, el amor, las máquinas, la ruina de los objetos cotidianos, la lima del orín, la vejez, delatan el trabajo de la muerte. El mundo hecho cosa y asunto de comercio; una realidad desintegrada que iba quedando también en el jazz, el cubismo y el expresionismo. Escrito en una época desdichada y agónica, la ironía de las ideologías haría que Neruda rechazara, este su libro más importante.
Neruda se ha referido en sus memorias a la época en que escribió Residencia en la tierra. Dice que la verdadera soledad la conoció en Wellawatta,

algo duro como la pared de un prisionero, contra la cual hay que romperse la cabeza, sin que nadie venga aunque grites y llores [...] Mi vida oficial era inexistente. El quehacer llegaba una sola vez cada tres meses, al arribo de un barco de Calcuta, que transportaba parafina sólida y grandes cajas de té para Chile. Afiebradamente debía timbrar y firmar documentos. Luego, otros tres meses de inacción, de observación solitaria de mercados y templos. Esta es la época más dolorosa de mi poesía.

Caballo de los sueños, Unidad, Sabor, Fantasma, Colección nocturna, Juntos nosotros, Entierro en el este, Caballero solo, Ritual de mis piernas y Tango del viudo son algunos de los prestigiosos e inigualables poemas de este libro capital, escrito -entre ingleses vestidos de smoking e hindúes desconocidos, rodeado de un aire azul y arenas doradas, con la conciencia plena de que ni las víboras y los elefantes milenarios de la selva profunda, podían negarle la visión de millones de seres que cantaban y trabajan junto al agua de los grandes ríos o dormían desnudos en cuerpo y alma bajo las inmensas estrellas.
En Rangún Neruda conoció a Josie Bliss, la celosa muchacha que le inspiraría uno de sus más bellos poemas de amor: Tango del viudo. Según ha confesado fue tanta su comprensión del alma y la vida de las gentes orientales, que terminó enamorándose de una nativa que vestía como inglesa, pero que en la intimidad de su casa se despojaba no sólo de su nombre de calle sino de la ropa occidental para usar un deslumbrante sarong. Josie Bliss enfermó de celos. «De no ser por eso, tal vez yo hubiera continuado indefinidamente junto a ella. Sentía ternura hacia sus pies desnudos, hacia las blancas flores que brillaban sobre su cabellera oscura». Odiaba las cartas que llegaban al poeta del otro lado del mundo; escondía los mensajes, miraba con rencor el mismo aire que rodeaba a Neruda, llegando incluso, una noche, vestida de blanco y empuñando su largo y afilado cuchillo, a pasar horas alrededor de la cama del poeta meditando su muerte. Tango del viudo , «trágico trozo de mi poesía destinado a la mujer que perdí y me perdió porque en su sangre crepitaba sin descanso el volcán de la cólera»:

Oh Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre,
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
de las venosas fiebres que me hicieron tanto daño
y de los espantosos ingleses que odio todavía.

Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
a almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
tiro al suelo los pantalones y las camisas,
no hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánto sombra de la que hay en mi alma daría por recordarte,
y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.

Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
el cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
de los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
y la espesa tierra no comprende tu nombre
hecho de impenetrables substancias divinas.

Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
recostadas como detenidas y duras aguas solares,
y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
y el perro de furia que asilas en el corazón,
así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
el largo, solitario espacio que me rodea para siempre.

Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiración
oída en largas noches sin mezcla de olvido,
uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo
y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
substancias extrañamente inseparables y perdidas.

El segundo de los volúmenes de Residencia en la tierra publicados en Madrid incluye poemas que también gozaron de gran popularidad como Barcarola, Entrada en la madera, Walking around, Agua sexual, Oda a Federico García Lorca, y el homenaje al Conde de Villamediana: El desenterrado, que junto a Las furias y las penas (1939) cierran el ciclo surrealista de su obra. En todos ellos rechaza la sociedad y la racionalidad mediante el fluir subconsciente y espontáneo de la voz; la vida carece de lógica, un definitivo ordenamiento de la realidad no existe. Pero en las tres últimas partes de Tercera residencia (1947) la poesía política se impone. Nada de melancolía o aislamientos, ni caos, ni destrucción del mundo, ni falleceres eróticos. La Guerra civil española y la Segunda guerra mundial le llevaron a escribir Reunión bajo las nuevas banderas, con una poesía impura, material, que estaba anunciada en Cantos materiales, publicados el mismo año de su arribo a España y como homenaje al poeta de los escritores españoles. Quiere Neruda ahora una poesía

gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley». «Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.

A finales de la Guerra Civil Española fue publicado, en un viejo monasterio cerca de Gerona por los miembros del Ejército del Este bajo la dirección de Manuel Altolaguirre, España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1938). Es uno de los libros con más rara historia. Su papel fue fabricado con trozos de banderas enemigas y ensangrentados uniformes bajo continuos bombardeos; los pocos ejemplares que lograron salvarse fueron conservados por sobrevivientes que cruzaron la frontera francesa. Quizás como ningún otro acontecimiento de su vida, la Guerra Civil Española marcó el alma del poeta. De allí que el tono de este libro sea, más que ideológico, personal, de odio y rencor contra aquellos que le arrebataban a sus amigos, a Federico García Lorca y las ciudades españolas, Madrid, que tanto amó:

Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.

Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?

Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!

***
Un plato para el obispo, un plato triturado y amargo,
un plato con restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,
un plato sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato para el obispo, un plato de sangre de Almería.

Un plato para el banquero, un plato con mejillas
de niños del Sur feliz, un plato
con detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,
un plato con ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato negro, un plato de sangre de Almería.

***
Sí, un plato para todos vosotros, ricos de aquí y de allá,
embajadores, ministros, comensales atroces,
señoras de confortable té y asiento:
un plato destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,
para cada mañana, para cada semana, para siempre jamás,
un plato de sangre de Almería, ante vosotros, siempre.
(fragmentos)

Publicado por primera vez en 1950, Canto general fue durante muchos años uno de sus más celebrados libros. Durante once años fue levantando el extenso texto, formado por las secciones La lámpara en la tierra; Alturas de Machu Picchu; Los conquistadores; Los libertadores; La arena traicionada; América, no invoco tu nombre en vano; El fugitivo; Las flores de Punitaqui; Los ríos del canto; Coral de Año Nuevo para la patria en tinieblas; El gran océano y Yo soy. Bajo la influencia de los muralistas mexicanos, que había conocido y admirado personalmente durante su estadía en aquel país, Diego Rivera, Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, Neruda decide hacer una historia de América teñida de las visiones de amor y odio que por hechos y personajes había configurado en sus cuarenta y seis años: América como campo de batalla entre los nativos, unidos en el amor por la tierra y si mismos, y aquellos que desean y han logrado humillarla y expoliarla. El poema se inicia con el encomio a la tierra y los seres que la habitaban antes del «descubrimiento» y la conquista. De un lado están los aborígenes y aquellos que comprendieron con amor el nuevo mundo: Bartolomé de las Casas, Alonso de Ercilla, San Martín, Bolívar, Lincoln, Martí, el huelguista preso o el ejidario de Sonora. Del otro, los representantes de la codicia: Colón, Cortés, Rosas, García Moreno, Somoza, Trujillo, la Anaconda Copper Minning o la United Fruit Company. Enfrentamiento que se resolverá a favor de los primeros, siguiendo con este planteamiento las ideas de muchos otros latinoamericanos de su tiempo como Vasconcelos, Mariátegui, González Prada, Haya de la Torre, Ponce, etc., incluso Rodó y el último Darío. Canto general también puede ser leído como una cosmogonía sobre el origen, creación y desarrollo del hombre latinoamericano. Neruda canta a la vida y al triunfo sobre tantas y variadas muertes que nos han amenazado.
Las partes II y XIV son los poemas mejor logrados de toda su producción posterior a la poesía surrealista y amorosa. Invitado por el gobierno de Perú en 1943 Neruda visitó las ruinas de Machu Picchu, la antigua ciudadela preincaica construida a 2.400 metros de altura sobre los Andes, asomada al cañón del río Urubamba. Descubierta en 191l por el arqueólogo Hiram Bingham, es desde entonces símbolo del remoto pasado abolido, pues ni españoles ni incas parecen haberle conocido. Dos años después de la visita escribió los doce cantos que conforman esta cumbre de la poesía. Cuenta en ellos cómo ha gastado los años de su vida deambulando por los pueblos del mundo, enfermo de soledad y sediento de amor, hallando sólo muerte. Quiere compartir esas muertes y descubre que todos desean apenas morir su triste muerte solos. Entonces asciende a las antiguas ruinas y descubre que no hay mas que una vida y una muerte, ni tuya ni mía, sino de todos, la de la madre del caimán, la del pétalo, la de la flor del agua, la de mil cuerpos negros de lluvia y noche cuya sangre corre por nuestras venas y hablan por nuestras bocas. Un ascenso desde las moribundas ciudades, hasta la ciudad de los muertos, para descender de nuevo a la vida y al futuro.
La intimidad de Neruda con el océano Pacífico le dictó El gran océano, donde reconstruye míticamente la misteriosa Rapa Nui o Isla de Pascua con su estatuaria mohai labrada en piedra de lava volcánica; establece un diálogo con las profundidades abismales; dedica poemas a los pájaros marinos, a los habitantes de las costas y de los suelos del mar, con una riqueza verbal y conocimiento espléndidos. Neruda habla además de los barcos, los marineros, las piedras y hace el elogio de la noche marina, la otra noche del mundo:

¿Quién eres? Noche de los mares, dime
si tu escarpada cabellera cubre
toda la soledad, si es infinito
este espacio de sangre y de praderas.
Dime quién eres, llena de navíos,
llena de lunas que tritura el viento,
dueña de todos los metales, rosa
de la profundidad, rosa mojada
por la intemperie del amor desnudo.

En 1961 Neruda incorporó a Canto general, Canción de gesta, un poema sobre la revolución cubana, declarando su profesión de fe latinoamericanista y su partidismo por los desposeídos:

Americano soy de padre y madre
nací de las cenizas araucanas,
pues cuando el invasor buscaba el oro
fuego y dolor le adelantó mi patria.
En otras tierras se vestía de oro:
allí el conquistador no conquistaba:
el insaciable Pedro de Valdivia
encontró en mi país lo que buscaba:
debajo de un canelo terminó
con oro derretido en la garganta.
Yo represento tribus que cayeron
defendiendo banderas bienamadas
y no quedó sino silencio y lluvia
después del esplendor de sus batallas,
pero yo continúo sus acciones
y por toda la tierra americana
sacudo los dolores de mis pueblos,
incito la raíz de sus espadas,
acaricio el recuerdo de los héroes,
riego las subterráneas esperanzas,
porque, de qué me serviría el Canto,
el don de la belleza y la palabra
si no sirvieran para que mi pueblo
conmigo combatiera y caminara?

Cientos de poemas y numerosos libros continuaron la labor de Neruda hasta su muerte. Neruda, más que un poeta, es un cosmos, y su exploración corresponderá al río del tiempo. Su trágica muerte, en los primeros días de la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet, desmintió a sus detractores: la poesía tenía que seguir estando de parte del hombre.

Harold Alvarado Tenorio