El encantado ejercicio de la palabra

Siempre pensé que no me sería fácil entrevistar a Nancy Morejón. Y lo digo no en un sentido estrictamente personal, pues Nancy es la dulzura y la amabilidad hecha persona, sino en lo concerniente al tejido de su importante obra literaria y de promoción cultural, lo cual me obligaba, en aras de abarcar las zonas más significativas de ese quehacer, a leer y revisar mucho de lo hecho por la hoy flamante Premio Nacional de Literatura 2001. Así lo hice, pero al final de ese proceso de lecturas, caí en cuenta de que las preguntas que me propondría -y sus respuestas, por supuesto- iban mucho más allá del espacio que comprende la sección La voz del escriba. Entonces, traté de que el cuestionario fuese en búsqueda de cuestiones esenciales dentro del intrincado laberinto que es, sin duda alguna, la labor creadora de Nancy, capaz de moverse con soltura tanto en la poesía como en el ensayo, la investigación sociológica y etnocultural, la traducción, y el ejercicio de la palabra viva, pues a veces se olvida su participación como conferencista y ponente en importantes eventos literarios y académicos, dentro y fuera del país, todo lo cual se traduce en una obra múltiple y de variadas resonancias. Y todo debía hacerlo abusando, literalmente, claro está, del escaso tiempo de que disponía Nancy -en los agitados días de la Feria del Libro- para sentarse al ordenador y responder mi cuestionario, en medio de viajes a diferentes provincias del país que le extendieron invitaciones, y a las que accedió con su característica gentileza. Pero, para fortuna nuestra y de los lectores de La Letra del Escriba, aquí está Nancy Morejón haciendo uso de lo que ella misma ha denominado como el encantado ejercicio de la palabra.

Siempre hay para todo un inicio, y yo quiero ir al inicio del inicio, es decir: ¿cómo, y bajo cuáles circunstancias, nació en ti la necesidad de escribir?

Como he dicho en otras ocasiones, me aficioné a la escritura desde que tenía nueve años. No puedo precisar el momento exacto. Mi madre me había enseñado las primeras letras en una cartilla que comenzaba: "Cristo A B C..." Acostumbraba a sentarme a contemplar esos paseos que las hormiguitas suelen dar cuando descubren un botín. Me fascinaba mirar el desfile y, enseguida que aprendí a leer de corrido, mis ojos acompañaban a las hormigas mientras alternaba con la lectura de algún cuento infantil o la revista Bohemia a la que estaba suscrito mi padre y que yo esperaba, como una golosina, todos los viernes. Cuando se retrasaba su llegada, era como si hubiera ocurrido una pequeña tragedia.

Entre tu primer poemario, Mutismos, publicado por las Ediciones El Puente en 1962, y La Quinta de los Molinos, publicado por Letras Cubanas en el año 2000, median casi cuatro décadas. ¿Cómo se ve a sí misma Nancy Morejón después de 40 años de ejercicio poético? ¿Qué puede haber de común y de diferencia entre ambos momentos?

Hay un largo período entre una fecha y otra. Naturalmente, en ese arco, el lector y los críticos deben de haber advertido una diversidad de formas, algunos temas recurrentes. Ojalá que el conjunto no haya resultado monótono. Si es así no me lo propuse. Ojalá que hayan encontrado algún atractivo y si es así me complace pero no me lo propuse tampoco. Una escribe porque no le queda otro remedio. A veces hasta he intentado entrar en mundos que, en apariencia, no me son afines. Por supuesto, hay similitudes y diferencias. Creo que la similitud está en que siempre he necesitado escribir sin darle mucha importancia a los móviles de mi escritura. He admitido que el proceso creador en literatura conlleva un elemento irracional, fuera del control de los escritores. No puedo ser la misma persona del 62 ahora, el primero de marzo del 2002. Sin embargo, la persona y la escritura fueron perfilándose, integrándose y lograron aunar fuerzas para seguir existiendo. El rasgo más sobresaliente de ese período es su regularidad, su deseo de fijar el amor a ciertas cosas nuestras, a nuestra gente, a nuestro país.

En 1966 te graduaste en la Universidad de La Habana con una tesis sobre la obra del gran poeta martiniqueño Aimé Césaire. Desde entonces, las literaturas del Caribe han formado parte de tu labor como estudiosa y promotora, destacando tus traducciones de autores como Jacques Roumain, René Depestre, Edouard Glissant, Ernest Pepin y Jayne Cortez, entre otros. ¿Por qué tu predilección por el Caribe?

Porque era una noción verdaderamente ajena y extraña al mundo en que me formé, sobre todo en los años iniciales de mis estudios de primaria e, incluso, del bachillerato. Solo conocimos esa expresión a mediados de los sesenta. Yo descubrí el Caribe gracias a la publicación en Cuba de Los condenados de la tierra, de otro gran martiniqueño, Frantz Fanon cuya obra había dado a conocer entre nosotros el Che Guevara. En esta obra fundacional, Fanon citaba copiosamente versos de Césaire que me hicieron cambiar de elección en cuanto a tema para la tesis. Yo iba a escribir sobre Rimbaud cuya obra traducía con mucho interés por aquel entonces. Algo se me reveló de forma espontánea gracias también a la celebración en La Habana de uno de los primeros congresos culturales de carácter internacional. Cuba formaba parte de América Latina pero sus vecinos más cercanos y legítimos eran las islas que conforman la cuenca del Caribe. Desde entonces no pierdo oportunidad de traducir y de dar a conocer a autores de gran valía de estas regiones sobre todo aquellos cuyas obras se han producido en francés y en inglés. Por eso me ha complementado tanto mi labor en la Casa de las Américas donde trabajo al frente del Centro de Estudios del Caribe. Allí hemos logrado difundir en Cuba ese Caribe al que pertenecemos, cuya literatura es una de las felicidades del hemisferio occidental. Precisamente, en esta XI Feria Internacional del Libro de La Habana, auspiciados por el Fondo Editorial de la Casa -que preside Pablo Armando Fernández- conjuntamente con la Embajada de Francia, vieron la luz tres libros breves de dos martiniqueños: Edouard Glissant y Patrick Chamoiseau así como de un guadalupeño, Daniel Maximin. Las traducciones de Lourdes Arencibia y Aitana Alberti son ejemplares. Amo la traducción igual que Casal amaba las japonerías. O como Martí que encontró en la traducción una forma de restaurar sueños ajenos que se vuelven nuestros a fuerza de domesticarlos mediante el encantado ejercicio de la palabra.

Al analizar tu obra publicada a lo largo de 40 años, llama la atención un libro que es casi como una rara avis, un texto que pocos recuerdan hoy. Esa obra es Lengua de pájaro: comentarios reales, que data de 1971, escrita en colaboración con la historiadora Carmen Gonce, en la cual se cuenta la historia de la Nicaro Nickel Company, y que, de alguna manera, nos dio una faceta diferente de la Nancy Morejón que todos conocemos. A tres décadas de aquella experiencia, ¿qué recuerdas con mayor satisfacción, y qué aportó esa etapa a tu vida personal y profesional?

Es muy acertada tu definición de rara avis. Fue un libro que emprendimos con gran decisión, desinterés y entrega a la investigación muy atenta al ritmo de lo que conocemos hoy como tradición oral y con el firme deseo de hablar de las gentes sin historia, de entrar en esa suerte de paraliteratura que es el llamado género testimonio. Su estructura y todo el aliento que lo recorre recrean el habla popular de la región así como una serie de hechos fabulosos ligados a la épica de la guerra de liberación. Queríamos contar la historia por sus más humildes protagonistas, una historia asentada en universos locales, de esos extraños pueblos que había diseñado para nuestra poesía Eliseo Diego. Fue una experiencia insustituible porque aprendimos a conocer otra Cuba, esas zonas recónditas de Oriente que para Pablo de la Torriente Brau eran "otro país" dentro del nuestro.

Revisando algunos textos tuyos, encontré que en el número 2 de la Revista Unión de 1982, dedicado al aniversario 80 del natalicio de Nicolás Guillén, escribiste una crónica donde evocabas tu primer encuentro con el poeta de Motivos de Son. De esa crónica son estas palabras: "Solo por Guillén, por haber palpado su circunstancia en La Habana y Camagüey, me hubiera gustado nacer muchos, muchos años atrás, para haber convivido todo un pasado que, no por menos dramático, debió ser menos interesante y aleccionador". Hoy, 20 años después de aquella sentida evocación, ¿sigues pensando igual?

Yo creo que sí. Durante los años treinta, Cuba vivió en una efervescencia de la que irradia todavía una riqueza que ha perfilado el siglo XX recién terminado. Había una luminosidad extraordinaria sobre todo en cuanto a nuestro ser social y al espiritual. En esa etapa cuajaron los rasgos más perdurables del carácter nacional y se identificaron en un lenguaje verdaderamente seductor la vanguardia artística y la política. Esos contextos ejercieron una gran atracción sobre mis intereses y siempre encuentro lecciones ejemplares leyendo el periodismo de la época -fuera costumbrista o no-, las polémicas en todos los terrenos y ese ánimo indoblegable de los intelectuales más destacados por sembrar ideas de pertenencia junto a ideales de justicia social. En el seno de este momento se esclareció también la función social de la literatura no como un producto subordinado a programas políticos sino como una emanación bien independiente. Allí se crearon las bases para ulteriores expresiones artísticas del más alto rigor.

Permíteme acudir a las estadísticas para formular la próxima pregunta. En relación con el Premio Nacional de Literatura, eres la quinta mujer a quien se le otorga, antecedida por Dulce María Loynaz, Dora Alonso, Fina García-Marruz y Carilda Oliver Labra, además de que has sido, entre ellas, la que lo recibió con menos años de edad. ¿Cómo valoras esa circunstancia, y cómo te ves dentro del conjunto de esas escritoras?

Eso quiere decir que, en la actualidad, hay circunstancias sensiblemente favorables a la promoción y apreciación de la escritura femenina cuya tradición naciera entre nosotros durante el siglo XIX y que tuvo como gran figura a Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Ha llovido bastante desde entonces.

Hoy por hoy es inútil negar, desatender o evadir la explosión de la poesía escrita por mujeres con temas relacionados con su propia conciencia existencial, lírica o social. Yo me siento heredera de esa tradición; a todas les debo mucho y, más allá de cualquier preferencia, agradezco la dedicación y la entrega con que todas enfrentaron el hecho poético. En mayor o menor medida, esa explosión literaria reclama observación, estudio, difusión. No cabe duda. Los nombres que has mencionado son estremecedores y han contribuido de manera firme a esa explosión de la que hablamos muy ufanas las escritoras contemporáneas cubanas. Si es justo advertir este fenómeno en la poesía, habría que aceptar que la narrativa ha experimentado un punto de giro irreversible que ha refrescado y ha hecho reverdecer nuestra literatura más joven.

Por una de esas extrañas asociaciones de la vida, recibiste el Premio Nacional de Literatura en el año en que conmemoramos el Centenario del natalicio de Nicolás Guillén, quien fue, a su vez, el primero en recibirlo en 1983. Tú, que has sido tan afín a Nicolás, además de ser una de las más dedicadas estudiosas de su obra, ¿qué podrías decirme de esta suerte de "azar concurrente", como habría advertido Lezama?

Lezama era muy sagaz en sus apreciaciones por metáforicas que pudiesen parecer. Tenía una gracia especial para percibir fenómenos de los procesos de gestación literaria. Yo creo que ese azar concurrente ha permitido esta coincidencia casi milagrosa. Lo que importa es que en mí se bifurcan dos modos, dos misterios de esa poesía insular en la que anduvieron con sus respectivas cabezas bifurcadas los poetas del son entero y los de dador. Lo demás lo dirán la vida, los críticos, los lectores.

Ahora, un par de preguntas que son ineludibles: ¿cuáles son tus preferencias literarias y cuáles autores han ejercido mayor influencia en tu vida y en tu obra?

Mis preferencias literarias son diversas, han ido cambiando con el tiempo y no me apena decirlo. Alguien que tenga como oficio el de la traducción aunque no dependa de él para sobrevivir está obligado a leer en el idioma del que traduce. Tengo una preferencia literaria por la literatura de mi especialidad que es la de expresión francesa, se produzca en Europa, en las Antillas, en África, en Indochina. Leo mucho en los idiomas con los que trabajo. El éxito de un título a veces obliga a leer cosas insospechadas. Otras es maravilloso adentrarse en un autor desconocido que disfrutó de una opacidad significativa, al punto que solo por ello nos invita a una lectura detenida. Leo y escribo sin que se detenga jamás ese acto de retroalimentación. Me gusta la antropología social, la filosofía y hasta la literatura de cordel brasileña cuando hay algo que me atrapa.

Para concluir, una pregunta que apunta hacia el porvenir: ¿cuáles proyectos y qué nuevos libros aguardan por Nancy Morejón?

Unos cuantos. En principio el proyecto de poner en orden mis papeles, que son pequeñas tongas regadas por varios sitios de la ciudad. Entre ellas hay varios volúmenes acumulados sin rostro. Como cada libro trae su rumor, como decía Marguerite Yourcenar, intentaré reescribir algunas cosas. Quisiera luego hacer una o dos investigaciones sobre autoras cubanas que vivieron en la más entrañable opacidad. Por el momento, no pienso dejar de traducir ni de leer.

Gerardo Soler Cédre