José Manuel Caballero Bonald






Barranquilla, la nuit

Cuerpo inclemente, circundado
por un vaho de frutas, desguazándose
en la tórrida herrumbre
portuaria,
¿no eran
los labios como orquídeas
mojadas de guarapo, no tenían
los ojos mandamientos de cocuyos
y allí se enmarañaban
la excitación y la indolencia?

Mórbida efigie de esmeralda
y musgo, entrechocan sus pechos
entre la mayestática cochambre
de la noche.

Desnuda
antes que alerta y disponible,
desnuda nada más, desmemoriada
sobre un cuero de res, el vientre
húmedo de salitre y en el cuello
el amuleto pendular de un dado
cuyo rigor jamás aboliría
los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta
como un sesgo de iguana, surca
los fosos coloniales, deposita
en las inmediaciones del marasmo
una aromática cadencia
a maraca y sudor y marigüana,
mientras cumple el amor su ciclo
de putrefacta lozanía
en el nocturno ritual del trópico.

Renuevo de un ciclo alejandrino

Pos los feudos del río
Guadalete, ya en las cercas
de espinos del cañaveral
del Charco, aún subsisten
los ruinosos porches
de una casa de postas convertida
hoy en mesón, equívoco refugio
de yegüeros y gente
trashumante. Todos buscan allí
lo que no falta nunca:
el mal vino del pago de Aznalcóllar
y la inerte muchacha
que vende al transeúnte su miseria.

En el pino terrado alquilan
una sucias yacijas, separadas
por trémulos tabiques de latón
y arpillera. Y entre un denso
vaho de mazorcas y un hedor
inconsolable a cama, yace
la mercancía repartida
en dos bultos iguales de letargo
esperando que suba el comprador.

Desde el cubil se oyen
pasar a los que vuelven de la escarda
o van de anochecida a rebuscar
espárragos. Llegan las voces
de Joaquín, el del pies
ligeros, y de Onofre, hábil
en el manejo de la hoz, y de Ana,
la de ojos de novilla, y de Miguel,
domador de caballos. Todos
acuden al señuelo de los porches
antes de vadear las aguas
del Escamandro azul, del Guadalete
de envinados reflejos, fijos
los ojos en las cóncavas
manos, como abrumados todavía
por la insaciable cólera
del investido de poderes.

Y aquella última vez
hasta el sórdido cuarto descendió,
semejante a la noche, Constantino
Cavafis, el secreto hijo
de Calímaco, repitiendo
desde un lúbrico fondo de algodón
y sangre, estas aladas palabras:
en todo el universo destruiste
cuanto has destruido
en estas angosta esquina de la tierra.

Gestión de simulacros
es la verdad vivida: breve
como la fraudulenta desnudez
de la carne, centellea en lo oscuro
el tálamo de Ítaca, ya lejos
la taciturna orilla de Aznalcóllar.
Mas no por rehacer impunemente
la infracción de una historia, impuso
al maltratado cuerpo su sentencia
el implacable oráculo, sino
por rescatar el heroísmo
de una epopeya oculta en un tugurio,
pérfido rastro de sustituciones
que ahora acude
y permanece en el poema.

José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926- ), hizo estudios de  Náutica en Cádiz y Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Profesor en la Universidad Nacional de Colombia y Brynn Mawr College de Pensilvania, viajó por diversos países hispanoamericanos hasta el año 1963, cuando regresó a España. Fue encarcelado en varias ocasiones por su oposición al franquismo  y en 1971 empezó a trabajar en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, donde permaneció hasta 1975. Miembro de la llamada Generación del Cincuenta, entre sus libros figuran libros capitales de la poesía española contemporánea como Descrédito del héroe (1977) o Diario de Argónida (1997). Su obra poética ha sido reunida en Somos el tiempo que nos queda (2004) y antologada en Summa vitae (2007). Novelista y memorialista, algunos de sus títulos son Dos días de septiembre (1962), Ágata ojo de gato (1974), Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001). Mar adentro (2002) es el resultado de una vieja pasión del autor por la navegación. Caballero Bonald ha escrito, además, varios libros de ensayo de diversos temas, como Breviario del vino (1980), Luces y sombras del flamenco (1975) o Sevilla en tiempos de Cervantes (1991) y recibido  premios y distinciones como el Premio de la Crítica, en dos ocasiones; el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2004; el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2005 y, en 2006, el Premio Nacional de Poesía.