Una mujer apasionada

Carmen Barvo fue una de las mejores amigas y confidentes de la poeta María Mercedes Carranza.

Ambas hicieron parte del ‘grupo Promasa’, compuesto por mujeres de la cultura. Por primera vez, Carmen, en una especie de conversación consigo misma, describe a María Mercedes con una mirada dolida pero sincera, a través de la historia del famoso grupo alrededor del que estuvieron muchos personajes de ayer y de hoy.

Conocí a María Mercedes en el año 78, recién fundada la librería La Loma, de la cual yo era directora-propietaria. La librería quedaba en el primer piso de la galería Garcés Velásquez, de una de mis amigas, Asenet Velásquez. Un día María Mercedes llegó con Asenet a La Loma y recuerdo que tenía un gesto muy hosco. Con el tiempo entendí que ese gesto era producto de su timidez y rezago de su infancia en España, donde la gente es seca en el saludo y en el trato con los demás.

Ella empezó a frecuentar la librería con su padre, el maestro Eduardo Carranza, y con Melibea, su hija, que debía tener en ese momento como tres o cuatro años.

Recuerdo que el maestro Carranza llevaba a Melibea los sábados, con una ruanita puesta. Un día me di cuenta de que Melibea se llevaba los libros que le gustaban debajo de la ruanita, con la complicidad del maestro. Cuando le conté a María Mercedes le pareció divertidísimo y me dijo que ella me pagaba después pero que no detuviera a la niña en la puerta. Eso fue motivo de varias peleas entre nosotras porque yo no estuve de acuerdo.

La época de la librería fue de cultura, de bohemia y de parranda. El grupo de amigas quedó finalmente conformado por María Mercedes, Asenet, Pilar Tafur, esposa de Daniel Samper y Martha Alvarez, quien estaba casada con Juan Samper, el hermano de Daniel. Juan fue el que nos bautizó ‘grupo Promasa’, en una alusión burlona que en vez de molestarnos nos divertía. Salíamos de fiesta desde los jueves, cuando muchos amigos llegaban a averiguar dónde era la rumba. Entre ellos, me acuerdo de Ruddy Hommes, Pedro Gómez Valderrama, Rogelio Salmona, Camila Loboguerrero, Hernando Téllez y por supuesto, Daniel y Juan Samper. También venían a buscarnos Pacho Norden, Patricia Hoher, Carlos Castillo, Moisés Melo, Mario Rivero, Luis Alfredo Sánchez, Daniel Winograd, entre otros. Y muchos artistas como los Amaral, Luis Caballero, Victor Laignelet, Feliza Burztin, Hernán Díaz...

No era extraño que María Mercedes se disfrazara en las fiestas. En la mitad de la rumba desaparecía y después nos sorprendía desfilando con una falda de lentejuelas, abierta hasta la mitad de la pierna. Y nos cantaba La Violetera, de Sarita Montiel. También le daba por recitar a Miguel Hernández, uno de sus poetas favoritos.

En esa misma época asumió la jefatura de redacción de la revista Nueva Frontera, que dirigían Carlos Lleras Restrepo y Luis Carlos Galán. La revista quedaba en el edificio Colseguros, de la calle 17 con Séptima. Mientras tanto, yo asumí la gerencia de la oficina principal de la Librería Nacional, que también quedaba en la misma dirección. Esa cercanía física hizo que se intensificara nuestra amistad.

Entonces era muy común que nos encontráramos en la cafetería de la librería. Un día, Isadora de Norden, Asenet, Pilar, Genoveva de Samper y yo, estábamos allí, enfrascadas en una intensa conversación. A cierta distancia nos miraba, arrobado, Pedro Gómez Valderrama, que vino hacia nosotras y nos dijo que cómo admiraba estas mujeres intelectuales, trabajadoras de la cultura.

Enseguida nos preguntó de qué hablábamos. Nos morimos de la risa y tuvimos que confesarle que de cremas, maquillaje y dietas. En realidad, ese era uno de nuestros temas favoritos de conversación. Creo que desde entonces Pedro nos quiso más.

María Mercedes era muy vanidosa. Siempre estaba al día en los tratamientos del pelo, que cuidaba en forma obsesiva. También vivía sometida a las más absurdas dietas, una contradicción terrible, porque era una sibarita, a quien le encantaba la buena comida y los vinos.

En nuestras conversaciones otro tema que surgía siempre era el político. Todas veníamos de una formación y militancia de izquierda en sus distintas
facciones.

Debido a su cargo en Nueva Frontera y a su cercanía con el expresidente Lleras, María Mercedes se convirtió en una aguerrida galanista. Fue ahí donde nació la entrañable amistad entre ella y Luis Carlos. Desaparecido Galán, ella nunca quiso volver a militar activamente en grupos políticos. Así se explica por qué durante el proceso 8000, si bien ella conservaba una gran amistad con Ernesto Samper y Jacquin, al mismo tiempo mantuvo una relación cercana con algunas personas de las que nos distanciamos el resto de nosotras.

Era un principio básico de nuestra amistad: se respetaban los odios y los amores. Nunca fue una exigencia pelear con quienes se disgustaban las otras. Así aireábamos la amistad. Todas entendíamos que nada tenía que ver con el tema de deslealtades o algo similar.

La primera del grupo que murió fue Genoveva de Samper, quien llegó a nosotras ‘heredada’ de su amistad con Eduardo Carranza. Ella e Isadora de Norden aumentaron el número del grupo ‘Promasa’. Genoveva fue alguien muy especial en el plano de la amistad y la persona más importante en el proyecto de la Casa de Poesía Silva, cuando era la gerente de la Corporación la Candelaria. María Mercedes conoció la casa derrumbada, con inquilinato etc., pero quedó perdidamente enamorada de ella. Y ese fue el proyecto de su vida.

Entre ambas construyeron lo que existe hoy en la Casa. El expresidente Belisario Betancur las apoyó y las secundó siempre. Hoy sigue siendo el presidente de la junta directiva. Tengo la íntima convicción, que María Mercedes no compartía, de que Belisario fue su padre sustituto.

Siendo directora de la Casa, Alvaro Leyva convenció a María Mercedes de lanzarse a la Asamblea Nacional Constituyente por el M-19. Fue su época política más apasionada. Se sentía parte de otro gran proyecto y puso todo de sí para que el país fuera más tolerante. Diría que La Constituyente marcó su vida, tanto que dejó de escribir poesía durante ese tiempo, algo que ella nunca abandonaba.

Últimamente veía mucho cine en su casa. Era una magnífica lectora “patas pa´arriba en la cama”, como ella misma decía. Leía poesía, novelas, Shakespeare, a quien volvía de manera recurrente mientras escuchaba a Schubert.

Las muertes cercanas siempre afectaron a María Mercedes. Primero, la de su padre, que influyó muchísimo en ella. Después la de Luis Carlos y la de Genoveva. Y por último, la de Asenet. La muerte aparecía en todos sus poemas, lo mismo que el desamor.

María Mercedes no calculó el momento de su muerte. Pero también debo añadir que cuando lo decidiera, no iba a irse discretamente. Era contestataria y quería que se supiera. Así lo ha entendido Melibea en una forma muy valiente, con el mismo coraje y la misma rebeldía frente a las convenciones sociales o religiosas.

No se si conté que María Mercedes apostató de la religión católica para casarse por lo civil con Fernando Garavito, el padre de Melibea. Ellos eligieron apostatar porque no les dio la gana casarse en Venezuela o Ecuador. Decía que ella murió consecuente con lo que era y con lo que estaba viviendo. El esfuerzo cotidiano y desgastador en la lucha por el canje humanitario, por la liberación de su hermano Ramiro, la minaron lentamente. Así fue la vida de la amiga que definiría con una sola palabra que ya he utilizado varias veces en esta conversación: apasionada.

Cecilia Orozco, Revista Credencial, Agosto 5 de 2003