La dura ciudad que vive la poeta

Mientras miraba desde el balcón hacia los cerros, me contó que desde su cama se ven Monserrate y Guadalupe, "los dos únicos que no se han atrevido a tocar los urbanistas rapaces". María Mercedes Carranza, poeta y "bogotana total", no se resigna a que la ciudad no tenga dolientes ni nadie se sienta de ella. El "importaculismo" de sus dirigentes y la voracidad de los urbanistas, dice, la han destruido.
La mujer que creó y puso en acción la Casa de Poesía Silva tiene desde su niñez un vínculo muy intenso con la ciudad, con el sector Santa María de los Ángeles, donde vivían sus padres cuando ella nació, con La Candelaria, donde está la Casa Silva, y con La Macarena, donde reside. Una relación tan estrecha como el amor y como el odio.
La entrevista transcurrió en la primera hora del eclipse solar que se vio en Colombia el 26 de Febrero de 1998. Hasta su apartamento, un quinto piso desde el cual se aprecian no solo los cerros, sino el parque de la Independencia, el norte y las colinas de Usme, subía el alboroto callejero de la gente expectante, en ese mediodía umbroso de alineamiento astral.

¿Cómo ha sido su relación con la ciudad, usted que es bogotana?

Ha sido una relación tormentosa. Yo nací en Marly. A los cuatro años me fui porque a mi papá lo nombraron agregado cultural en España y regresé a los trece. Ni conocía ni sabía nada de Bogotá. Fue un golpe muy duro.

¿No le gustó?

Me pareció una ciudad fea, sucia, desagradable y rara. Una de las primeras visiones es que paso por la avenida Caracas, en el año 58, y me impresiona mucho ver las mujeres con sombreros negros de hombre y con pañolón. Me costó mucho trabajo; pero con el tiempo yo he llegado a sentirme bogotana total.

¿Por qué sigue aquí?

No quisiera irme. Como bogotana que soy, adoro los días grises, con lluvia, oscuros.

¿No son deprimentes?

Los bogotanos tenemos ese temperamento de querer esa forma de Bogotá. Apacibles, hoscos, los bogotanos somos muy antipáticos y los que vienen de fuera se vuelven iguales. Esta temperatura me mete en un clima espiritual que me gusta mucho, que no es exultante ni exaltante. Un día caluroso en Bogotá me hace gastar mucha energía, porque invita a la euforia y uno se mete en esa onda.
Sigo pensando que es una ciudad fea, sucia, que la han destruido la rapacidad por las tierras y el importaculismo de la clase dirigente. La han convertido en una ciudad sin tradición, sin personalidad, sin identidad; casi yo diría que es una especie de arrabal de una gran ciudad gringa. Sin embargo, es mi ciudad.

Un poema suyo dice "No olvido el paraíso, ese lugar de paso de la infancia". Pensé que se refería a la ciudad.

Sí, pero no a esta, sino a mi infancia de España, que fue llena de luz y de cosas bellas. Realmente no tengo ningún recuerdo de Bogotá hasta los 13 años.

¿Como poeta y como mujer, cómo vive la ciudad? ¿Es una condición distinta?

Hay una percepción distinta, que tiene más que ver de pronto con la sensibilidad frente a la arquitectura, frente a las costumbres, al clima, esa es una vivencia importante. La ciudad para mí es bastante vivible en el sentido de que no padezco los horrores que deben padecer quienes viven en el norte, que tienen que trastearse por toda la ciudad.

¿Es más dura la ciudad para las mujeres?

Indiscutiblemente. Los hombres saben defenderse más. Esta es una ciudad azarosa. Mi mamá, que tiene 75 años, no se atreve a salir sola a la calle porque la roban, se cae, la maltratan. Pero hay otras vivencias también terribles: miseria, prostitución, mujeres desamparadas, niños desamparados. Por más que pasan los años, yo no me acostumbro.

¿Cómo es su relación con los cerros?

Mi cama está en dirección con los cerros. Cada mañana saludo al Señor de Monserrate y a Nuestra Señora de Guadalupe. La gran característica que tiene Bogotá es haberse desarrollado al pie de esos cerros tan hermosos, con esa naturaleza nativa. Pero los han ido destruyendo y solo quedan estos dos, que no se han atrevido a tocarlos ni a urbanizarlos ni a piratearlos. Pero cada día están peor. ¿Estoy pesimista, verdad?

¿Hacer poesía en Bogotá es como hacer poesía en Lorica? ¿O para usted el clima le da una tonalidad diferente al espíritu?

El clima ayuda. Por ejemplo, la poesía de Raúl Gómez Jattin es de trópico, de lujuria, color, olor, de sabor. La mía no. Es así como esa sabana: gris, melancólica, a veces desesperada, decepcionada...

¿Más interiorista?

No me atrevería a decir eso. Pero, no solamente el medio ambiente le ayuda a uno mucho, sino el temperamento de las personas que lo rodean. Es que el bogotano es un ser muy especial.
En una ciudad con tantos problemas ciudadanos se crea una poesía urbana que en Colombia es muy reciente. El que configuró esa poesía urbana fue Mario Rivero, con un libro que se llama Poemas Urbanos. Con la influencia de los nadaístas comenzó a darse también en narrativa y cuento. Aparte de los lugares que se puedan citar en los poemas, que es algo anecdótico, sí hay un clima urbano, que no sabría decir cómo es.

Conformado por unos objetos, unos espacios...

Por una mentalidad, por una forma de expresarse.

Y por un tipo de angustias...

También, claro. Angustias que seguramente no se dan cuando uno vive feliz junto al mar y no en esta neurosis de ciudad.

Francisco Celis, Bogotá 28 de Febrero de 1998