El mago barroco

En España, José Lezama Lima no fue conocido -y minoritariamente- sino en los años 60. Sin embargo la mayor parte de nuestros exilados que habían pasado por Cuba tuvieron buena y honda relación con él. Lezama respetó siempre enormemente a Juan Ramón Jiménez, a quien consideraba un alto maestro, y tuvo un excelente trato -nunca dejaron de cartearse- con María Zambrano, cuya recíproca relación intelectual (hasta donde sé) no ha sido aún hondamente descrita.

Cuando triunfa la Revolución castrista en 1959, Lezama Lima era ya una gran figura literaria en Cuba, acaso no estrictamente popular (¿puede alguna vez ser popular Lezama?), pero sí emblemática y rodeada de un gran prestigio. Había sido el fundador de la mítica revista Orígenes, que aglutinó -desde 1944 a 1956- a grandes poetas y escritores de una generación estelar...

Además, la poesía de Lezama Lima (que fue el inicial sustento de su prestigio y su primera y última vocación) estaba publicada en su casi totalidad cuando la Revolución llega. Desde su primer librito, Muerte de Narciso, de 1937, hasta La fijeza, de 1949. Después vendrían sólo Dador -en 1960-, una edición de su Poesía completa en 1970 y el ya póstumo Fragmentos a su imán, de 1977. No obstante, ¿se podría considerar la obra entera lezamiana sino como una prolongación de su universo poetizador y poético?

Lezama escribía poemas y esos ensayos protuberantes y creadores (herméticos a menudo) como Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957) o Tratados en La Habana (1958). Siguieron luego más -por ejemplo Introducción a los vasos órficos de 1971, publicado ya en España- siempre en esa prosa de ebullición, que incluso convierte en creación el discurso que se quiere teórico. Pero es lo cierto -y a ello íbamos- que Lezama distaba mucho de ser un desconocido o un oculto al inicio de la Revolución de Castro. Sin embargo, los que descubrieron por entonces a Lezama Lima y asistieron a la extraordinaria eclosión narrativa de Paradiso, prodigaron la idea (José Agustín Goytisolo) de que Lezama era un producto de la Revolución.

De otro lado -desde aquel exilio inicialmente nada prestigiado- se hizo ver enseguida, y precisamente a partir de la edición mexicana de Paradiso (la segunda, la primera es cubana, pero luego surgieron problemas) que, al contrario de aquella propaganda prorrevolucionaria, la Revolución ponía dificultades a Lezama Lima. Ello no fue así, sin duda, en sus primeros tiempos, que fueron también los más liberales. Pero después no ocurrió lo mismo.

En los años más duros de la represión castrista (los 70), Lezama, respetado pero algo incordio para los ideales marxista-leninistas, no fue llevado a campos de concentración como otros homosexuales, pero sí quedó prácticamente confinado en su casa de la calle Trocadero, en La Habana vieja (hoy un pequeño museo lezamiano), entre las dificultades para hallar medicamentos para su asma, como cuenta en cartas a su hermana Eloísa, que vivía en Miami, publicadas después de la muerte del poeta. Lezama vivió esos últimos tiempos casi arrinconado en Cuba, mientras curiosamente su éxito internacional iba en aumento.

No, José Lezama Lima no fue en absoluto producto de la Revolución castrista, pero es cierto que el éxito intelectual de esa Revolución (fuera de Cuba) en sus 10 primeros años hizo de bocina y caja de resonancia, a causa de que muchos de los que entonces la apoyaban (Julio Cortázar, Juan y José Agustín Goytisolo o Valente, por referirme a algunos notables) hubieran quedado fascinados, junto con la esperanza revolucionaria, por ese verbo lezamiano -por Paradiso, singularmente- que es como un gran banquete pantagruélico de palabras e ideas, que brotan de un pensamiento barroco, esencialmente lingüístico. Ellos ayudaron a difundir esa obra y la vincularon (directa o indirectamente) con la nueva Cuba, aunque ello no fuera tan exacto.

Gastón Baquero (gran poeta, amigo y admirador de Lezama cuando vivía en Cuba) me habló muchas veces de él. El destartalado cuarto de estar de la casa/biblioteca de Gastón en Madrid estaba presidido por un retrato de Lezama, y Baquero lo juzgaba un escritor genial e irrepetible, como un extraño coral americano que se había apropiado -en el calor del Caribe- de toda la cultura europea, hasta lograr que esa apropiación, deglutida, se convirtiera en un producto literario nuevo, extraordinariamente inquietante, original y sabroso.

Lezama Lima, homosexual casto, perseguía de lejos al guapo acomodador de un cine habanero (me narró Gastón) al tiempo que, muchas tardes -hablamos de los años 50- el padre Angel Gaztelu, poeta también del círculo de Orígenes, dirigía el rezo del rosario en el saloncito de la casa de la calle Trocadero, donde el gran Lezama -opulento y fumador de puros- leía y vivía y soñaba junto a su madre...

Es seguro que la obra, difícil y magnífica de Lezama, tardará en ser popular. Pero es seguro también que Lezama Lima es ya -y desde hace años- uno de los grandes símbolos de la cultura cubana, tanto para los que la hacen dentro de la isla como para los muchos que, hoy, la siguen haciendo fuera de Cuba. Lezama: una gran fiesta de nuestro idioma.

Luis Antonio De Villena. El Mundo. España, mayo 4, 2001.