Valoración de la obra de Lezama Lima

"Sólo lo difícil es estimulante" escribió José Lezama Lima (1910-1976) al inicio de uno de sus libros; y, en efecto, pocas obras más difíciles y más estimulantes hay en la literatura latinoamericana como la suya propia. Obra compleja, oscura y brillante, cuya desmesurada empresa cuestiona las nociones establecidas del acto literario para proponerse el diseño insólito de una literatura capaz de reformular nuestra misma experiencia de lo real. Pocas veces la literatura nuestra ha emprendido una aventura poética como esta que Lezama Lima se propuso. Empresa radical que dicta sus propias reglas, que se muestra en el proceso mismo de su riesgo, que da cuenta de su acopio como de sus disoluciones, que procede a una reconstrucción del mundo natural, y que, al final, funda un universo verbal cuya ambición de sentido es rehacer nuestra percepción. Y, sin embargo, no es esta una obra programática: el riesgo es su signo, y la zozobra le resulta contranatural. Lezama Lima se nos aparece hoy como un artesano del sentido: como Borges, pero más allá de Borges, fue un escritor dotado por un espacio propio, por un ámbito fecundo, pródigo en registros y en su capacidad de conversión verbal. [...]

De allí la calidad manual, artesanal de su trabajo, que supone el taller fecundo de su obra; de una obra cuyos tomos fue produciendo no como quería Mallarmé para sustitutir al mundo sino, más bien, para reinterpretarlo, para conocer su sentido y celebrar los laberintos de ese reconocimiento. Es por eso que al leer cualquier página de Lezama vemos al escritor escribiendo, no al escritor reescribiendo; es decir, Lezama no solamente se entrega a la fluencia circular de sus ritmos, a la sintaxis abierta y a veces distraída de su prosodia incorporadora, a la figuración pre-lógica de su discurso que es un acto haciéndose en el texto; sino que, además, Lezama emplea el lenguaje como si el lenguaje no hubiese sido aún escrito; esto es, como si entre las palabras y las cosas no hubiese sido todavía establecida una propiedad referencial y un orden discursivo del nombre en el mundo. Lo cual quiere decir que las palabras son más que el nombre: son el nombre y su resonancia original, la energía material y primaria que la poesía libera para reconstruir la interacción de la imagen en un espacio de exploración y revelación. De allí el riesgo: nada puede ser prometido al inicio del texto; y de allí la zozobra: hablar con los nombres para decir no la cosa sino la imagen como evento, puede culminar en un naufragio del lenguaje, en un espacio donde el sentido entrevisto puede no ganar una forma. De estos riesgos extremos y de estas zozobras fecundas esta hecha, sobre todo, la poesía de Lezama; pero toda su obra esta recorrida por este drama del texto, que así se situa más allá de la eficacia o de la bondad de un recurso literario, más allá de la "palabra justa" y del "acabado de la forma". Se situa en el origen mismo de los textos: en el acto por el cual el lenguaje es un espacio originario; no sólo un instrumento, sino también una materia poderosa y enigmática capaz de rehacernos y de devolvernos al sentido.

Escribir escribiendo: nada es previo o posterior, todo se decide en esa incesante y proliferante actividad, un poco maniática, un tanto ritual, cuya celebración es una forma de la dicha, pero también una ironía y una agonía. Escribir no para desrealizar luego de discernir, como en Borges; no para acumular la intensidad de la transparencia vivida, como en Octavio Paz; no para habitar y decir la excepción, su brillo y nostalgia, como en Cortázar. Escribir, más bien, para que el lenguaje ocurra como la incesante pre-figuración, y, desde allí, como la nueva percepción de una hiperfiguración. Acto del origen y acto del final, el acto poético acontece como el primer día y es por eso fundacional; pero también ocurre como la revelación cumplida y es, por eso, paradisíaco. Naturalmente, entre ambos extremos, entre esas tensiones, las palabras abundan buscando despertar una forma, un proceso dinámico, un cuerpo verbal vivo. Muchas veces, en su poesía Lezama diseña el camino de esa búsqueda, camino ardido y sumerso, y quizá el poema entero, el poema como origen y revelación es sólo el paradigma, el sueño totalizado de este camino de fragmentos y esta ruta de figuraciones. De allí que desde esta aventura en el origen, en las figuraciones del poema, Lezama debió moverse hacia las organizaciones más discursivas del texto de la novela. No sin antes haber pasado por el ensayo, por la teoría del poema y del conocimiento poético, una de cuyas configuraciones, por cierto, es su libertad americana.

En el acto del poema, así, acontece el lenguaje como un espacio exploratorio. Pero su peculiar aventura no busca un proceso de esclarecimiento revelador, sino que descubre no pocas veces, más bien, un espacio de desconocimiento. Y este es, seguramente, el rasgo por el cual Lezama difiere más de sus contemporáneos: la poesía no sólo nos descubre, también nos encubre. Es el lenguaje pre-lógico tanto como su figuración autónoma, no referencial, lo que nos conduce a esta noción de un desconocer, a este descenso a las potencialidades y virtualidades, desde donde la imagen emprende su vía metafórica, su razón originaria, para encarnar como nuevo lenguaje del mundo, como decir posible. [...]

Y, sin embargo, no debe creerse que la base ideológica católica, la versión órfica de la poesía, la gravitación de cierto visionarismo de estirpe onírica, la convicción sustantivista del acto poético; no debe creerse que esta diversa familia literaria que Lezama convoca desde su barroca biblioteca lo condena simplemente a una forma derivada del idealismo o del trascendentalismo; tampoco, a una práctica sustitutiva de la realidad y sus repertorios, y, mucho menos, a la especulación abstracta filosofante. Aquí radica la complejidad real de su obra: en ella ocurre, al mismo tiempo que aquellas resonancias de su linaje poético, una proliferante presencia material; y, por ello, el ejercicio de los sentidos y las expansiones de la sensorialidad. Lezama Lima no nos propone otro mundo: es este mundo lo que su obra se propone reinterpretar, celebrar, significar.

Julio Ortega