Una obra literaria total

José Lezama Lima era ya considerado en el momento de la aparición de Paradiso una de las figuras más relevantes de las letras cubanas y latinoamericanas. (...) El lector de Paradiso se adentra inicialmente en un buceo por los senderos de la memoria, conducido por un lenguaje tan exquisitamente elaborado que uno llega a percibir a través de él incluso los sabores y los olores de la vida en su proceso de afirmación. Paradiso es un aerolito del idioma. La prosa, trabajada con la morosidad de un cincel, nos lleva por un itinerario donde el lenguaje se resuelve en imagen, atraviesa el tiempo, supera el límite de los años. Pocas novelas han alcanzado en el siglo esa capacidad de construcción de todo un orbe: el camino de la vida y el camino de la muerte forman un único anillo en el paraíso habanero. El recuerdo y la fabulación vinculan lo uno en lo otro, el individuo con el cosmos, la familia con la Humanidad entera. Goce sin fin de la vida, goce sin fin del lenguaje hecho imagen.

En un primer plano de lectura estamos ante algo similar a una «novela de formación», «un Wilhelm Meister habanero» dirá el propio Lezama, en referencia a la gran obra de Goethe. Pero en el curso de la lectura comprendemos que los pasos en la formación del protagonista, José Cemí, se conducen de forma desmesurada, transgresora, más allá del ajuste del comportamiento individual al contexto de la sociedad y costumbres de la época, en la línea en que se caracteriza ese género de novelas en la tradición alemana. En Paradiso pasamos de lo telúrico y lo insular a una visión cósmica de la imagen, que radicaliza los sentidos y el alcance del libro.

A pesar de las señales previas, cuyo pleno desciframiento se alcanza únicamente de forma retrospectiva, la comprensión demorada del destino al que nos llevan las palabras se hace patente sólo en el Capítulo XIII, con la aparición emblemática de «un ómnibus que viene del sueño y va hacia la muerte». Se produce el paso de la pasión a la inteligencia serena, que finalmente propiciará el descubrimiento del mundo de los arquetipos, de lo eterno, que se revela casi al par que la muerte. El horizonte último de Paradiso apunta así a una visión del hombre no tanto como un ser para la muerte, sino como un ser para la resurrección, para la vida eterna en la imagen, porque el hombre es el ser de la imagen, aquel que hace o produce imágenes.

Los intentos de limitar Paradiso al trasfondo biográfico de Lezama no dejan de ser un ejercicio reduccionista. Hay, ciertamente, muchos, innumerables, materiales biográficos en la novela, pero siempre transcendidos. Desde el punto de vista de su composición, el texto descansa sobre dos personajes arquetípicos, dos encarnaciones de la imagen: José Cemí y Oppiano Licario. El primero, en palabras del propio Lezama, «es el hombre que busca el conocimiento a través de la imagen, el poeta». Mientras que el segundo, Oppiano Licario, sería «un Fausto americano devorado por un conocimiento infinito y por una memoria hipertrófica».

Así que, y siempre según el propio Lezama, cuyos testimonios estoy siguiendo lo más fielmente posible, en Paradiso «no hay temas, hay un entrecruzamiento contrapuntístico que ofrece tres momentos esenciales. En el primero, es lo placentario, la madre, la que ocupa el huevo germinativo. Es lo inmediato, lo cercano, lo cotidiano, que después va a ser llevado también a lo que yo llamo el Eros de la lejanía, que representa Oppiano Licario, la infinitud, el conocimiento absoluto, el morador de la ciudad tibetana. Ambos, lo cercano y lo lejano, coinciden en un absoluto».

Cualquier lector que se adentra en esta selva de signos advierte inmediatamente que no está ante una novela «al uso». Lezama reconoce en ella una voluntad de totalidad que la aproxima al espíritu, hoy lejano, del Gótico. Pero, sobre todo, la sitúa en una línea de sobreabundancia expresiva y conceptual, la del Barroco, cuya savia fluye revitalizada en las páginas del libro: «Mi novela es o está dentro de un barroco fervoroso que asimila todos los elementos del mundo exterior». Esa voluntad de asimilación de todos los elementos conduce a la asombrosa y deslumbrante capacidad de síntesis, mucho más allá de la mera erudición, que sorprende una y otra vez en Paradiso.

No es una novela «al uso»: «Indudablemente que es una novela-poema», reconoció también sobre su obra Lezama, pero para explicar a continuación cómo fue comprendiendo que «el poema podía extenderse como novela y que en realidad toda gran novela era un gran poema». Eso es, en último término, lo decisivo en Paradiso: se sitúa más allá de los géneros, lo que la hace gravitar hacia el futuro. Es «una obra literaria total», a la vez poesía, prosa narrativa y tratado filosófico, siempre de una gran calidad, y de una tonalidad propia, intensamente original, en la que el lenguaje alcanza su modulación más alta.

José Jiménez