Aldeas de piedra

Las aldeas de Inglaterra construidas en piedra.
Una catedral embotellada en la ventana de un pub.
Vacas dispersas en los campos.
Monumentos a reyes.
Un hombre con un traje comido por polillas
ve partir un tren, dirigiéndose, como todo aquí, hacia el mar,
sonríe a su hija que se va al Este.
Un silbido se oye.
Y el cielo sin fin sobre las tejas
se hace más azul a medida que se llena del exaltado canto de un pájaro.
Y mientras más claramente se oye el canto,
más pequeño se hace el pájaro.

 

Melodía de Belfast

He aquí una muchacha de una ciudad peligrosa.
Se corta corto su pelo oscuro
para tener que fruncir menos el ceño
cuando alguien resulta herido.
Pliega sus recuerdos como un paracaídas.
Junta la turba desechada
y cocina verduras en casa : disparan
aquí donde comen.
Ah, hay más cielo en estos lugares que, digamos,
tierra. De aquí que el tono de su voz
y su mirada manchen tu retina como una bombilla gris
cuando enciendes
hemisferios, y su falda acolchada que le llega a la rodilla
cortada para coger las ráfagas de viento,
sueño con ella amada o asesinada
porque la ciudad es muy pequeña.

 

He entrado...

He entrado en una jaula en vez de una bestia salvaje,
quemado mi oración y apodo con una uña en una choza prisión,
vivido junto al mar, jugado a la ruleta,
cenado con el diablo sabe quién vestido de frac.
Desde lo alto de un glaciar he inspeccionado medio mundo,
me he ahogado tres veces, dos veces descuartizado.
Abandonado el país que me nutrió.
Con aquellos que me han olvidado es posible hacer una ciudad.
Me he descolgado por estepas que recuerdan el grito del huno,
vestido con aquello que vuelve a estar de moda,
plantado cebada, cubierto con papel alquitranado el suelo trillado
y no he bebido sólo agua.
He admitido en mis sueños la pupila azul del carcelero,
mordisqueado el pan del exilio sin dejar una miga.
He hecho que mis cuerdas vocales profieran todo tipo de sonidos aparte de un aullido ;
he descendido al susurro. Ahora tengo cuarenta.
¿Qué debo decir de mi vida? Que ha sido larga.
Sólo con el dolor siento solidaridad.
Pero hasta que rellenen con arcilla mi boca,
de ella sólo resonará gratitud.

 

Cuanto tiempo he andado...

Cuanto tiempo he andado taconeando por ahí se puede ver en mis talones.
Tampoco se puede sacar la telaraña de mi frente con un dedo.
Mas, lo que es grato en el ruidoso kikirikí
es que suena igual que ayer.
Pero un pensamiento negro tampoco puede ser mantenido en su lugar,
como el mechón de cabellos que cae oblicuamente de mi frente.
Y ahora no puedo soñar con nada, para existir menos,
para venir y pasar menos a menudo, para no obstruir
el tiempo. La parte pobre de la ciudad a través de la ventana
ofende mi vista, para que a su vez,
memorice al inquilino por su cara y no
por la manera que piensa, el lado opuesto.
Y dando vueltas en el cuarto como un shamán
enrollo como una madeja de lana
en mí mismo su vacío, para que mi corazón
pueda saber algo de lo que Dios sabe.

 

Lista de algunas observaciones

Lista de algunas observaciones. En un rincón hace calor.
Una mirada deja su huella en todo lo que se posa.
El agua es la forma más pública del vaso.
El hombre es más aterrorizador que su esqueleto.
Una noche en ninguna parte con vino. Un porche
negro resiste los asaltos más duros de un mimbre.
Apoyado en un codo, el cuerpo aumenta
como los desechos de un glaciar, una cierta morrena.
De aquí a un milenio sin duda descubrirán
un bivalvo fósil sujeto detrás de esta tela
de gasa, con labios marcados bajo la impresión de la borla,
murmurando "Buenas noches" a una bisagra de ventana.



Canción de amor

Si te estuvieras ahogando, acudiría al rescate,
te envolvería en mi manta y serviría té caliente.
Si fuera un comisario, te arrestaría
y te mantendría en una celda bajo siete llaves.
Si tú fueras un ave, batiría un récord
y escucharía toda la noche tu trinar de tono agudo.
Si fuera un sargento, serías mi recluta,
y, muchacho, te aseguro que amarías el ejercicio.
Si tú fueras china, aprendería la lengua,
quemaría mucho incienso, usaría vestiduras raras.
Si tú fueras espejo, me abalanzaría al baño de damas,
te daría mi lápiz labial rojo y te empolvaría la nariz.
Si tú amaras los volcanes, yo sería lava,
incansablemente eruptando de mi oculta fuente.
Y si tú fueras mi esposa, sería tu amante,
porque la Iglesia se opone tenazmente al divorcio.

 

Oda al concreto

Me sobrevivirás, viejo y buen concreto,
como yo he sobrevivido, parece, a algunos hombres
que me habían tomado, también, por una especie de calle,
citando el color de los ojos o semblante.
Así es que alabo tu apariencia inanimada, porosa
no por envidia, sino como tu pariente más
próximo –menos durable, plagado de junturas
sueltas, aunque todavía agradecido a los arquitectos.
Aplaudo tus humildes orígenes –para ser exacto,
sin sentido—, rugido y chillido de frenos,
completamente emparejado, sin embargo, por la meta
abstracta, más allá de mi alcance.
No es que nada engendre su clase,
sino que el futuro prefiere cortejar
una conquista que es resueltamente ciega
y envuelta en una larga y petrificada falda.

 

Törnfallet

Hay una pradera en Suecia
donde yazgo golpeado,
con los ojos manchados de las
entradas y salidas blancas de las nubes.
Y cerca de esa pradera
vaga mi viuda
trenzando una corona
de tréboles para su amado.
La tomé en matrimonio
en una parroquia de granito.
La nieve prestó su blancura,
un pino fue testigo.
Ella nadaba en el lago
ovalado cuyo espejo
de ópalo, enmarcado de helechos,
se sentía felizmente roto.
Y en la noche el testarudo
sol de sus castaños
cabellos brillaba en mi almohada
de un lado a otro.
Ahora en la distancia
escucho su canción.
Canta "Golondrina Azul",
pero yo no la puedo acompañar.
Las sombras de la tarde
hurtan a la pradera
su amplitud y color.
Se pone frío.
Mientras yazgo muriendo
aquí, veo
las estrellas. Aquí está Venus ;
nadie entre nosotros.

Traducciones de Oscar Aguilera