Uno de los aspectos, digámoslo así, a flor de poesía en el caso de la de Jorge García Usta, es un talante noticioso, narrativo.
Lícita, inexcusable, la tentación de enlazar esta condición con otro: el periodismo. Realmente así lo pregonan los títulos de sus poemarios: Noticias desde la otra orilla (1985) y el que hoy da ocasión al comentario, Libro de las crónicas para sus poemas: crónicas, noticias, informes, borrador, nota, cédula, datos, incluso fotografía, (como una concesión, tal vez, al periodismo gráfico).
El periodismo, sabido es, es pariente de menos pergaminos, vástago tal vez de un género ilustre: la épica. En verdad, fluyendo trasvasada en modestas categorías aparentemente periodísticas, embridada en sus veloces corceles por el ascético ejercicio del género, adelgazada en el necesario yunque del tiempo, en el docente trasegar de Frost, Cardenal o Prevert, enjuagada en las aguas agrarias de nuestro coplerío, es una dimensión épica lo que subyace y constituye el impulso esencial de la poesía de Jorge García Usta. Este impulso épico es observable desde el primer poema (claro está, primera noticia) de su libro inicial, que constituye una suerte de Arte Poética o Ética, si se quiere, que ambas cosas son una en este caso. Veamos este texto:
La historia es esta: Semanal,
agria y con buenas espaldas
Bajo la luz venidera
Cantamos los que no tenemos voz
El mesurado prosaísmo, el rigorismo, el ayuno en la construcción, constituyen el molde perfecto como introducción en el poemario, pues de lo que se trata es, precisamente, de una sustitución de la altisonante fórmula de entrada de los textos épicos:
(Canta, oh, diosa, la cólera del pelida Aquiles, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hares muchos almas valerosas de héroes) (Hábame, musa, de aquel varón de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo).
Estamos aquí ante una épica que ha invertido, que ha violentado sus fórmulas, sus esquemas. Una épica, un heroísmo de lo cotidiano y anónimo: el propósito es historiar, cantar lo que no tiene historia; el poeta pone así a sonar las pieles de un tambor largamento templado en el silencio, el silencio de lo marginal, de lo desposeído, de lo negado. La solidaridad aparece asó como el eje temático de esta poesía, una fraternidad que ha delimitado su campo, ha escogido su orilla, que apuesta a sí misma contra todos lo poderes que transgreden el hombre.
Más allá de toda parcela, más allá de todo tiempo, el poeta reconoce y convoca hermandades, todas aquellas que han entendido el precario oficio de ser hombre, que han reconocido su arcilla y su vuelo, y que en esa precariedad, en ese costado que sangra, han sabido hallar el punto de partida de toda esperanza, de toda armonía, de toda lucha por la dignidad del hombre: Heráclito, Klee, Homero, Gauguin, Serrat, Villón, Vallejo, dolor largo y acusativo, como un bostezo de pobre, Porfirio con sus bueyes de ansia, con la docencia de su grito, Neruda, el hombre que es un río y también una montaña, Whitman, el tonante Whitman, el susurrante Whitman. La hostigación, el cerco son de este mundo. No hay dioses en esta épica a la medida del hombre: barro que en su propio sudor se modela.
Interpretándose, formando unidad con el tema anterior, aparece el motivo de la alegría: la exaltación de los goces libres del cuerpo, esa otra forma de la solidaridad que va a los fundamentos mismos del ser: el erotismo, la fiesta, la algazara, la risa, el beso, la afirmación de la vida en suma: todo eso que es la contraimagen de la muerte, hermosamente expresado en estos versos:
Porque la alegría
es más que una loca tregua:
la hombría central del hombre.
(Poética desde Fucik)
O es Crónica del beso y del besar, donde el acto de besar se describe así:
Allí todo hombre suda y se purifica
y la muerte se aleja, esperando.
Hemos desembocado así a los conceptos de vida y muerte, esa cruz o esa rosa dialéctica, a donde desemboca toda poesía, la preocupación crucial del hombre, desde lo meramente, aterradoramente, biológico hasta la abismal y consoladora metafísica. Ya sabemos qué actual e imperiosa es esta preocupación en nuestro país. No insistamos, ahora, en ella.
Hemos señalado que estamos ante una épica sin dioses; pues, bien, el hombre puede olvidarse de los dioses, más no del paraíso. Los dioses siempre han sido accesorios, lo esencial e irrenunciable es la imagen del paraíso: el hombre inventó a los dioses, ya se sabe, para acceder, para tender una escalera al paraíso, y mal podría prescindir de esta noción primordial una poesía tan asertiva como la de Jorge García Usta, tan fraternal, tan rabiosamente asentada en la esperanza. Es la noción de “luz venidera” de que nos habla en su primera noticia y que sigue lanzando fulgores a lo largo del cuerpo de los dos poemarios. Y de la cual estas imágenes que aparecen en el ya citado Poética desde Fucik, es una especie de anticipo en la historia:
Donde anden estos muchachos incesantes
sea de iguales las cuotas de la lluvia
la flor de las camisas, los turnos del ron,
el pésame y la hidroeléctrica,
y el comité que organiza el beso
muy de mañana en el párpado.
Es, desde luego, un paraíso profano, desacralizado.
Diario del Caribe, Barranquilla, 1989 / Rómulo Bustos