La tribu imterior

No había comentado las últimas obras de Jorge García Usta, pero no por incuria o dejadez sino porque requería que se decantaran las resonancias que me causaron que son muchas. Examinaré detenidamente su poesía e hice una lista como de treinta versos, que deben ser materia de su estudio.

Creo observar que hay en su producción dos momentos de diástole y sístole, de inspiración, que pueden denominarse como la construcción del mundo –incluida la persona- y la reapropiación de los materiales disgregados.

Deconstrucción

Con la risa a plazos

partido como cualquier peinado

cargando cosas y como precipicios

Esto al principio. En medio:

Ah, en mitad de la música

ese olor rojo y triangular

de la desesperación

Y más adentro:

En la noche aluvional y ajena

los hombres marchan a sufrir

en los chiqueros de su sangre

Y este relámpago maravilloso:

Compadezco en mi frente

al viejo que seré.

Estos son los materiales del desensamble. Todo el libro está mechado de esta clase de afirmaciones que no son destructivas de la persona porque anulan elementos periféricos e incómodos de todo lo que existe. Pero además viene la reapropiación, que si tiene menos densidad en presencia tiene mayor peso como expresión, antes de secuencias ligadas, especialmente en “Saga de los tiernos hipotecados”, en donde la elación del mundo es sustantiva.

Y allí, cantando

desnuda

corriges el mundo.

Al que ofrece su persona.

como único palacio.

La primera sección consiste en poemas desligados a pesar de la presencia encadenante de Zoe, pero al final hay tres extraordinarias secuencias: Modos montunos de entender la noche, “Saga de los tiernos hipotecados, y Primer 31: Madre que se ha ido. Y un relato, Elogio de la mentira.

También en la reapropiación escamoteo citar todos los versos pertinentes. De todas maneras, en toda la obra hay aciertos desconcertantes por su profundidad y por su belleza oriunda. Un idioma de suma densidad, que nos mantiene prendidos del libro en espera de los milagros repetidos.

Hay líneas absolutamente memorables:

Paso de mar

a la mujer y su pacto con el primer árbol.

Esto nos remite al paraíso, sin escalas. También:

Aléjate de quien, frente al mar,

no habla de sí mismo.

Así, la tierra crece

Y te abandona.

Desde el milenio del lunes,

por fin, la luz

me concede su tropel blasfemo.

Donde hay demasiado mar.

Cuando de pronto

y tu música.

Y muchos otros. Es de lo mejor de lo que se está haciendo en Colombia.

Asociaciones desconcertantemente simples:

Y ese nácar ritual que estrella

el solsticio de la pesadumbre

en nuestra frente.

Los tiernos hipotecados -hipotecados por su ternura- constituyen unas frecuencias de una gran hermosura, por su temblor, por lo que ofrecen de pecho abierto, porque nos introducen en el latido íntimo, y además por su densa reapropiación: hay un himno perpetuo. El tierno original es el poeta. Estas secuencias religadas son de una gran profundidad y de una arquitectura perfecta. En cada estrofa, una poesía cada vez más íntima, como un vegetal que asciende.

Y luego la perturbadora secuencia de la madre. Todo allí sobre la culpa, sobre la gran piedra que ahila la conciencia. Primero la culpa de las madres:

Madres sin rostro

fortalecen la lamentación del viento.

Lavan la culpa como trapo casero.

Y luego la raíz de la reapropiación. Esta vez la culpa del hijo frente a la madre trazada, saturada de sollozoz afligidos. Soy absolutamente solidario con ese sentido de culpa que es el oscuro resorte que nos impele. Siempre somos culpables de todo, ante todos, como también lo dice Héctor Rojas Herazo, pero especialmente, no sé por qué, frente a la madre. En cambio, el padre es un poco culpable de nosotros.

Como se ve, estoy saturado en este libro deslumbrante, insólito, pero esperado de Jorge García Usta, después de logros como “El reino errante”.

Agosto de 1995. / Gustavo Ibarra Merlano
Poeta, narrador, ensayista y cinematografista colombiano, nacido en Cartagena