La orilla de Garcia Usta

Apenas el lector vea el libro, como se miran en la vitrina de la librería, pueden ocurrir varios asuntos. La mayoría de las ocurrencias se derivan de que los libros tienen su sistema de señales, guiños que lanza el libro cerrado al otro lado del vidrio y sus reflejos de gente, edificios y automóviles. Solo hay que dejar que suceda. Como ocurre con la pintura donde de repente alguien te sonríe desde el cuadro y alguna noche te quedaste escondido para atender ese llamado y hablas en un idioma que no reconoces de asuntos que apenas allí y en el instante son relevados.

Ello explica que el hombre apresurado y de valija de cordobán que corre a comprar un libro de las mentiras de lacocca sobre el engañoso dinero vea alterado su designio y se encuentre en el bus leyendo con placer y curiosidad unos poemas de Elkin Restrepo o Rómulo bustos o José Manuel Arango. Ese pequeño trastorno que perderá su alma le hará ganar el cielo por siempre.

Las travesuras que cometen los libros resultan gratificantes para el lector. Contribuyen a la historia privada del juego de complicidad y regocijo sin termino que es al aventura, apenas en apariencia solitaria, de la lectura.

Al tenerlo en la mano con su tamaño apropiado de talismán, se observa la tapa. La fotografía muestra un niño negro, desnudo, que se muerde la lengua y cuyo paso de baile quedo congelado. Alrededor unas niñas negras, asombrada una, aburrida, otra, desinteresada la de mas allá. Están vestidas, calzadas y lucen medias. Tienen los bellos vestidos blancos de encajes y bordados y los lazos de mariposas en las cabezas de pelo quieto. Son las ropas que lucen los pobres en dos o tres ocasiones en la vida y las mismas con las que entierran cuando mueren durante la infancia. Tal vez esa inocultable fatalidad sea la que hace pensar en las películas de Fellini o despierta el deseo postergado de ver el largometraje de Víctor Gaviria. Vasos comunicantes de la imagen y del lector con un cauce secreto que nadie responde. Pero el libro es de Jorge García Usta, el hijo de Nevija, y el escritor que mas conoce la obra, vida, avateres, de Héctor Rojas Herazo, el novelista de Celia se pudre. El libro en esta ocasión no Es de Nina S. Que será la S. Socorro, Sonia, Silencio. Y tampoco es de crónicas, se trata de uno de los mas conmovedores libros de poesía que podrán leerse este año en Colombia.

Si algo caracteriza la poética del libro de García Usta es al tensión que surge de construir un mundo que aparece pleno y de alguna manera doloroso, y tener, además, que elaborar un lenguaje para nombrarlo. La tensión permite una perspectiva en la cual surge el milagro de la convivencia del pintor Paul Klee, quien dijo en este mundo nadie me puede asir, y un hombre del bajo de la Marcela que a los dos años de edad conoce el sabor de la tierra. En medio de las noticias y crónicas de Mochila Herrera, el boxeador, y Vallejo, Rulfo y Garrincha, la poesía supera todo esplendor y pasa de contrabando.

El reto mayor del poeta tiene que ver, cono lo que dijo Julio Gil: Compadre, cuente lo de todas las criaturas, que son también la suya. Y después, cállese.

Bogotá, 24 de mayo de 1989. / Roberto Burgos Cantor