Fernando Vallejo: El sabor de la amargura

Contrariando la voluntad del escritor colombiano, quien el año pasado renunció a seguir escribiendo ficción, se acaba de publicar una novela suya que permanecía inédita.

Cuando Fernando Vallejo (Medellín, 1942) recibió en el año 2003 el premio "Rómulo Gallegos" por su novela El desbarrancadero, anunció que estaba hastiado de la literatura de ficción y que por lo tanto nunca más volvería a escribir novelas. Desde entonces, con esa peculiar actitud ante los demás que lo ha convertido en una figura individualísima dentro de nuestro panorama literario contemporáneo, comenzó a denominarse el difunto. Pero, al parecer, la editorial Alfaguara tenía guardado el manuscrito inédito de Mi hermano el alcalde y decidió lanzar este relato a la venta sin respetar la voluntad literaria de su autor. El mismo Vallejo ha declarado que los lectores no deben engañarse pensando que ha cometido traición contra sí mismo al regresar a la práctica de la ficción, porque este libro es anterior a La rambla paralela, su última novela publicada en el año 2002.

Hablar de literatura de ficción en el caso de los relatos de Fernando Vallejo implica ciertas consideraciones. El análisis académico de sus novelas haría la delicia de aquellos especialistas y amantes de la posmodernidad, que son fervientes convencidos de que la razón es cosa del pasado y que ahora le llegó el turno a la periferia, con todos los procesos de (de) construcción de los arquetipos y cánones establecidos que eso significa. Desde sus primeras narraciones, reunidas bajo el título El río de la vida, por ejemplo, Vallejo se ha esforzado por destruir el mito de la autonomía de la obra literaria al establecer un inextricable, pero, ojo, siempre engañoso, vínculo entre lo biográfico y lo ficticio, a la vez que ha alterado asimismo de manera profunda la estructura del relato tradicional con textos donde el diálogo y no la narración propiamente dicha funciona como el conductor de los acontecimientos.

Mi hermano el alcalde presenta la historia de Carlos, uno de los veinticuatro hermanos del narrador Fernando Vallejo, homosexual como éste, y Darío, el otro hermano-personaje de El desbarrancadero, a quien se le mete en la cabeza la idea de ser elegido alcalde de Támesis, un pequeño pueblito de Antioquía, sumido, al igual que todos los villorrios de la provincia, en el abandono y la miseria. La voz narrativa, o mejor decir, dialogante, asume por momentos la identidad del propio Fernando Vallejo; en otros, se convierte en un loro que contempla desde arriba lo que ocurre en Támesis y sus alrededores e, incluso, en ciertas secuencias pareciera corresponder a un campesino fantasmal que narra desde ultratumba las disparatadas peripecias de Carlos.

El lector reencontrará en esta novela a la voz iconoclasta y agresiva que vocifera con insolencia y sarcasmo en todos los textos de Fernando Vallejo para enterrar los valores establecidos por la mentalidad moderna. Voz hereje, rabiosa e irreverente que condena a Colombia, se burla del sistema democrático, propone el homosexualismo como respuesta a los problemas de la sobrepoblación y el exterminio de los pobres para erradicar la miseria, porque los pobres son pedigüeños y sólo saben engendrar más pobres.

Lo que llamaríamos novedad narrativa, no hay mucha: similares personajes y conflictos a los de sus novelas anteriores. Incluso pareciera que Mi hermano el alcalde ha perdido un tanto el dinamismo de otros relatos del autor. Pero de todas sus páginas se mantiene desbordante el colorido del lenguaje de Vallejo para convencernos de que la política es la actividad preferida de los ladrones y la democracia, una prostituta que se acuesta con cualquiera. Al final, y como siempre sucede cuando se lee a Fernando Vallejo, queda la impresión de que la cáustica ironía, la burla y la irreverencia no son otra cosa que los ingredientes del sabor de la amargura.

José Promis /El Mercurio viernes 3 de septiembre de 2004