El adiós de un escritor universal

Decía el gran poeta polaco: "Ver no sólo significa tener algo frente a los ojos, sino también puede significar conservar algo en la memoria. Ver y describir puede también significar reconstruir la imaginación"

La semana pasada falleció el gran poeta polaco Czeslaw Milosz (Lituania, 1911), cuya poesía lo mantuvo en lucidez e indignación ante la presencia exterminadora de los nazis en Varsovia, como también contra el poder totalitario de los stalinistas, quienes durante años ocuparían, sucesivamente, su país.

Desde entonces, de aquel pueblo partiría una larga caravana humana en dispersión por el planeta, entre los que se sumaría Milosz. En efecto, en 1951, el poeta abandonó voluntariamente su tierra, "porque no podía seguir respirando en un círculo dentro del cual suponer que el hombre es un misterio se consideraba un insulto abominable".

Vivió un tiempo en Francia y residió, hasta el final de sus días, en los EEUU. En ambos países editó, en su idioma natal, en francés e inglés, poemas, novelas y ensayos. Salvo en cerrados ámbitos literarios, el poeta era casi un desconocido, hasta 1980, año en que le concedieron el Premio Nobel de Literatura. Entonces, los cables de prensa dieron a conocer algunos poemas suyos, y su nombre comenzó a resonar. Atraído por aquellos versos distribuidos en versículos, con ecos de un profeta cuyo amor hacia la humanidad afloraba, sílaba a sílaba, cargado de piedad e indignación, yo busqué obras suyas, y así pude hallar un volumen de su autoría: Bells in Winter. Munido con mi precario inglés y un diccionario a cuestas, me puse a traducir, pacientemente, algunos de aquellos poemas. Y el deslumbre fue inmediato. Conseguí que me trajeran de los EEUU otra selección de sus textos, The Separate Notebooks, y lo seguí traduciendo. Lo curioso era que, pese a mis limitaciones idiomáticas, yo sentía que el espíritu de sus versos latía a mi lado. Tiempo después apareció una antología suya en castellano, con la que pude comparar y constatar que mis versiones no estaban lejos de las que presentó la traductora polaca Bárbara Stawicka. ¿Por qué esos versos, escritos en un idioma para nosotros tan exótico como el polaco, pasando por el tamiz de otros idiomas, pueden llegar a nuestro castellano con tanta contundencia?

Quizá, en algún aspecto, porque a Milosz le preocupaba más lo que contaba que el modo en que lo contaba, aunque siempre defendió también la estética. Durante la recepción del Nobel, el poeta se declaró fiel a la creencia de que la poesía consiste principalmente en "ver y describir", y que nunca cesó de entablar "una ardua batalla contra la modernidad, fascinada por las innumerables teorías de un determinado lenguaje poético". Éstas y otras razones son las que determinan que sus textos atraviesen indemnes el fuego de las traducciones. He aquí alguna muestra:

Caída

La muerte de un hombre es como la caída de una nación poderosa
que tenía ejércitos valientes, capitanes y profetas,
y puertos abundantes y barcos en todos los mares,
pero que ya a nadie prestará ayuda,
ni con ninguno firmará alianzas,
porque sus ciudades quedaron vacías, los hombres dispersos,
su tierra un tiempo generosa fue cubierta de espinas,
su misión olvidada, su lengua perdida,
y el dialecto de un pueblo, allá lejos,
sobre ya inaccesibles montañas.

(Trad. Mario Casartelli.)

Un error

Pensé: todo esto es solo un adiestramiento
para aprender, al fin, cómo morir.
Albas y crepúsculos; en la hierba, bajo un arce,
Laura duerme, sin calzones, sobre un tocado de frambuesas,
mientras Filón se lava, feliz, en la corriente.
Amaneceres y años. Cada vaso de vino,
Laura y el mar, tierra y archipiélago
nos acercan, creo, a un propósito
que debiera ser usado hacia una meta.
Pero un parapléjico en mi calle,
a quien trasladan en silla de ruedas,
de sombra a sol, de sol a sombra,
mira un gato, una hoja, el cromado metal de un auto,
y murmura para sí: "Beau temps, beau temps".
Y es verdad. Pasamos buenos ratos
mientras los ratos lo son.

(Trad. Mario Casartelli.)