Carlos Martínez Rivas otro héroe apagado

Con la madrugada del día 16 de junio, llegó la muerte del poeta nicaraguense Carlos Martínez Rivas. Durante los últimos años su salud se deterioró poco a poco, en complicidad con su desesperación alcohólica y su asfixia espiritual. No es exagerado de cir que Martínez Rivas murió de si mismo.

Aunque se presume que existe un buen número de poemas inéditos (más de dos mil, aseguró un despacho de una agencia de prensa), lo cierto es que tardará tiempo para que conozcamos ese legado, ya que, en ún acto que caracteriza al poeta, hizo preparar su testamento pero no se decidió a firmarlo. La cifra de poemas desconocidos, de ser verdadera, resulta admirable, pues hasta ahora Martínez Rivas es conocido fundamentalmente por un solo libro, por cierto no muy abultado: La Insurrección solitaria, cuya primera edición se realizó en México en el año de 1953. Mucho tiempo después, en 1994, el aprecio de Octavio Paz por su obra posibilitó una nueva edición, a la que se añadieron tanto el largo poema El paraíso recobrado, como un conjunto, de poemas publicados antes en revistas y suplementos literarios. Insisto, de existir esa cantidad de inéditos, deberemos prepararnos para redescubrir a un poeta que creíamos cimentando sólidamente en nuestra literatura con sólo un puñado de versos. Entonces se podrá comprobar que su horror casi patológico por las erratas y la descalificación anticipada que hacia de los lectores, influyeron de manera determinante en su decisión de no publicar un libro más. Mientras tanto, nos con-formamos con evocar lo ya conocido.

La poesía de Martínez Rivas permanece envuelta por un lado de premonición y sentencia bíblica. Su profesión de fe, sin embargo, no fue la del poeta creyente que asocia la palabra divina con la palabra profana. Más bien, él entendió la poesía )omo un eco alargado de la escritura de Dios y como una batalla del verbo con el lenguaje humano. Por ello, quizá sea el último poeta legítimamente solemne.

Quien vuelve a sus poemas, encuentra que están habitados por una doble fuerza plástica, ya que, además de su rigurosa construcción-de imágenes, sus temas conciernen a experiencias pictóricas singulares. Martínez Rivas pertenece a esa estirpe de poetas que, como Charles Baudelaire, Octavio Paz o Luis Cardoza y Aragón, han acompañado y revelado la pintura de su tiempo, al igual que han releído también la de otras épocas. Son poetas del ver y del decir.

En el nicaraguense, la poesía y la pintura se alimentan y se definen una a otra, como si la letra, para engarzarse, necesitara abrevar en el color y la línea. En La insurrección solitaria menudean, más que alusiones, tramas poéticas que se originan en pinturas de Da Vinci, Van Gogh, Goya o Klee. El cuadro Lot y sus hijas de Lucas Leyden, por ejemplo, está detrás del poema Beso para la mujer de Lot, que finaliza con esta descripción:Las sospechosamente siempre verdeante Soar con el blanco y senil Lot, y las dos chicas, núbiles, delicadas y puercas. El poeta documentó su pasión por la pintura. Su casa de Altamira d'Este núm. 8, en Managua, atesora una colección de cuadernos que contienen frases, poemas y notas derivados de sus visitas a museos de arte de los Estados Unidos y de Europa.

Como si se hubiese equivocado de siglo, Martínez Rivas encontraba vulgar y ordinario al mundo contemporáneo. En no pocos de sus versos, nos habla de su melancolía por una cultura humanística que ha’ sido traicionada por el dinero y la política. De ahí su condición de insurrectó dle nuestra civilización. Hace unos años, pretendió sacar a la luz un nuevo Libro, al que llamaría Allegro irato, con el cual buscaba desafiar la notoriedad de su primer poemario. Figuraría en é1 un largo poema, dividido en dos partes, y que dio en llamar Dos murales USA. El libro no se llegó a publicar, pero más tarde ha podido conocerse el poema por la edición que hizo Vuelta. En él, Martínez Rivas pintó un retrato de la fragilidad de la vida moderna, una vida que transcurre encerradá en ciudades huecas y efímeras, que a él lo angustian y lo intimidan. No le disgusta que la existencia sea pasajera, le abruma el desamor por el transcurrir del tiempo y la memoria. Sólo la poesía, parece decirnos, nos redime de esta ,indiferencia, porque ese arte magnifico está hecho de memoria y de sentido.

Una carroza tirada por caballos llevó el ataúd de Martínez Rivas al cementerio municipal de Granada. Iba flanqueada por dos columnas de guardias militares, "como si de los funerales de un héroe se tratara", según dijo él en ocasión de la muerte de Joaquín Pasos. Es cierto, los poetas son nuestros últimos héroes.

Miguel Angel Echegaray