Y el tedio bogotano se hizo novela

Un Bogotá de lluvia diaria. Un tedio vital permanente, como una interminable tarde de domingo bogotano. Un santafereño raízal que ha perdido sus raíces, por inútiles, por obsoletas: secas como las barbas de un ficus.

Ese es el escenario, el ambiente oprimente y el personaje decadente y sorprendido, que no sorprendente, de Sin remedio, 515 páginas de apretada impresión . Es un largo relato de corte clásico, sin sorpresas, sin altibajos, sin brillo pero con oficio, que nos transmite con minucia -y a ratos casi con sevicia- la atmósfera en que subsiste la vieja oligarquía santafereña, utilizando para ello la sinrazón existencial de uno de sus retoños: Ignacio Escobar, 31 años, casado y dejado por su esposa, poeta frustrado cuyo único proyecto coherente es tratar de escribir en Bogotá un poema épico sobre el sentido de la existencia, "sobre la cual había querido escribir un poema sórdido y espantoso" (pág. 329), él, que no logra dárselo a la suya propia. En este camino encuentra dos sinsentidos insuperables: el de su vida no asumida: "y siempre con la misma nostalgia de inacción, de corcho en el remolino; con la misma añoranza del vientre de su madre, penumbroso y caliente, rítmicaniente estremecido por un bombeo de sangre fresca, suspendido en la vida como un globo en el cielo. Pero su madre no estaba ya dispuesta a recibirlo de nuevo en su matriz. Tal vez iba siendo hora de que se incorporara a la vida real" (pág. 406). Ya desde el epígrafe se anuncia esta situación, eje generativo del relato: "conozco tus hechos y sé que tienes nombre de vivo pero estás muerto" (Apocalipsis, 3,1). El otro obstáculo está en la naturaleza del medio empleado por "cantarle" a la existencia y a su sentido: la poesía. En efecto, desde su primera salida al "mundo real", se encuentra con unos borrachos desconocidos, Edén Morán Marín y compañeros poetas, con los cuales llega a entender que "una poesía es como cuando uno sabe qué decir, y lo dice" (pág. 39). Ese hacer sin saber, ese automatismo verbal, formal y sin contenido, es reflejo o, mejor, expresión de una existencia sin pasión, sin asimiento, padecida y no vivida: "tú [Escobar] no escoges, no intervienes, no puedes distinguir, no puedes preferir, Por eso todo te da lo mismo. Por eso no te pasa nada. Por cobarde" (pág. 184). La vida de Escobar y su medio de expresión, la poesía, están agotadas de antemano, vencidas por una realidad que les aparece impuesta, externa al sujeto que por ello queda convertido en objeto, realidad innombrable y por consiguiente incomprensible en el proyecto poético. No deja de tener cierto tufillo decimonónico la escogencia de la poesía como medio de expresión: todo es decadente. E inadaptación fundamental a una realidad extraña.

Escobar y la novela pertenecen a una clase social: la alta tradicional de una ciudad, Bogotá, marco espacial de la historia. Clase que no acepta la mutación social que conoce el país en la segunda mitad de este siglo: desprecio de los provincianos representados en la novela por las caleñas ("es caleña, yo sé, pero...") y por los políticos costeños, desprecio a los militares ("tu no conoces a los militares de este país, mijo. Es una gentecita") y de los políticos, percibidos como elementos extraños al grupo ("uno ya no conoce a nadie en la política"). En la misma conversación "se especulaba sobre la incidencia que tendrían los resultados de las elecciones sobre los precios de la tierra y del dólar" (pág. 160). Es una clase todavía con conciencia de sí pero no del país en que vive, en trance de ser superada por el proceso histórico, encerrada en sus rutinas sociales y familiares, descritas en el libro con finura hasta conformar literaria y sociológicamente las mejores páginas del largo escrito (págs. 137- 171, 479-497). Clase social que se siente acorralada y mira con espanto y actitud pasiva los cambios sociales que se suceden a su pesar y minan su tradicional poderío. Clase con un sentido de identidad fundamentado en el pasado y que para sus nuevos miembros, enfrentados sin remedio a un presente ajeno a los otrora poderosos, les significa quedar sin raíces, sin referencias válidas: "por lo menos los tíos y las tías sabían en dónde estaban, por qué estaban ahí: situados en el tiempo y en el espacio, en fechas precisas de sus muertes, en los precios exactos de sus tierras. Escobar escrutaba su propio interior y no encontraba ni siquiera eso" (pág. 159).

Ahora bien: esa clase la podríamos ver como la provinciana de Bogotá y por ello su historia es específica, haciendo difícil que en otras ciudades colombianas, con sus oligarquías provincianas, la historia de Escobar pueda ser fácilmente asimilada. No. Es una historia bogotana, que difícilmente trasciende los límites de la sabana. Por el contrario, las otras regiones se han ido tomando a Bogotá. La novela así lo registra. Recordemos lo dicho sobre los provincianos, desplazadores del provinciano bogotano: el santafereño, como resultado del paso de Bogotá de ciudad provinciana a capital de un país, suma de provincias.

Este mundo cambiante, extraño, externo, tan lejano del equilibrio provinciano -y en esto Sin remedio es una novela urbana- se da en Bogotá, de la cual Escobar nos dice que "es triste (...) una tristeza fría, de atmósfera delgada, de ciudad aplastada por el peso del cielo en lo más alto de la cordillera, en lo más lejos. Una tristeza rencorosa, torva, de muchedumbres silenciosas que en la calle tropiezan con otras muchedum bres, como un río con el mar, bajo la lluvia" (pág. 254). Es el ámbito de la despersonalización, aun para aquellos que dominaron. Es el escenario para el tedio vital, para la pasividad suprema, para el corte radical con una realidad que supera vivencialmente a los personajes. Por eso a Escobar "todo le daba igual: cabalgar en moto rumbo a lo desconocido, ensordecido por el viento, o cenar en casa de su madre con Monseñor Botero Jaramillo [suena a cortesano "infiltrado", de origen antioqueño]. La misma aceptación, la misma falta de entusiasmo. Inerte. Disponible. Libre como el viento. Como una piedra. Libre o inerte, daba lo mismo" (pág. 190). Por eso, Henna, caleña, amiga de su exmujer, es capaz durante 28 tediosas páginas (107-135), equivalentes a treinta días, de invadir el apartamento de Escobar y de reducirlo literalmente al lecho donde lo somete a una violación continuada, habida cuenta de la mentalidad de Escobar ("tú no es- coges, no intervienes, no puedes distinguir, no puedes preferir"). Por eso (págs. 173-221) su relación con la izquierda es una relación imposible pero buscada por el único flanco posible: la poesía. Es imposible, porque de Escobar se puede decir que "no quieres ser adulto. No quieres ser responsable" (pág. 102) y que "eres egoísta por miedo. Por miedo a que te pase algo. Por eso no te pasa nada. Por cobarde" (pág. 103) y porque es una izquierda "alienada y alienante", como se decía a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, época de la narración. En las 48 páginas sobre la izquierda, a diferencia de lo dicho para la descripción de la atmósfera
santafereña, encontramos el estereotipo como explicación. Definitivamente la literatura no logra aún asumir creativamente, con sutileza y capacidad de matizar, el fenómeno de la radicalización política contemporánea en el continente, o si no véase a Vargas Llosa con Historia de Mayta1. Caballero, a pesar de haber vivido la época, no la traduce.

Antonio Caballero, empezando sus cuarentas y luego de un exilio voluntario de casi diez años en España, que aprovechó para convertirse en el cronista cultural estrella de Cambio 16 y para escribir las 515 páginas de Sin remedio, muestra una veta diferente como novelista, pues como periodista es ágil, brillante, incisivo, con una infinita y santafereña capacidad para la mordacidad. Como novelista asume ropajes clásicos, formales y pesados y, quizás por miedo de caer en la agilidad y eventual superficialidad estilística del periodista, nos entrega medio millar de páginas que pudieron reducirse a trescientas sin afectar el contenido y salvaguardando al lector, que siempre tiene como obligación acabar el libro para poder escribir su reseña.

Boletín Cultural. Número 3, Volumen XXII , 1985 / Juan Manuel Ospina