El autor, la obra, el lector

La obra de Affonso Romano de Sant'Anna recupera una larga tradición que parte de Gregorio de Matos, reinstalando en la poesía brasilera un rasgo sobressaliente: la ironía unida a la denuncia en una poética de paradojas y denuestos, que ha sido llamada “la musa maldiciente” (musa praguejadora). El poeta no ahorra críticas a su tiempo y su país. Entiende el “puesto del hombre en el cosmos” como uma ineludible relación con su aquí y su ahora: pero se desorienta en la incomprensibilidad de lo que esto deba ser y por qué será así como es.

El “yo” es sometido a juicio tan despiadado como el que acomete contra su entorno. De esta asimilación del sujeto crítico con el objeto a criticar se suceden una premisa y su efecto lírico. La primera: el mundo nos contiene de modo contaminante. El segundo: el poema, como el “yo”, se contamina.

Y esto se manifiesta a través de recursos formales que la poesía potencia en significaciones: la rima abusiva enfatiza hasta la obsesión la idea que está siendo denunciada (“De que ríen los poderosos?”/ “El torturado y su torturador”) así como las aliteraciones, las anáforas, la quiebra del ritmo, a partir de lo que podríam llamarse “arbitrariedades métricas”. El poeta preserva su espaço crítico por medio de la traba sonora. El propósito parece ser no dejarse llevar por el suave camio de la musicalidad, sino enstalar la disonancia (“Muro de Berlín”).

“El gran pregón del indio guaraní perdido em la historia y otras derrotas”, por ejemplo, es una orgánica declaración poética del “yo” que confiesa la búsqueda del texto de su tiempo y la inutilidad del esfuerza. El discurso inquisitivo y las constataciones de hechos censurables, configuran un poema de aliento épico para denunciar, justamente, la inquisición, la censura y la pérdida del heroísmo.

Dura manera de poetizar. El lector necesita compases de espera. El poema se planta contra la opresión; pero está se ha instalado en él robándole toda chance de alcanzar ese nivel gozoso de la palabra e, incluso, la opción de desahogarse en el ejercicio del verso combativo de protesta. Mucho cuidado con las aparencias. Esta poesía recorre el camino más dificil: imponerle al canto los regisros del grito, a la percepción, la pulsación del pasmo sin alentar propósitos panfletarios.

A pesar de haber sido analizada como poesía de circunstancia, las lausiones bíblicas, históricas, artísticas de todo tipo, son de una profusión pocas veces encontrada en el espacio lírico. Lo circunstancial sirve para evocar al hombre de todos los tiempos y culturas en una urdimbre de errores y aciertos históricos, convocados por un soporte de erudición y vulgarismos léxicos que configuran una poesía compleja, inquietante, cuya impronta exige una lectura desprovista de inocencia.

En los poemas de Affonso Romano de Sant'Anna, el cuerpo es tortura y orgasmo, el país es pobreza y delito, y el poeta, un ciudadano de mala conciencia. El proprio sueño es un terreno invadido, un camino errático y amenazada (“El arte de soñar”).

Cuando el poeta repite “todo es texto” (“El burro, el niño y el Estado Nuevo”), está muy lejos de la hipócrita posmodernindad que, al declarar que “la realidad es un discurso”, se libera de la ética. Al contratio, la realidad se impone con toda su contundencia frente al sujeto; se le opone, le invade el texto y, si la utopía encuentra espacio, no será para que el “yo” se aliene en imposibles. Él la reivindic para el corazón del que, torturado, necesita de un suave consuelo (“El torturado y su torturador” / “El descendiente de la utopía”).

Una poesía de tales características no puede soslayar el tema metafísico. Poemas como “Certeza” marcan la agónica búsqueda de una Verdad. La palabra se tensa hasta el límite del mundo atomizado y desacralizado y allí se asoma hacia el oscuro núcleo de la transcendencia, que sólo aparece como un gran enigma (“Recogiendo los restos del caos”). Si el “yo” se repliega, el texto avanza hacia la génesis y el sentido de esa incomprensible historia de los hombres que no depende de los ojos del poeta y se mueve por sí misma (“Mala vista”). No importa si se trata del capricho de eses “Dios brasilero”, recordado con doloroso sarcasmo en la ventana abierta al espanto de las favelas, de ese dios que lana sus “fríos dados”. Alguna voz, en la noche, irá a pedirle el alma al poeta formalista cuyo verso olvida a los marginados.

Una sed de justicia y suprema reivindica para el verso la musa maldicente y remata sua líneas con signos de interrogación.

“ ¿ Cuántas veces vociferé para que el instante-ahora
se convirtiese en una eterna-aurora?”

Ana Lía Torre Obeid