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 | Roca y la poesía de lo visual  
 Juan Manuel Roca es  quizás el poeta más importante de Colombia, apenas disminuido por el insaciable  Álvaro Mutis, de quien es directo heredero. Ha ocupado sin intermitencia alguna  todos los espacios que ofrecieron a la poesía los inventores del Frente  Nacional y sus ministros de Educación y Relaciones Exteriores, y su influencia,  tanto moral como etílica, pendenciera y poética, sólo puede medirse contando  las veces que ha golpeado a botella a los poetas de su país. Hoy no cabe duda  que logró convertir la poesía colombiana en algo muy lejano e irreconocible de  aquellas tradiciones y momentos que alcanzaron los viejos y anacrónicos líridas  como León de Greiff, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea Borda, Aurelio Arturo, Jaime  Jaramillo Escobar, o Giovanni Quessep, tan ligados al uso de ese despreciable,  para Roca, verso de Darío, Lugones, Borges, Neruda, Villaurrutia, Paz, Lorca,  Cernuda, Gil de Biedma o Caballero Bonald. Roca se reconoce en exclusivo en  grandes poetas de la lengua como  Gonzalo  Rojas, Stefan Baciu, Clemente Padín, Max Jiménez, o el mas espacioso de todos,  el inexplicable pero perseverante Juan Calzadilla, el venezolano mas conocido  del mundo. Juan Manuel Roca es  Capricornio, es decir, un ser ahogado por el orgullo y la soberbia, pero  desconfiado y temeroso de ser descubierto en sus ambiciones, mezquindades,  crueldad y dogmatismo. Porque como dicen los grandes sabios de la quiromancia,  los naturales de Capricornio programan con paciencia, precisión y una  antelación de muchos años, su futuro y las metas a conseguir y para ello  están  dispuestos a todo por encima de  todos. Por eso no sorprende que su poesía, además de haber sido traducida al  sueco, por Maria Víctor Kalina, que ha trocado también a Shakespeare, Goethe y  Dante, facilitando su camino al Premio Nóbel,   haya también sido trasladada a lenguas tan populares como el Ainu,  Burushaski, Calusa, Hurrita, Keres o Moroítico, o las africanas Ijoid, Bantú,  Hadza, Cusítico o el Sandawe, que hablan muchos de los poetas que visitan cada  año su ciudad natal o que conoce su amigo, el gran historiador neo-barroco  Germán Espinosa, quien fuera embajador de Colombia en varios de esos países,  luego de haber escrito un prestigioso alegato contra los enemigos del entonces  presidente, el Doctor Otto Morales Benítez. JMR fue, como bien lo recuerda la Enciclopedia Británica,  el mejor de los directores que haya tenido el Magazine Dominical de El  Espectador, luego del asesinato de don Guillermo Cano. Durante diez  interminables años, con un estoicismo digno de Palemón el Estilita, JMR fue  propagando la mas recóndita poesía de Colombia, mucha de ella escrita por sus  propios alumnos y admiradores, en los Talleres de Casa Silva, donde  prácticamente vive hace mas de veinte años.  Pero si en su  talante JMR es idéntico a su maestro, un recuento de su vida pareciera  indicarnos lo contrario. Mientras aquel conoció la gloria y el dinero fácil,  Roca, que recibió de un rector magnifico de la Universidad del  Valle, un Doctorado en Literaturas Comprometidas, si bien fue registrado como  nacido en Medellín, se ha sabido recientemente, gracias a una investigación de  la eminente insidiosa y filóloga de gran altura de la Real Academia  Colombiana de la Lengua,  Piedad Amalfi, que vino al mundo en el Hopital  San Vicent du Paul, de Niuafunké, actual Mauritania, donde Rubayata Roca,  su padre, compraba arena del desierto para apaciguar la violencia colombiana de  los años cuarentas. Porque Roca, igual que su entrañable amiga difunta, la  poetisa Maria Mercedes Carranza, también conoció en su temprana niñez los  beneficios de ser hijo de emisarios, y pudo arrastrarse en las pirámides de  Teotihuacán, hacer pipó en el Alcázar de Quetzalpapaloti o en las Tullerías y  recibir, de boca del cantor del Cóndor de los Andes, el gran escaldo Aurelio  Martínez Mutis, su consagración como el Poeta Nacional de la Metáfora. Fue en  esos años cuando el iluminado emitió los mas bellos axiomas sobre el arte de la  poesía que conozca nuestra lengua: “Escribir  poesía es como ser pastor de abismos; dedicarse a ella, hacer agujeros en el  agua”. No hay duda que  durante los 13 años [850 ediciones] que JMR dirigiera, ya fuera a la luz del  día o en las sombras de la cantina de Marielita en el barrio La Candelaria, la redacción  de MD de El Espectador, este fue el aparejo que cambió para siempre el rumbo de  la poesía colombiana. Bien puede ser cierto que quien aparecía como directora  era Marisol Cano, pero es otra verdad de a puño que la incidencia que ella tuvo  en la publicación de los mas de seiscientos poetas colombianos en sus páginas  fue nula e irrelevante. Roca, con la colaboración de los sindicatos de maestros  y los militantes del M-19 lograron lo que nunca pudo hacer Gonzaloarango:  convertir en fanáticos de la metáfora a los niños de las escuelas públicas de  los casi mil municipios donde los alcaldes suscribieron El Espectador de los  domingos. A este robinson de la cultura se sumaron pronto otros de sus  fervientes seguidores como Eduardo Márceles Daconte, Hugo Chaparro Valderrama,  Milcíades Arevalo, Juan Carlos Moyano, Santiago Mutis Duran, Fabio Jurado  Valencia, Ángel Perea,  Juan Carlos  Pergolis, Leopoldo Múnera, Salomón Kalmanovitz, y desde sus lugares de  monopolio de la cultura Darío Jaramillo Agudelo, Belisario Betancur, Maria  Mercedes Carranza, Gloria Zea, entonces de Uribe, Fanny Mickey, Bernardo Hoyos,  Gloria Valencia de Castaño y su esposo el erudito en divisas Álvaro Castaño  Castillo, Jean Claude Bessudo y Andrés Hoyos, etc., el mas grande equipo de  hombres y mujeres cultas desde la generación de Mito que haya tenido Colombia.  Pero toda esta  cruzada en pos de su gloria quedaría sin comprender si no dedicásemos unas  líneas a las tesis fundamentales de Roca acerca de la poesía misma. Expuestas  en un raro y paradigmático ensayo titulado La  poesía de lo visual, publicado en la Harvard   Papers of Poetry  Series, JMR, luego de haber fatigado mas de trescientos volúmenes sobre  tema concluye que sólo la imaginería metafórica, es decir, la resurrección del  Ultraísmo, puede salvar al hombre del caos. Porque como sucediera con aquel  emperador de China, para prescindir los males del mundo, primero hay que  extirparlos de ese simulacro de realidad que es el arte. Ma Mel Tol, el  emperador, habría ordenado a su pintor predilecto, La Moil, suprimir de un cuadro  una cascada de agua pues no le dejaba conciliar el sueño. Y afirma JMR: “Lo  visual en la poesía, valga decirlo, no tiene únicamente que ver con la  disposición tipográfica, aunque fuera tan esencial en los poemas de un gran  visionario y vísionador del cubismo,  Guillaume Apollínaire y sus Caligramas, sino, más allá de la piel, de la  epidermis del lenguaje, en la capacidad evocadora”. Por eso, sostiene, “podemos  comparar la mar con una carpintería, porque la garlopa arroja cantidades de  viruta a las playas del mundo”, pues la metáfora, “que en griego quiere decir  traslado, transporte, llevar de un lado a otro, de una realidad a otra, da a  luz nuevas realidades”. Y entonces nos revela cómo, luego de una semana de  noches de tormento e insomnia, creó las metáforas o kenningars que cambiaron el  discurrir de la poesía en español y que tanto han imitado, sin superarlas, los  poetas que le siguen: El brazo del río jamás esgrime espada. Los dientes de ajo no comen duraznos.
 El ojo de agua desconoce el monóculo.
 El cuello de botella no porta collares.
 La oreja del pocillo no escucha a Beethoven.
 Las manecillas del reloj no usan guantes en  invierno.
 Los durmientes del ferrocarril no se  despiertan a su paso.
 Las palmas de las manos no dan dátiles.
 La luna de miel no atrae a las moscas.
 Las cabezas de los fósforos no tienen  aureola, aunque alumbren como santos.
 El lomo del libro no recibe latigazos.
 La garganta del desfiladero no teme al  mordisco del vampiro.
 La silla de brazos no es pródiga en abrazos.
 El ojo de la cerradura no duerme de noche.
 El ojo de la aguja ni siquiera pestañea.
 La luna del espejo no altera sus fases.
 Cuanta poesía  sensorial, cuanta poesía del mañana, cuanta visión del ayer, hay, ciertamente,  en esas magistrales expresiones que desvelaban a Roca. Brazo de río, Dientes de ajo, Ojo de agua, Cuello de botella, Oreja de  Pocillo, Palmas de las manos, Luna de miel, Ojo de la cerradura, Manecillas de  reloj, Lomo de libro, Durmientes del ferrocarril, Silla de brazos, Garganta del  desfiladero, son indignas de la poesía de Jotamario, pero han sido  extraídas de aquel corro de naturales que en pleno invierno, en torno a una  roja rosa malaya, extienden sus brazos y reciben calor. Así debe suceder a los  lectores de este libro. Sus maravillosos poemas son la llave de los viajes  imaginarios, porque como en las manchas que ofrecen los siquiatras a los  enfermos mentales, en ellos vemos lo que nos da la gana. Esa realidad que nos encanta y transporta mas allá del Holocausto del  Palacio de Justicia, los asaltos a los municipios pobres perpetrados por las  FARC o las masacres de los paramilitares y el ejército o la policía, y las  espectaculares acciones de contrabando de sueños de esos poetas inigualables,  los mas grandes enemigos del imperialismo norteamericano: el narcotráfico. “Se trata de ese momento –concluye Roca- en que abiertas las batientes de una puerta,  la puerta de lo cotidiano, se entrevé un mundo que resulta como una fisura en  la realidad, para que aparezca por pocos instantes una verdad estética, una  belleza insobornable”. 		Harold Alvarado Tenorio |