Carlos Aguasaco

Newyorkquina

Nueva York era un largometraje en tecnicolor
La bailarina frustrada que hace de mesera en el Village
junto a una india peruana que cocina como los dioses
La Newyorkquina de la espalda descubierta La mujer de cadera destroncada La clavícula de azúcar
Un anuncio de coca-cola con piernas largas
Alguien que pasa deprisa, que vuelve deprisa, que va deprisa

Nueva York era unas miradas en el bar Y un motel a las afueras Un argumento de Huidobro producido por David Linch Cesar Vallejo envenenado con luces
Y otra vez, la mesera que da un brinco ensayado
La mujer que me sirve y me enseña la espalda
La joven actriz que se sorprende al verme leer

El poeta entró en la película por accidente,
Le dieron un papel secundario ordenando café en la barra
Tenía que encender un cigarrillo sin filtro y ver pasar a la protagonista lucir extraviado en Nueva York verse como un oso hormiguero husmeando entre el fierro y callar
Pero el poeta no sabe actuar, sólo sobre actuarse, tomarse demasiado enserio Pasa la vida entre bares y no sabe de restaurantes

Nueva York era un largometraje en tecnicolor
La bailarina sentada con el poeta
Y la preciosa india peruana que traduce al español
Todo lo que dice la rubia.

Nueva York

Este mundo es por definición desprecio y arrogancia.
Gesto de asco y el asco de hombres hombro a hombro
sentados en el tren.
Mirada fija que en el punto medio se cruza sobre ti
y en ti se disipa en un arabesco con forma de turbante.
No es este mundo tu mundo y lo es.
La ciudad está allí para ser tomada
la ciudad está allí para derrocharse
para dar desprecio, para ser reflejo del hombre y el hombre
para recordar que siempre, no importa donde se mire,
el calor de un lente te abriga con la discreción obscena
de quien sin mirarte te observa.

Sería necesario matar a John Lenon y afrontar el sarcasmo
de sonreír a la cámara para que ella te denuncie
en titulares de prensa diez años continuos sin pagarte un centavo.

Reírse como un loco y apestar a dinero
apestar como un loco y reírse del dinero.
Nueva York, no es a mí a quien saludas
con tu antorcha encendida en el atlántico.

Ventana

La ventana existe porque la observo, porque la creo,
porque en la oscuridad de los túneles del subway,
la ventana es un sarcasmo, una prolongación de la oscuridad.

Ese gusano de plata, la ballena automática que se indigesta de hombres, que se atraganta de lenguas, que se detiene a respirar,
que se convierte en rumiante, que traga, que mastica, que inhala,
que exhala, que no distingue entre razas, que pertenece al camino,
que parece haberse propuesto acabar con sus zapatos de hierro
y encontrar la luz en Queens al volver de Manhattan,
abre sus puertas y me deja entrar.

Una Babel acostada, rodante, peregrina, una Babel ambiciosa,
una torre que intenta alcanzar las entrañas del infierno,
me lleva en mi camino cada día hacia Harlem.

Renuncio a releer el periódico, a mordisquear un Best Seller,
a engullirme de Hip-Hop, a concentrarme en mi horario,
y creo la ventana, la dejo aparecer en el techo, la dejo ser
redonda, rasgada, arabesca, la dejo ser una ventana.

La ventana existe porque la observo, porque la creo,
porque en la oscuridad de los túneles del subway,
la ventana es un sarcasmo, una prolongación de la oscuridad.

Ese gusano de plata, la ballena automática que se indigesta de hombres, que se atraganta de lenguas, que se detiene a respirar,
que se convierte en rumiante, que traga, que mastica, que inhala,
que exhala, que no distingue entre razas, que pertenece al camino,
que parece haberse propuesto acabar con sus zapatos de hierro
y encontrar la luz en Queens al volver de Manhattan,
abre sus puertas y me deja entrar.

Una Babel acostada, rodante, peregrina, una Babel ambiciosa,
una torre que intenta alcanzar las entrañas del infierno,
me lleva en mi camino cada día hacia Harlem.

Renuncio a releer el periódico, a mordisquear un Best Seller,
a engullirme de Hip-Hop, a concentrarme en mi horario,
y creo la ventana, la dejo aparecer en el techo, la dejo ser
redonda, rasgada, arabesca, la dejo ser una ventana.

Luego, como una rata en subway me interno, me extravío, me pierdo
en busca de luz, de agua, de una alcantarilla en Times Square
o de una oportunidad en Broadway.

La ventana existe porque la observo, porque la creo,
porque en la oscuridad de los túneles del subway,
la ventana es un sarcasmo, una prolongación de la oscuridad.
El chiste magnífico que hace reír al idiota, al autista, al newyorkino,
al roedor que me habita desde que vine a esta isla.


Carlos Aguasaco, (Bogotá., 1975) hizo estudios de literatura en la Universidad Nacional de Colombia. Vive en New York donde colabora con la revista Hybrido del Graduate Center de Cuny. Actualmente trabaja con la Junta de Educación de la Ciudad de Nueva York y es profesor adjunto en el City College de Cuny donde también adelanta estudios de postgrado en Literatura Hispanoamericana.

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