José Ángel Leyva
por Rafael del Castillo

Sólo quien entiende que la poesía tiene que ver, ineluctable-mente, con el ser humano de una manera minuciosa, detenida hasta en sus más mínimos rasgos, gestos o circunstancias, puede decir que sabe de qué habla cuando habla de poesía. O – sobre todo – asumir en justicia la condición de poeta.

Tal es el caso del escritor mexicano José Ángel Leyva. No de otra cosa da cuenta su periplo por diversas disciplinas y tareas que de suyo van y vienen del hombre de carne y hueso hasta el que de alguna manera éste mismo, inventa o imagina, idealiza o explora. Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango en 1984, como queriendo también auscultarle el alma al hombre viaja a Ciudad de México a estudiar psiquiatría. En ese trance se cruza con la palabra poética y encuentra en ella la esencia del buceo espiritual, del conocimiento y el reconocimiento humano. Resultado: Leyva abraza la carrera de las Letras (tanto en el sentido académico como en el vital), al tiempo que inicia sus labores de editor a bordo de diversas publicaciones de divulgación científica. Consecuentemente publica sus libros de poesía, su trabajo narrativo y ensayístico y, para cerrar el circuito de su compromiso con el diálogo entre el que lee y el que escribe, ejerce con rigor el periodismo cultural, el periodismo de ideas...

Fiel a su credo, Leyva es hoy en día uno de los intelectuales más destacados y activos de las letras latinoamericanas. Alforja, la revista de poesía que dirige y edita desde 1997 en compañía del también poeta José Vicente Anaya, se ha convertido en una de las publicaciones más seguidas por todos aquellos que leen, disfrutan y crean poesía en nuestra lengua. Lo anterior toda vez que Alforja, antes que una revista de difusión de éste casi secreto género, es uno de los principales bastiones de reflexión en torno al mismo. Así, con naturalidad han sido temas de fondo de la revista: el amor, el erotismo, las vanguardias y posvanguardias, la poesía indígena, el tema gay en la poesía, la guerra, la muerte, la locura, cuando no la revisión detallada de tradiciones poéticas contemporáneas tan importantes y ricas como la brasileña, la peruana y, por sobre todo, la misma mexicana.

Desde una tan cabal perspectiva, y casi podría decirse que como parte de su personalidad y del quehacer que ésta de suyo pareciera exigirle, surge el lúcido proyecto Verso converso o Versos comunicantes (dos entidades distintas y una única fe: la poesía). El proyecto gira en torno a la idea de presentar a los lectores entrevistas a destacados poetas de Iberoamérica con la particularidad de que las mismas son realizadas también por poetas y/o escritores. A través de esta iniciativa pareciera decirnos Leyva: el poeta que escribe es como un hombre cualquiera aplicado en lo suyo. No hay mayor diferencia en lo que va de uno a otro. El hombre que habla con otro hombre de su oficio practica – si lo hace bien – un ejercicio especular, intercambiable acaso con unas cuantas fotos mal tomadas. El poeta que habla con otro de su oficio ensaya una poética y, en muchos casos, como sucede con las mejores de ellas, centellea lúcido el poema.

Su obra literaria, cuatro libros de poesía y la novela La noche del jabalí, nos invita a abordar un mundo en el que la totalidad de las vivencias humanas busca su correlato. Hablan allí tanto lo erótico (Catulo en el destierro), lo onírico, los personajes arquetípicos del ámbito familiar, el terruño (los duranguraños), la amistad, el diablo y sus caretas (las formas de lo humano y lo divino). Su última obra publicada, La noche del jabalí, se nos antoja la cifra de sus peripecias existenciales y literarias. Escrita con un dominio innegable del oficio narrativo es, además, la novela de un poeta. Pero no en el sentido que se le suele dar usualmente a tal aseveración: zapatero a tus zapatos. En ella el lector se encuentra con un universo bien definido, habitado por seres absolutamente tangibles —algunos de ellos habitantes de esa otra novela que es la vida concreta: los pintores Carlos y Leonel Maciel—. La trama se desencadena a partir del encuentro de un grupo de amigos que se reúne en el particular escenario que les prodiga la Isla de la Noche para conversar, beber y comer. Un poeta, un escultor y fotógrafo francés, los ya mencionados pintores y algunos miembros de su familia ponen ante el lector, al decir del escrito mexicano Julio Travieso, «entre bocado y bocado, tragos y picadas de zancudos, como sacadas de una cajita china o de una inmensa muñeca rusa, las más delirantes y fabulosas historias que a la vez se constituyen en una mirada burlona, aguda y reflexiva, del México actual...»

Manos

El insólito gesto de tu mano
sacude el polvo de la carne
la bestial paciencia
entretenida en los pantanos
Te miro desde el pasmo
de una tribu sin lengua
husmeando el paso del tiempo
desde la reencarnación sentimental
de larvas
Desciendo por las fibras
de la novedad y el amor
hasta caer en los gruñidos
vacíos de imágenes y culpas
Sólo el fuego
solo
solo
El olor que viene de tu cuerpo
como el envión anticipado
señal conjurada por tus dedos
me pone al alcance del aullido
Ese pincel de nardos
toca la pared de piedra
la deshace
la convierte en escritura
en color elemental
sueño rupestre
golpes líquidos del hombre
Comienzo a articular tu forma
la olfateo
entraño su espacio
mis sentidos

Lengua extraña

Una mano alada
repta entre los vidrios del pasado
Gesticula rota
Sabe a lengua extraña
en el pozo reseco de mi asombro
Desarruga los signos del dolor
el blanco y negro de los besos
ajenos a uno mismo
fantasmas locos
sepultados en las costras
inservibles del orgullo
Ese
idioma
me busca
a oscuras
ensimismado
en el goteo moribundo
de una estalactita
en el
ojo
Esa mano recoge la señal
me da a beber su fuerza cristalina
el agua dulce y salada
de un lenguaje visible
entre las sombras
donde la voz se oye
como el hueso frutal
en tentación
cayendo

Humedad y tacto

Tibia
paloma de papel
en el precipicio de tu boca
sacudiéndose la sal
el aire enloquecido de los ojos
Tras la cubierta de un libro
sobre la hoja de un barco
el ala sedienta de tu amor
rema despacio
como si al respirar
la carne se secara
y le fuera imposible sentir
los cuerpos que desplaza
No hace falta mar en el desierto
Hubo diluvios
y están petrificados
Vendrán lluvias serenas
a crecer en el polvo
a entintar el silencio
guardado en la humedad del cacto

Erizos

Sólo la estatua del dolor
perdura
lo demás desaparece
Los gestos del placer acaban
hundidos por su propio peso
No queda nada después del resplandor
si no se alcanza a recordar
el cuerpo y la voz necesitadas
si se miran los hechos por encima
de un cementerio de cadáveres anónimos
No queda nada en el aburrimiento
¿Qué puede haber antes y después
de un fogonazo inútil?
El ojo que se busca encuentra
sombras
de
un
ser
observa su presencia
su volumen calcado
a la raíz del área
de la respiración
del fuego
No hay pasatiempo
sólo la muerte reposa en las ciénagas
por donde caminan los erizos
hambrientos de caricias

El peso animal de la mujer

Dejas las gotas de tus pies
en las alfombras
Oigo pasos en el techo
Presiento el nerviosismo
que embobinan los deseos
Oigo el estambre de tu voz
acurrucado en el silencio
el filo de los dientes
queriéndolo romper de miedo
Te aproximas
Tienes la forma líquida del aire
el peso animal de la mujer
que salta de la humildad
al surtidor en celo


José Ángel Leyva (Durango, 1958), fundador y coeditor de la prestigiosa revista de poesía Alforja, ha recibido varios premios literarios por su poesía y trabajos periodísticos. Entre sus libros más recientes figuran la novela La noche del jabalí ( 2002) y los libros de entrevistas con poetas mexicanos e iberoamericanos Versoconverso (2000) y Versos comunicantes (2001).

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