Elías Mejía

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¡He aquí una noche que no se apiada ni de los cuerdos ni de los locos! Bufón del rey Lear. Shakespeare.

Tomaron por asalto y dinamitaron
el puesto de policía, junto al parque donde reposa Baudilio Montoya, el poeta, el bien llamado último rapsoda.

Una mujer murió de un tiro en la cabeza
dentro de su automóvil porque aceleró
al pasar sin saberlo por el centro del asalto.

Pocos días después, asesinaron al gacetillero: hombre agrio de humor fatal, que censuraba la vileza y la guerra.

Para no quedarme callado en la tarde de su entierro,
en tono de gracejo, pregunté:
¿Qué está pasando en este pueblo
en donde no se ríen con las bromas del guasón,
sino que lo matan?

Quienes me escucharon, a manera de sentencia,
dándole otro significado al suceso,
añadieron:

Asesinaron al bromista,
no en vano se burlaba y mordía.

Después pasó el viento.

El macho y la hembra

Cada vez que muere,
le da la espalda.

Cansada cierra los ojos
y con voz presurosa le dice:
no me toques no me toques no me toques
no

Él se queda entonces mirando
las maderas del techo,
anhelando esos brazos
tan cercanos y ausentes;
pensando en su sangre
que vuelve a rodar, lenta,
como la maquinaria de un buque
detenido en el muelle.

Recordando a Raquel Welch

El único paisaje que le hacía falta
era el de un árbol en la ventana;

tenía suficiente con el correr del agua
por la pendiente de loza del aguamanil,
y con el rayo de luna
reflejado en la frente de los guijarros;

sólo precisaba del rumor del mar
en el cuenco de la caracola,
del viento conducido por la cánula
de un saxofón,
del asomo de la matriz
en los labios de ese rostro amado
y del olor de la rosa

sólo, para el espejo de la memoria,
necesitaba el detalle de sus hombros desnudos,
el muro de carne de su espalda,
el flujo y reflujo de sus muslos
cuando iba de lado a lado del telón
y la certeza
de que nunca vendría por aquí a visitar su casa.

Perfil de un bohemio culto

Al hablar,
las citas de escritores célebres
que traía consigo
se confundían con su propio verbo
a veces (muchas veces) inoportuno,
que rodaba como un dado enloquecido de gozo
al son del súbito encuentro con los escuchas,
en las oscuras cavernas del intento de una explicación,
de una comprensión, de una certeza:
de un triunfo.

¡Cuánta iluminación
en sus ojos duros y achispados
de teatrero en vivo y sin libreto!

¡Cuánto júbilo en su corazón de roca,
y cuánto en el puñetazo de sus palabras!


Elías Mejía (Calarcá, 1951) poeta y traductor, hizo estudios de literatura en España y Francia. Ha publicado Confesión del navegante (1995) y traducido a Takis Varvitsiotis, Lenna Pappa, Yannis Ritsos, Konstandinos Kavafis, Yorgos Seferis y Odiseas Elitys.

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