Francisco Massiani

Mediodía del trópico

Señor de la ternura
arroje usted ese paraguas
y hunda, con su dedo, la piel del sol:
la transparencia de las hojas quemadas
inundarán un verano de cuerpos
melancólicos y olvidados.
Podrá amarse sin ganarle al tiempo
una pulgada de espera
será una alegría inmóvil
una ola que se envuelve en sí
para desaparecer sobre la arena
o convertirse en un punto brillante
una respiración de paz
el mar no abrazará distancias en los ojos de mi amada.

Ya no podría entrar en ti

Ya no podría entrar en ti
en tu gruta no habría más apetito
quizá Dios ya no dormía acurrucado
entre tus piernas.
Ya no habría lunares tímidos que contar en tus pechitos.
¡Ah! El apetito de vida se fugaba entre mis dedos
caía tembloroso en la tierra
sembraría por su cuenta
un ramillete de flores o
se dejaría tragar por la huella de tu nombre.
Esa huella que se abrió de tanto mirar
yo la tierra sonando tu nombre entre mis labios
hueca inútil el eco
de tu nombre vacío:
fue ahí entonces donde asustado
puse el pie (quería correr, quería correr)
y caí en un abismo de nada.


En la hora del día

En la hora del odio
Cuando las agujas se detienen en el mismo lugar del fuego
Cuando el sol es una aguja que pincha la pupila
y se derrite en tu espalda ardiendo
Cuando los pájaros se queman en el aire
y caen sobre el techo hecho de cadáveres
llega la inútil poesía con un tiro en la sien.

Es el momento de los cigarrillos multiplicados con la misma acidez
Cuando el aire tiene olor a murciélago y a cabellos achicharrados
Cuando los niños son entregados en la hoguera a fin de alimentar el verano asesino
este maldito verano de mi país
Cuando son entregados los trofeos en el rito de la muerte
y caen orejas y brazos y manos y labios y cabezas en la hoguera
llega inválida y cojeando la puerca poesía con un tiro en la sien.

O cuando la lluvia inicia su paseo matutino
arrastrando las huellas cansadas
y limpiando la máscara de acero que cubre indiferente nuestra maldita ciudad
Cuando la lluvia se muerde con los cigarros
y se detiene a figurar las nubes rotas y asustadas llega cojeando a toda prisa
la inútil poesía con un tiro en la sien.

O cuando te desprecias
en la hora donde las horas se unen en un mismo punto
en el mismo deseo de desaparecer
en la hora condenada al fuego lento de la rabia
y el cuchillo en la carne inocente de cualquiera

O cuando es en la tarde y el sol está rojo de vergüenza
por tanta ternura consumida
por tanta ternura caída

O cuando es de mañana y vuelve el día con sus
martillazos en los dedos

O cuando más gustes desgraciado
el caso es que llega la inútil poesía
cojeando con un tiro en la sien

Y escribes poesías
ya viejas de tanto cantar con la misma garganta
Acostumbradas a ceder en el mismo miedo
caen dos y cuatro y hasta cinco poemas
y el último con un tiro en la sien
ardiendo de sol en el lugar
donde sangra.


Y aquel viaje de Gallos marinos

¿Qué será de los hermosos gallos que alguna vez cuando llegamos a Cádiz enloquecieron la lógica del tiempo y de la naturaleza al trepar los cuatrocientos cantando como una sola voz temblorosa y febril al destartalado Virginia del Churruca? Qué broma más hermosa resultaba la del divino Padre al encender de cantos dorados el mar eterno a nuestros pies y uno que confiaba siempre en la historia del mundo redondo los gatos so felinos y un canario cuando canta se le dice que trina. Seguramente no desconocen la mirada de un joven burlón que se bañaba de cerveza cuando el horizonte era a la vez más lejano y más palpable en el infinito. Seguramente recordarán la mirada de una mujer dorada por el sol del invierno que ahora se empapaba de la gloria de ser adueñada por el cobre caribe. ¡Ah! Y los gritos de júbilo si algún puerto nos buscaba con los ojos y entonces era seguramente de noche y los marineros hinchaban el pecho con el recuerdo de alguna mujer, de alguna punta sabía que los esperaba. Virginia del Churruca, disparatado barquitucho con cuatrocientos gallos a cuestas, un poeta descalabradamente irracional y una mujer que lo perseguía día y noche para que no se zambullera otra vez en una nueva odisea de tragos. Loco y los gallos cantando y el mar temblando alrededor de peces y vacas flotantes y si, hay que recordarlo, al vagabundo dueño del bisturí que decía haber amado a cientos de mujeres en viajes tan increíbles como el de los gallos marinos.

Deux roug ordinaire

Difícil será olvidar la pareja de ancianas que vendían flores en la rue Vaugirard. Se situaban frente a la entrada del Metro. Una era Janine, alta, usaba una bata de sacerdote y el cabello era tan suave y blanco como el más delicado algodón. La otra, diminuta, enana la pobre, fumaba y arrojaba su humo de locomotora y tosía y cuidaba de sus flores tanto que lamentaba venderlas, porque eran sus hijas, su familia, lo único hermoso que poseía; así como la vieja Janine cuidaba de la perra del café de los ancianos. Eran muy amigas las dos y conversaban mucho mientras se frotaban las manos, rojas, sangrientas, por el invierno. Las dos botando el humo del calor de la boca, la enana con el calor de la boca o el humo del cigarro. Y las dos, “¡Mon Dieu, il fait froid, n’est pas!”. Las flores y la perra. Una extraña familia para esas solitarias viejecitas de la de rue Vaugirard. Lo más curioso es que la enana vendía muy poco sus flores, y parecía muy agradecida de la providencia cuando, junto con la hermosa Janine, recogían las rosas, las dalias, las margaritas, y volvían al café, “¡Mon Dieu, il fait froid!”, frotándose las manos heridas de frío, a buscar el calor del café de los ancianos donde esperaba la petite de Janine, acostada, parida como para reproducir centenares de petits en todo París, ansiosa del tierno sucre, Vien ma petite, ma pouvre petite, tien ma petite, darle su terroncito a la pobre y vieja perra. “Deux roug ordinaire, Monsieur”.


Francisco Massiani (Caracas, 1944), vivió parte de su niñez y adolescencia en Chile y residió durante varios años en París. Es autor de la novela Piedra de mar (1968), considerada un clásico de la narrativa venezolana contemporánea. Este año obtuvo el Premio de la Fundación para la Cultura Urbana de Caracas, por su libro de relatos Florencio y los pajaritos de Angelina su mujer (2005). De forma paralela a la escritura Massiani ha desarrollado una reconocida trayectoria como dibujante . Arquitrave Editores publicará el año que viene una Antología de sus poemas con un prólogo de Rodrigo Blanco Calderón.

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