Sobre la belleza 
      Es bello 
  el colibrí 
–sus alas 
        tornasol, 
        su pequeño 
        corazón 
        irradiante– 
        detenido 
        en pleno 
        vuelo 
      Es bella 
        la buganvilla 
        que 
        sobrevivió 
        a los escasos 
        días que duró 
        el invierno 
–invencible 
        entre las hojas 
        pardas, 
        sostenida 
        apenas 
        por la rama 
        que terminará 
        quebrándose– 
      El colibrí 
        ha venido 
        a libar 
        precisamente 
        en esa flor, 
        a destruir 
        su precario 
        equilibrio 
      ¿Será 
        que la belleza 
        no puede 
        dejar de 
        alimentarse 
        de sí misma? 
      Primeras noticias del derrumbre 
      Al techo de la casa 
        le han salido manchas de humedad 
        Si se miran bien, dos rosas inconclusas 
        Aunque también dos rostros, 
        dos pámpanos marinos 
        y hasta dos soles negros 
        sobre nuestro breve cielo 
        de estar cómodamente acongojados 
      Mañana alguien, diligente, 
        va a reparar las lozas 
        que la lluvia cincela, 
        y cobrará por ello 
        un precio intolerable 
      Nada va a quedar 
        del presagio de las floraciones 
        Olvidaremos, por un tiempo, 
        el inaplazable comienzo del derrumbe 
      Es momento para hablar de hombre a hombre 
      Los que no creemos en el cielo, 
        los que ciertas noches de sables cruzados, 
        mosquetazos detrás de las palmeras 
        y quejidos de horcones 
        que malamente sostienen la casa, 
        pensamos que, después de todo, 
        no estuvo tan mala la función; 
        si nos mueve un presagio, 
        apenas somos asistidos 
        por tres golpes quedos 
        en la puerta o la mesa; 
        y ante la falta de noticias del hijo, 
        nos asalta el recuerdo 
        de la pata del conejo que quedó, 
        desangrándose, en la trampa 
      Que no creamos en el cielo 
  de ningún modo quiere decir 
        que no queramos entrar al cielo, 
        ese blando lugar donde 
        está prohibido envejecer, 
        no mueren los amigos, 
        no hace falta el pan, 
        ni hay que perseguir mujeres 
        Ah, el cielo. Cualquier cielo 
        Que uno pueda ser, sin más, 
        pastando nubecitas 
        Y el vino grueso 
        no sea alegoría 
        de la sangre de nadie, 
        y un dios aguafiestas 
        no nos mire 
        por el ojo de la cerradura 
      Para Orestes Gaulhiac 
             Alex Fleites (Caracas, 1954) vive en La Habana, donde ha publicado la mayor parte de su obra, entre cuyos libros de poemas figuran A dos espacios (1981), De vital importancia (1984), Ómnibus de noche (1995) y Un perro en la casa del amor (2003). Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués, ruso, alemán y servio.       <<< Volver  |