Ultima tinta 
      En algunos países el aroma atraviesa el corazón  
        y uno muere a medio despertar,  
        en la noche, mientras pasan el buho y el carro del asesino 
        del mismo modo alguien en tu vida hablará de amor y dolor 
        luego te dejará riendo. 
      En ciertas lenguas la caligrafía celebra 
        el lugar donde encontraste por azar  
        la flor del ciruelo y la luna 
      —la luz del crepúsculo, la forma de la nube, 
  grabados siempre en tu corazón 
  y el resto del mundo—caos, 
        gira alrededor de tu barca de invierno. 
      Noche del ciruelo y de la luna. 
      Años más tarde la compartiste 
        con un pergamino o aplicaste 
        la tinta a la piedra 
        para captar la visión de una vida. 
      Una condensación de tiempo en las montañas 
—tu puerta hinchada por la lluvia, un verano 
        escaso de contacto humano. 
        Sólo campanas de otro pueblo. 
        El recuerdo de una mujer bajando la escalera. 
      *** 
        La vida sobre una hoja antigua 
        o un abigarrado sello del siglo V 
      este mundo-espejo del arte 
—yaciendo en él como en un lecho. 
      Cuando la viste por primera vez, 
        la noche de la luna y el ciruelo, 
        no pudiste contárselo a nadie. 
        Grabaste tu deseo 
        sobre una piedra del río. 
        Te dejaste atrapar en el roce 
        de un ala de cigarra, 
        suavemente entintada. 
        El indeleble y más oscuro yo. 
      Un sello, dijo el Maestro, 
  debe contener inclinación y salto. 
«y aquello que se esconde entre las aguas». 
      Amarillo, borracho de tinta, 
        el pergamino se desenrolla hacia el oeste 
        un viaje por el río, cada historia 
        un búho en la oscuridad, su chillido de niño 
        inalcanzable ahora 
—ese padre y su hija, 
        la amante que bajaba desnuda la escalera azul 
        cada escalón chirriando el susurro de su boca. 
        Quiero morir sobre tu pecho pero no todavía, 
        escribió ella, un día del siglo XIII 
        de nuestro amor 
      antes de la edad amarilla del papel 
      antes de que su historia se volviera canción, 
        perdida en reproducciones imprecisas 
      hasta ser atrapada en jade, 
      cuyo espectro puede contener el verde negro 
  el azul de tiza de sus ojos a la luz del día. 
      *** 
        Nuestro amor cambiante, nuestra fe sin luna. 
      Última tinta de la pluma. 
      Mi cuerpo en esta cama dura. 
      El instante del corazón 
        donde vago sin descanso, buscando 
      el borde más estrecho de la cerca 
        para atravesarla o saltar. 
      Salto e inclinación. 
      La distancia de un grito 
      Vivíamos en la costa medieval 
        al sur de los reinos guerreros 
        durante la antigua edad de los vientos 
        cuando ellos arrasaban con todo, a su paso. 
      Monjes del norte bajaron 
  sobre nuestros arroyos—ése fue 
  el año en que nadie comió pescado de río. 
      No había libro de la selva, 
        ni libro del mar, pero esos 
        eran los lugares donde la gente moría. 
      La escritura surgió sobre las olas, 
        sobre hojas, manuscritos de humo, 
        un signo en un puente sobre el río Mahaweli. 
      Una gradual aceptación de este nuevo lenguaje. 
      La primera regla de la arquitectura cingalesa 
      Nunca construyas tres puertas 
  en línea recta 
      Un demonio podría irrumpir 
  a través de ellas 
        hasta el fondo de tu casa, 
        de tu vida 
      La costa medieval 
      Una aldea de picapedreros. Una aldea de adivinos. 
        Hombres que excavan la tierra en busca de gemas. 
      Cuñados circenses que forman pirámides entre los árboles. 
      Vida de hogar. Miedo al camino de la costa austral. 
      Cada picapedrero tiene su marca secreta, el ángulo de su cincel. 
      En la aldea de los adivinos 
  huesos de animal doméstico 
  guían las interpretaciones. 
      Esta sabiduría se extiende no más de treinta millas. 
      Enterrados 
      Para ser enterrados en tiempos de guerra, 
  En un clima duro, en el monzón 
        de cuchillos y estacas. 
      Los dioses de piedra y bronce llevados 
        durante la noche en un descanso en la batalla 
        entre los campamentos dormidos 
        en catamaranes costa abajo 
        más allá de Kalutara. 
        Para ser enterrados 
        en lugar seguro. 
      Enterrar, cercados por bengalas, 
        grandes cabezas de piedra 
        durante las inundaciones en la noche. 
        Arrastrados desde el templo 
        por sus sacerdotes, 
        cargadas sobre palanquines, 
        cubiertas de barro y paja. 
        Abandonar lo sagrado 
        entre ellos, 
        transportar la fe del templo 
        durante la crisis política 
        en sus brazos. 
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        los gestos del Buda. 
        Sobre la tierra, masacre y competencia. 
        Un corazón enmudecido. 
        La lengua  arrancada. 
        El cuerpo humano fundido a un neumático en llamas. 
        El barro devolviendo feroz 
        una mirada fija. 
             Michael Ondaatje (Colombo, 1947), hizo estudios en Inglaterra y vive en Toronto desde 1962. Alcanzó notoriedad internacional con la versión al cinematógrafo de su novela El paciente inglés. Su poesía ha aparecido en libros como The dainty monsters (1967); The man with 7 toes (1969); The collected works of Billy the Kid (1970); Rat Jelly (1973) o Tin Roof (1982). Los que publicamos, en traducciones de Paulina Vinderman, aparecieron en Handwriting (1998).       <<< Volver  |