Anderson Braga Horta

Órfica

I

¿Qué ser es ese que aun al cielo espanta?

A su cuerpo cuarteado
lo llevan los ríos, lo beben los mares,
lo sube el viento al aire.
Se hacie tierra en la tierra.
Se vuelve nada en todos los cuadrantes.

Mas la cabeza canta.

II

¿Qué cuerpo es ese
arcaico
animado de un fuego
entre sagrado y laico?
Cuerpo que se destroza,
fuego que se levanta.

III

El cuerpo se deshace en limo, en lama.
Las piernas, extintas, yerran por savia.
Las manos, arrancadas, críspanse por frutos.

Mas la cabeza
¡canta!

Contrapunto

– ¡Como afuera en los cielos, dentro de nuestras mentes
hay momentos de vagos soles delicuescentes,
de etéreos candelabros en puro azul sin rastros!
– Venimos de la savia de lumbre de los astros.

– De la noche la negra cabeza cae de lo alto...
Somos también lastrados de caída y sobresalto...
– El pulso que en la esfera más pequeña palpita
es el mismo que anima la galaxia infinita.

– ¡Oh, yo siento en mi pecho que una ansia azul me invade
de ser apenas luz, arriba, inmensidade!
¡Siento que tengo en mí un yo que me transciende!

¡Sube el mar interior, y en el caos que asciende
algo viene formándose como espumas y cánticos!
– Dentro del corazón somos todos románticos.

La tortuga

Vengo de donde viene el sinfín de la Vida,
del crespo, ardiente océano en toda parte ondeando,
explosión inefable
de aquello que llamáis abismo, y es todo, y es nada,
en el intemporal pulsar de cuanto existe
y de cuanto es oculto.
Vivo porque el Misterio impone que yo viva,
y en la ola de la Vida
–sueño que voy soñando y que me sueña–
al Arcano la mano y al Sigilo los labios
les beso, y en la mirada reflejo ese memento
de la mirada de lol que es, no siendo.

Los ojos tengo abiertos
a la impresión del nimbo y del relámpago,
del agua turbia y de los aires claros,
del cielo-mar que se abre y se desdobla
al hambre de mi nada, mi nadar.
Pero no ven el tiempo allá de ahora,
el segundo futuro,
próximo como el ido hace un instante,
y con todo remoto
cual la encubierta eternidad.

Vi el hombre aún a gatas,
en la animal semilla aún indiferenciado.
Oí sus balbuceos.
Hice mía la mano que creó el arado,
que destelló en la piedra un firmamento
fugaz de estrellas cálidas.
Tomé su mano trémula
haciéndose divina
en el trazo primero
del primer alfabeto,
la prima partitura
del venidero vértigo
de hallarse uno mayor que el hondo origen.

De los trazos rupestres de las cuevas
subí al zigurat de los sumerios.
Grabé sueños abuelos en ladrillos.
Andéme en Chinas e Indias
de Oriente y de Occidente.
Topé de Egipto el sacro escarabajo.
De todo en toda parte una imnagen quedóme
grabada en la retina que no veis.

Sé de amor y sé de odio,
sé del himno y del vómito,
de la paz y la guerra,
del mar y de la tierra,
sí del cielo y del éter,
de la carne y del alma.

Tengo mucho vivido,
tanto amado y sufrido,
pecado y ascendido. Respectadme,
por vosotros, grumetes
que el mar aún amamanta,
por la Vida que en mí se hizo tiempo y camina
queriendo hacerse eternidad.

¿Qué otros colores beberé? ¿Qué músicas
fluirán en mi dorso? ¿Qué suaves,
qué pétreos tactos guardará el olfato,
el paladar, la piel y la retina?

Yo prosigo. ¡Adelante!
¿Hacia donde, por fin?
¿Qué universo, qué abismo
espérame en la curva allá del infinito?

Voy hacia donde iréis:
allá, hacia el Enigma.
Voy hacia donde va el sinfín de la Vida.


Anderson Braga Horta (Carangola, 1934), poeta, cuentista, traductor y ensayista, cursó Derecho en Rio de Janeiro. Algunos de sus libros de poemas son Fragmentos da Paixão (2000), Pulso y Quarteto Arcaico (2000), Antologia Pessoal (2001) y 50 Poemas Escolhidos pelo Autor (2003). Traducciones del propio autor. Vive en Brasilia.

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