Kostas Karyotakis


Perfectos suicidas

Abren la puerta y buscan
sus viejas cartas,
las leen con tranquilidad
y luego arrastran sus pasos
lentamente por vez última.

Se detienen ante las ventanas,
miran los niños, los árboles,
los hombres que labran el mármol,
el sol, que siempre se oculta.

La vida, dicen, es una tragedia.
Que horrenda es la risa de los hombres,
Dios mío, sus lágrimas, el sudor,
la nostalgia de la horas felices,
los lugares abandonados.

Todo ha concluido. Aquí está
la carta: breve y simple pero honda,
como debe ser, llena de indiferencia y perdón
para quien ha de leer y llorar.

Se ven en el espejo. Miran la hora.
Preguntan si es un error, o una locura.
Todo ha terminado, dicen.

A la estatua de Libertad

Libertad, Libertad,
rompe los cielos tu diadema.
Tu luz ciega a tu pueblo.
Doradas mariposas, los americanos,
calculan tarde cuanto vale tu metal.
Libertad, serás comprada por mercaderes,
y empresarios y judíos.
Muchas son las deudas de nuestro siglo
a la justicia, muchos los pecados
que conocerán las nuevas generaciones
cuando te comparen con Dorian Gray.
Libertad, los bosques lejanos te añoran,
te añoran los jardines en ruinas.
Los hombres reciben como premio
la pena a sus trabajos
pero siguen viviendo con la muerte.

Burócratas

Los burócratas se gastan y terminan
como las pilas eléctricas que hay en las oficinas.
(El Estado y la Muerte son una suerte de ingenieros
que los reaniman).

Sentados en sus sillas,
garabatean papeles en blanco.
“Por medio de la presente
tenemos en honor de….”

Sólo les queda el orgullo
mientras descienden por las calles,
por las noches, como muñecos de cuerda.

Compran castañas, cavilan en las leyes,
piensan en el dinero, mientras se
encogen de hombros,
como si nada, los pobres burócratas.

Mikaliós

Reclutaron a Mikaliós en el ejército.
Fue con orgullo y regresó con el rabo entre las piernas,
no fue capaz siquiera de aprender a marchar.
Siempre imploraba le dejaran volver a su pueblo,
en el hospital miraba en silencio los cielos,
poniendo sus ojos en lugar distante,
como si estuviera siempre suplicando:
“dejadme volver a casa”.
Mikaliós murió en la mili.
Le dijeron adiós unos milicianos.
Marís y Panayotis cavaron su tumba,
tan pequeña, que dejaron fuera una de sus piernas.
¡Era tan largo, el infortunado!

Preveza

Los cuervos de la muerte
aletean frente a los negros muros,
contra los techos.
Las muertas mujeres cortan cebollas
mientras hacen el amor.
Las muertas calles, banales y sucias
con sus pomposos nombres.
Muerte los olivares que rodean el mar,
muerte dentro de la muerte.
Los muertos policías requisan
las escasas raciones de alimentos.
Los jacintos muertos cuelgan en el balcón,
donde un maestro lee un periódico.
En Preveza hay un batallón de guardia.
Los domingos vamos a la retreta.
El pasado lunes abrí una cuenta de ahorros,
mi primer depósito de treinta dracmas.
Mientras voy por el muelle me pregunto
si existo y luego me respondo: ¡no existes!
En el puerto izan la bandera para el barco entre.
Irás a la llegada del señor prefecto.
Si al menos, entre tanta gente,
uno muriera de verdad de aburrimiento,
silenciosos, tristes y modestos
nos divertiríamos en su funeral.

Despreocupada, insultante, feliz.
Abierto el cuello de la camisa
Lord Byron prosigue impávido
su paseo risueño
por los bordes del abismo.


Kostas Karyotakis (Trípoli, 1896-1928) pasó su niñez en Creta, estudió en Canea el bachillerato y derecho en la Universidad de Atenas, donde también siguió cursos de filosofía. Luego de trabajar por un tiempo en el ministerio de relaciones exteriores, ingresó al ejército, pero fue relevado de esa obligación para enviarlo a diferentes destinos que concluyeron como jefe de una oficina de refugiados de entre guerras, visitando Italia, Alemania y Francia. Se quitó la vida la tarde del 21 de Julio de 1928 en Preveza, un pueblo costero de Grecia. Traductor de Verlaine, Heine, Baudelaire y otros poetas franceses, su obra fue publicada en El dolor del hombre y de las cosas (1919); Sin Luto (1921) y Elegías y sátiras (1927). Versiones directas del griego por Umberto Cobo.

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