Mudnakudu Chinnaswamy

Termitas

La religión hindú es
un árbol grande.
Los brahmanes son las raíces,
los kshatriyas el tronco,
vaishyas, sudras* y los demás,
ramos y gajos.

Sin parentesco con el árbol
y no obstante obligadas a quedarse
son las termitas
los intocables.

La vida es así

Al graznido “ka ka”
de los cuervos se levanta
papá y dice
“mamá, veo blanquearse
el amanecer”.
Recoge su trapo de dormir
y se lo pone, piensa
podría perderse el becerro,
corre a la casa del amo.

Mi madre, su mujer
sale tras él,
limpia el establo,
unta con bosta fresca los pisos,
lava los dientes y se agacha
fuera
llenando un pliegue del sari
con las sobras de la casa.

Bajo el sol de mediodía
papá ara y siembra
y saca agua del pozo;
arroja gotas de sangre
convertida en sudor, y todo
para llenar el granero de otro.
Ordeñando los búfalos, pastoreando
las vacas y las ovejas,
llevándolas al agua, bañándolas,
ella misma sin refugio del sol
aguanta mi madre,
sin siquiera una taza de leche
para su propio hijo.
Los corderos se venden por collares
para el cuello de otra.
En la casa de ella
no hay becerro que brinque
ni vacas que meneen la cabeza cornuda,
no hay corredores para decorarlos con rangoli.*

Diseños hechos diariamente con polvo de tiza
en el piso por las amas de casa.
¡Pero qué devoción
a cosas que no le pertenecen!

Los cuerpos tan golpeados
por el mal genio del amo
y el egoísmo del ama
entran sosteniéndose en el rancho.
Mientras se duermen
un búho
dice “guk”.

El esclavo romano y el peón contratado de Hangara Halli

Piel blanqueada por los golpes de la vara,
túnica hecha jirones,
cabeza rapada, espalda doblada y peor:
encadenado,
cuerpo torcido por el calor del fuego
pestañas oxidadas por el humo
envuelto en polvo de cantera –

una vieja película de Hollywood en blanco y negro
sintetiza el esclavo
del antiguo imperio romano:
el hombre era así.

En el largo viaje del tiempo
por todo lo que ha sucedido desde entonces,
como las máquinas, las matemáticas, la velocidad,
los satélites y el software,

con todos los que han venido y se han ido:
Mahavira, Buddha, Jesús, Mohamed,
Marx, Gandhi, Basava, Ambedkar;*
¿se ha purificado la mente?

La república democrática de hoy
es igual.
Vengan a Hangara Halli y vean
un cuadro idéntico a ese.
Otro estigma más, la intocabilidad,
está marcada sobre las viejas heridas,
tener prohibido usar calzones
es sal echada en las heridas.

Si se les escapa un quejido
mientras yacen encadenados
se les versa agua miel
en las heridas purulentas en sus piernas
y se deja las hormigas que trabajen.

Si hubiese sido árbol

Si hubiese sido un árbol
no le habría preguntado al pájaro
antes que hiciera el nido
cuál era su casta.
Cuando me abrazaba el sol
mi sombra no se habría sentido profanada.
Mi amistad con la fresca brisa y las hojas
habría sido dulce.

Las gotas de lluvia no se habrían devuelto
tomándome por comeperros.
Cuando me extendía ramificándome desde las raíces
Madre Tierra no habría huido
pidiendo a gritos un baño.

La vaca sagrada habría rozado mi corteza con su cuerpo
rascándose donde le picaba
y los trescientos mil dioses abrigados dentro de ella
me habrían tocado.

Quién sabe
al final
tajado y hecho leño seco,
ardiendo en el fuego sagrado
he podido purificarme,
o convertido en féretro para un cuerpo sin pecado
ser llevado en hombros por cuatro hombres rectos.

Las chanclas y yo

Cuando voy al templo
no dejo fuera mis chanclas,
me quedo fuera yo mismo.*

Chanclas en los pies del zapatero
son un acontecimiento tan insólito
como el hombre que muerde a un perro.

Todos esas piernas
que dejan las chanclas
pasan encima de mí.

Yo soy una planta,
mi trabajo es mi raíz,
eso no lo entienden.

Como una cigüeña que estira el cuello
a un pozo o abrevadero seco,
yo me pongo de puntillas
espiando la figura de dios,
robándome las partes que veo.

La joya resplandeciente en la diadema
que veo entre docenas de cabezas
se dilata conformando el lecho suave
y el dosel erguido de serpiente.
Una vez vi toda la corona tachonada de diamantes,
el collar y el hilo sagrado.

La lámpara sagrada arde en su bandeja,
repican las campanas,
el cuero bajo mis pies
se convierte en hierro candente,
el piso se disuelve, mi cuerpo sudado
arde llameante.

Me gusta la fiel columna de Garuda,*
como mantiene su distancia, tiro
incienso en la bandeja de brasas a su pie
y cuando se eleva el humo
me siento agradecido.

La gente que se acerca a los dioses
ofreciendo dinero, dando vueltas y vueltas,
me mira a veces sin pestañear;
mi mente está puesta sólo en dios.

Ellos reciben flores y pasta de sándalo
en el sanctasanctorum,
pero sus almas están con las chanclas que dejaron
fuera.

Cuando me paro cada día en el porche
estirando el cuello y espiando,
mi alma se purifica y está cerca
de los dioses
dentro.

Este flujo de pensamientos

Una casa cuadrada
de doce columnas,
un marido jefe
del panchayat,*
campos para sembrarlos,
sirvientes corriendo,
oro en la caja,
el granero lleno
después de la cosecha.

Aquí hay de todo
y sin embargo está vacío como si no hubiese nada.
En la calma de la medianoche
un llanto de niño en la brisa
una vaca que muge
confortando su becerro
son enemigos mortales para esta mujer.

Su marido le ordena
dormir con sari de cenefa dorada,
pero la suavidad dentro del sari
él no la conoce.
La trenza se deshace,
el largo pelo cae,
se desprende el sari
al quitarse el collar,
los pechos gemelos se paran
airados,
se abre la faja,
el ombligo tiembla –
nada de esto suelta
el taparrabos de él.
Tierra sacudida
por la percusión de la lluvia,
empapada en sándalo,
sudando fragancia,
conteniendo el aliento,
yace boca arriba;
la suave luz de la luna
inunda el patio
y se voltea de costado.
*Consejo del pueblo con bastante poder local.
Faltando el placer
del juntarse de los cuerpos,
un flujo de pensamientos
invade su mente.
¿En qué circunstancias vale
la inviolabilidad del matrimonio?
¿Sin llama, cuál fuego sagrado puede existir?
Desear al sirviente
re para todas las estaciones
dormido en el corredor
es casi natural.
Echada sobre el enorme pecho negro
con su densa maraña de pelos,
le mira sin pestañear
a los ojos;
sus deseos apilados
estallan y se desbordan
en un chorro salvaje.
Antes del amanecer todo sale a la luz pública.

Dentro del marco de nuestro esqueleto

Dentro del marco de nuestro esqueleto
hay un templo,
inspiración - expiración - Om Kar,
allí está Rama.
Dentro del marco de nuestro esqueleto
hay una mezquita. Miren,
allí está una estrella y los bordes crecientes del ojo de la luna.
Allí está Alá.
Dentro del marco de nuestro esqueleto
hay una iglesia. La columna
y los omóplatos componen
una cruz. Clavado diariamente en ella,
penando por nosotros, está
Jesucristo.
Dentro de la frente hay stupas,
en la caja torácica templos jainas;
Buddha y Mahavira están siempre serenos.
Para proteger al esqueleto creció el músculo,
para almacenar energía se llenó de sangre,
con la sangre nació la sed insaciable,
con el músculo nació la agresión hirviente.
Más tarde los coágulos de sangre y músculo
lucharon entre sí como cromosomas;
algunos destruyeron templos,
otros destruyeron mezquitas.
Los cuerpos de sangre y músculo cayeron.
Quedaron los santuarios
dentro del marco de nuestro esqueleto
en el calor de la célula de la devoción.


Los poemas de Mudnakudu Chinnaswamy fueron traducidos por Rowena Hill. Para la comprensión de sus textos el lector debe saber que sudras son las cuatro divisiones principales del sistema de casta hindú: sacerdotes, guerreros y gobernantes, comerciantes, campesinos y artesanos. Los intocables son excluidos del sistema, por debajo de todos; los rangoli son diseños hechos diariamente con polvo de tiza en el piso por las amas de casa; que Basava fue el líder de un movimiento del siglo XII en el estado Karnataka contra la religión castista y Ambedkar, de los oprimidos en la época de la independencia de la India; que en el poema Las chaclas y yo, quien canta es un zapatero, cuyo trabajo con el cuero se considera contaminante y siendo un intocable le está prohibido entrar a los templos.

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