La poesía de Giovanni Quessep
por Luciano Rivera Rojas

Giovanni Quessep ha escrito la poesía más intensamente lírica en los últimos treinta años en Colombia. Desde siempre comprendió que su parábola vital estaba ligada con el acto de descifrar el misterio de la belleza como canto y privación en el orden de la palabra. En el ejercicio de este magisterio, ha escrito una obra meritoria para las letras en lengua española. Sus poemas pueden ser publicados en las antologías más exigentes y ser leídos con la actitud de un contemplador que desinteresadamente mira un atardecer.

La crítica especializada está de acuerdo en afirmar que la poesía de Quessep ha logrado mantenerse ajena a toda extravagancia vanguardista. James Alstrum en su libro, La generación desencantada de Golpe de Dados (2000), lo presenta como “el continuador clásico de lo más logrado en la lírica tradicional de Colombia que tanto poeta joven se ha empeñado en denunciar como falsa, artificiosa y demasiado alejada de la vida cotidiana y los perennes problemas sociales que le han afligido al país durante toda su historia”

Por mi parte deseo expresar, que en su obra hay un hilo de Ariadna, que la organiza y le da sentido y es el compromiso estético de Quessep con la belleza. Su posición ha sido insular. Al comprender muy tempranamente que su destino estaba ligado con una suerte de sacerdocio y culto de lo noble, sereno y elevado, no ha permitido que el espíritu de la novedad influyera en su concepción de lo poético. De allí que en su obra no aparezca la ironía, ni el humor, ni la palabra del hombre común, ni los acontecimientos y personajes que este mundo posmoderno los volvió consumo como el Che Guevara, Marinly Monroe, los Beatles, la Coca-Cola, la revolución cubana, el conflicto vietnamita, la luz de neón, la filosofía pop, Natalia París, el prozac y el carbonato de litio. El mundo de la tecnología contra el cual reaccionó el Romanticismo en los siglos 18 y 19, cantado por Marineti, no aparece en la poesía de Quessep. Los trenes que se desplazan como bólidos, los aviones que desafían la velocidad del sonido, la radio vocinglera que ha llegado hasta las regiones más apartadas del orbe, la televisión, el cine y la fotografía, que invadieron la intimidad del ser humano, siempre fueron ignoradas y excluidas de su estética. Su concepción de lo poético siempre ha estado relacionada con la búsqueda de la belleza y su expresión en el terreno de lo imaginario.

Los otros valores, tan apreciados por esta sociedad de consumo, han sido mirados por Quessep con un gesto de amable y gentil desdén. Ciertamente, hay que tener coraje, valentía y decisión para sostener dicha actitud en un devenir literario cuyo rasgo moderno más característico es la tradición de la ruptura como lo plantea Octavio Paz en Los Hijos del limo (Paz, 1974: 16). Los contradictores de Quessep lo sindican de conservador en materia de valores estéticos. Sí, lo es en un momento en que es difícil serlo. ¡Es tan fácil y cómodo ahora escribir poemas con arquitectura vanguardista! Y desde luego, se pueden escribir siempre y cuando tengan el sello de la autenticidad. Sí, Quessep hace poseía por encima y al margen de los distintos acontecimientos de la historia y de la cultura latinoamericana, y por lo mismo, de las estéticas engendradas al calor de esos cambios sociales. . Ahora bien, Quessep conserva su talante clásico, al elaborar su propuesta poética, pero no a la manera del hombre que perteneció a la cultura del Renacimiento. Lo es pero con una conciencia escindida y con un sereno desgarramiento.

En Oficio de Poeta, aclara: “Me alejo de todo estilo y de toda moda” (Quessep, 1993: 16). Si se quiere otorgar un valor a la ruptura y al cambio por lo que implica hacerlo en el terreno de la poesía, y por supuesto, en cualquier otra actividad en el orden de lo humano, me es forzoso admitir que, justamente, quien se ha mantenido al margen de todo espíritu esnobista de vanguardia, en este momento en que la aldea global experimenta la disolución de los grandes metarrelatos, la eliminación de las fronteras económicas, ideológicas y políticas, ahora, paradójicamente, se encuentra en la vanguardia por lo que significa y representa la vigencia y la actualidad de lo bello. Hans-Georg Gadamer, en 1977, publicó un libro provocador, La actualidad de lo bello, en donde propone, apoyándose en Kant, que “Sin ninguna referencia a un fin, sin esperar utilidad alguna, lo bello se cumple en una suerte de autodeterminación y transpira el gozo de representarse a sí mismo”. Es en este sentido en que la poesía de Quessep es actual y bella y se encuentra en la vanguardia de las manifestaciones poéticas contemporáneas.

Su poesía se caracteriza por un profundo subjetivismo lírico. El amor, la muerte, la transitoriedad de la vida, el canto, el sueño, el olvido y la decepción son algunos de los temas que insistentemente son objeto de desvelo y reflexión a todo lo largo de su obra. Este meditar toma cuerpo en un lenguaje fino, sugerente y altamente musical. Sus imágenes no provienen de la sociedad moderna que estudió Benjamín en la poesía de Baudelaire sino de un horizonte cultural que ya desapareció. Su universo poético sólo existe en la palabra. Sólo existe en el poema. La discontinuidad entre palabra y mundo hace que la poesía de Quessep se acerque a la propuesta de la lírica moderna. En otros términos, su arquitectura y temas lo emparentan con la conciencia artística del mundo clásico. Sin embargo, al ser expresada en el centro del remolino de la contemporaneidad, su poesía se vuelve moderna. Valery afirmaba que “Nada hay tan bello como lo que no existe” (Friedrich, 1974: 240). Este poeta francés antes había expresado que “el mito es el nombre de todo lo que no existe y sólo está presente gracias a la palabra” (Friedrich, 1974: 240). Así las cosas, el lector comprende la paradoja creada por Quessep, al tomar éste, imágenes que proceden del mito, de la fantasía oriental y de la literatura culta de occidente.

En Duración y Leyenda, el tema del tiempo que todo lo devora y lo reduce al polvo del olvido es una inquietud vital que se reitera en casi todos los poemas de esta colección. De allí la insistencia de Quessep, en recurrir a imágenes que figurativizan la experiencia de la duración como evanescencia y destrucción de lo humano. Veamos algunas:

Todo esto fue la alondra / Y hoy es polvo.
Tejida está de olvido / la ilimitable rosa.
Todo ilumina en pasado / Todo florece en perdido.
La muerte es este olvido.
El reino va a convertirse en polvo.

El valor del mito, en el orden de la cultura, reside en su capacidad de otorgar un sentido al dolor que produce la confirmación del hecho ineluctable de la muerte. En Duración y leyenda, lo que nos proteje y redime del olvido, que es la parca, es la experiencia de la belleza y del poetizar.

Digamos que una tarde
El ruiseñor cantó
Sobre esta piedra
Porque al tocarla
El tiempo no nos hiere.
No todo es tuyo olvido,
Algo nos queda.
Entre las ruinas pienso
Que nunca será polvo
Quien vio su vuelo
O escuchó su canto.

La vivencia del tiempo, que todo lo muda y lo cambia, es intensa y líricamente expresada en este poema. La condición de todo hombre y de toda mujer es estar en el río del tiempo, ser tiempo, hecho que nos lleva a tomar conciencia del carácter contingente y perdible de la vida, y por lo mismo, de aceptar la realidad de ser sujetos para la muerte. Sin embargo, es la belleza que se revela al contemplador, en forma de vuelo o de canto, lo que a la postre nos libera y nos salva de la acción destructora de ese otro “río hecho de tiempo y agua”. Gadamer, al respecto, en La actualidad de lo bello, afirma: “En la experiencia de lo bello, se trata de que aprendamos a demorarnos de un modo específico en la obra de arte. Un demorarse que se caracteriza porque no se torna aburrido. Cuanto más nos sumerjamos en ella, demorándonos, tanto más elocuente, rica y múltiple se nos manifestará. La esencia de la experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse y tal vez sea ésta la correspondencia adecuada a nuestra finitud para lo que se llama eternidad” (Gadamer, 1996: 110-111). En síntesis, la presencia de lo inefable en el poema, que toma lugar a manera de una hierofanía en la figura emblemática del ruiseñor, remite al lector a una de las inquietudes metafísicas más hondas de la poética de Quessep: el sentido de lo sagrado en el mundo moderno.

En Duración y Leyenda, el acto de poetizar, de fabular, es presentado como la forma más noble y bella del bardo sobrevivir al drama del olvido. En Canto del extranjero, Quessep reflexiona sobre la experiencia de ser un extraño en el mundo. De ser alguien que tuvo una patria y la ha perdido. En varios poemas se perciben sentimientos asordinados de saudade y duelo. Pero es en Elegía en donde se encuentra el origen de esta convicción de ser un forastero en la vida.

Quisiera ver la luna
De nevadas violetas
Sobre este cuerpo solitario
Que un día entró en la niebla.

Y me contaba en el idioma
De su lejana Biblos
Donde hay un ánfora que guarda
Una alondra color de vino.

Quisiera ver la luna
Callada del que duerme
La soledad de piedra
De esa otra Biblos que es la muerte.

El tono melancólico y elegíaco de esta composición remite a la pérdida irremediable de un objeto de querer fundante de la identidad del poeta: el padre. Y con su pérdida hay un agrietarse y un revivir de recuerdos, vivencias y sensaciones relacionadas con un territorio, una literatura y una lengua: la de su lejana Biblos. El ser de Quessep está escindido por la experiencia de la diáspora del padre. De allí su dolor pero también su riqueza. Duelo y origen explican la gran apertura de este poeta hacia lo exótico y lo cosmopolita. Memoria desvelada. Dolor transfigurado en belleza. Con todo, en donde la saudade y el extrañamiento se convierten en herida viva es en un poema llamado Sonámbulo, que hace parte de un libro que publicará nueve años más tarde: Muerte de Merlín.

Siempre diré ¿dónde me encuentro,
qué extraña tierra es ésta
que no recuerdo el nombre de los pájaros
para hacerme una palma con sus alas?

Aquí vine de pronto
como sonámbulo, como ciego
golpeando con mi bastón las sillas, la puerta,
los caballitos del diablo en la ventana.

Desde hace tiempo estoy entre gentes que amo,
en una ciudad blanca
que tiene las calles inclinadas hacia el cielo
y un alcázar sin bufones ni reinas.

Es posible que aquí mis huesos sean
desconocidos, es posible que muera
soñando un país de dátiles
y un barco lapislázuli de navegantes fenicios.

La sensación de exilio es una constante en la obra de Quessep, aunque en Canto del extranjero aparece tematizada de forma más insistente, no sólo como pérdida de una patria terrenal sino celeste. Este sentimiento de apatridad también es una experiencia de la sociedad moderna. El poeta se siente al margen, como un desplazado, sin hogar, sin una morada en donde estar en el mundo. La pugna entre el cantor y su medio, la dicotomía entre sensibilidad y materialismo, la inocuidad de la poesía y la sobredosis de reconocimiento de los valores de cambio, volvieron cada vez más irreconciliable esta contradicción. En Cercanía de la muerte dice:

Extranjero de todo
La dicha lo maldice
El hombre solo a solas habla
De un reino que no existe.

En Nocturno afirma:

Nada sabe mi corazón
De celestes apariciones
Si ha sido siempre un extranjero
En las músicas de tu mano.

En Elegía


Aquí estuvo el edén
Sólo hay olvido o fábula.

Y en Canto del extranjero, poema que le da el título al libro, Quessep, con intensa fuerza lírica trata de exorcizar una presencia, un recuerdo que es mujer y paraíso. Su evocación reiterada rodea al poema de una música, sacra y profana a la vez: Torre de Claudia aléjame la ausencia (…) Tiempo de Claudia aléjame la noche (…) nave de Claudia acércame a tu orilla (…) Torre de Claudia pero al fin ventana / Del paraíso. Este poema tiene un ritmo encantatorio, al cual contribuye la total ausencia de signos de puntuación, hecho que lo emparenta con la lírica moderna escrita desde Mallarmé (Friedrich, 1974: 202), y que, por otro lado, recuerda las letanías recitadas a la virgen por el creyente, exultante de piedad y devoción: Estrella matutina, Casa de Oro, Torre de David, Arca de la Alianza, Puerta del Cielo, Torre de Marfil. Esta reminiscencia Mariana y lírica me obliga a concluir que si Petrarca canta a Laura y Dante a Beatriz, Quessep canta a Claudia con la intensidad del deseo sublimado que convierte a la mujer en motivo de callada y devota adoración.

Apoyándome en esta breve e incompleta mirada sobre la obra de Quessep, puedo concluir parcialmente que su obra, si bien tiene un perfil tradicional en la arquitectura de su expresión, en su condición más esencial, se registra paradojalmente la silueta del espíritu de la lírica moderna. Su alejarse de la realidad, su carácter bellamente anacrónico, su renuencia a cantar los signos más emblemáticos de la sociedad contemporánea expresan un sentimiento de duelo que lo lleva a cantar una realidad que ya no existe, y que existe únicamente en la palabra del poema. Su obra enseña al lector moderno, tan ávido de novedades, tan pendiente de la última moda, a demorarse con delectación en el ser de la obra de arte, a contemplarla en si misma, y no como medio utilitario para conseguir otra cosa, hecho que lo lleva a su propio ser, al colocar entre paréntesis la vivencia del tiempo que condena al hombre al orden de la necesidad.


Luciano Rivera Rojas (Cartago, 1947), profesor titular de la Universidad del Cauca, hizo estudios de Letras en la Universidad del Valle y una maestría en Literatura Colombiana y Latinoamericana, en la misma universidad.

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