Javier Campos

El supermercado

«En lo que tal vez sea la víspera de una espantosa imposición de muerte
y destrucción sobre la población de Irak -una población, hay que añadir,
de la que más del 50% es menor de 15 años-, el Senado de Estados Unidos permanece callado. El Senado de Estados Unidos sigue trabajando como si no pasara nada. Verdaderamente estamos caminando sonámbulos por la historia.»
Russel Byrd

Hoy día no voy a hablar de la guerra contra Irak
sino de un supermercado
lleno de las más diversas comidas, inimaginables,
necesarias y no necesarias, frutas de los más apartados
rincones del planeta, arroces de todos los tamaños, blancos
y de colores variados, los que producían los indígenas
norteamericanos, los que producían
hace milenios los chinos en el Asia,
los hindúes en sus comidas aromáticas y sensuales,
porque todo el mundo sabe que el Kama Sutra
se escribió después de comer bien

aquí viven las manzanas olorosas
de diferentes colores y sabores,
ésas que en algunas partes del mundo
no se han visto como se ven
en este supermercado, las que en Cuba son objetos de oro,
que jamás han crecido allí pero sí su dulce caña de azúcar
que también está aquí en este supermercado,
y las uvas de Chile, rosadas y negras, blancas y gigantes
como las aceitunas de Sevilla, también los quesos de Francia,
de Alemania, del lluvioso Oregon, verduras que vienen
de China, Malasia, Madagascar, Vietnam,

o de América Central el oloroso cilantro o el ají poderoso de
Oaxaca, la cerveza de Polonia, Rusia, o de Nueva York,
el ron de Nicaragua o el más delicioso
«Habana Club» de Cuba,
los jamones de el país Vasco, las naranjas gigantes
de Florida, y las de Andalucía, los tomates de Guadalajara,
las cebollas chilenas para el ceviche peruano,

el pan hecho de cereales infinitos dejan
el olor a casa calentada
y fraterna, el pan de cada día está aquí cada hora,
siempre, nadie pasaría hambre en este supermercado,

y el vino de Chile, de Argentina,
Galicia, Australia, Alemania,
Hungría y de California,
todo esta aquí en este jardín , todo
para nuestras necesidades y las necesidades
que no necesitamos, pero también
las necesidades que soñamos
aquí en los estantes al alcance de la mano,
están los frutos del universo, tranquilos y apacibles,
disponibles, la gente que camina por este supermercado
cree que estos lugares maravillosos
están en todas las partes del mundo,
hasta en los más apartados lugares de Irak
este lugar es el Jardín del Edén
pero el Edén estuvo históricamente
en Babilonia, muy cerca de Bagdad
la que fuera una de las ciudades más hermosas del Oriente
cuyos jardines colgantes se contaban
entre las siete maravillas del mundo.

Porque Bagdad fue también la ciudad
donde nada más que allí
pudieron inspirarse las historias
de «Las mil y una noches» después que los amantes
comieron y bebieron llenándose el corazón de placer y amor;
pero más al sur de Bagdad estaba la ciudad de Ur,
fundada en el año 4.000 a.C.
donde nació el profeta Abraham,
venerado por judíos, cristianos y mahometanos
pero nadie piensa en este
supermercado que millones de bombas
caen en estos momentos sobre esa antigua Mesopotamia,
(«la cuna de las primeras civilizaciones humanas del viejo
mundo» , dice la mismísima Enciclopedia Británica);

pero en este supermercado nadie
tampoco piensa en la guerra
ni en la antigua Mesopotamia ni en el profeta Abraham
ni en los cuentos de «Las mil y una noches»
ni en las bombas nucleares
ni en los millones de muertos que van
a caer allí como insectos
por el aire contaminado, por el humo
con uranio de las bombas,
impurificando las aguas, los jardines, los campos, los valles,
los ríos y los Golfos, y todas las semillas,
para producir estos productos bellos de este supermercado
apacible, solitario, y con música ambiental
porque la tierra será convertida allí, por mucho tiempo,
en partículas de uranio o bañada
por billones de galones de petróleo crudo
en esta Cornucopia gigantesca
–o en el cuerno de la abundancia-
nadie sabe qué significa la guerra
porque esa palabra no se ha pronunciado jamás entre estas
verduras, entre estos preciosos cereales,
los miles de sacos con los miles
de granos de aromáticos café,
los manantiales de leche con mucha grasa,
con poca grasa o sin grasa,
las variadas carnes, los pescados sabrosos de todos los ríos
y mares del planeta, el placer de comer las uvas
en cualquier tiempo del año,
paladear los vinos incontaminados y luego hacer el amor
o sea, tener la vida casi perfecta ;

yo no quería hablar de la guerra en este momento
sino de este supermercado donde
cada día paso a buscar
mis alimentos necesarios
alegre
feliz
y sin mencionar nunca
la palabra

GUERRA


Javier Campos (Santiago, 1947), poeta, novelista y periodista, recibió en 2002 el Premio Internacional de Poesía Juan Rulfo. Enseña literatura de América Latina en la Universidad Fairfield de Connecticut y escribe para www.elmostrador.cl

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