W. S. Merwin

Por el aniversario de mi muerte

Cada año habré pasado
sin saberlo
el día en que los últimos fuegos ondeen hacia mí
y el silencio parta
incansable viajero
como el rayo de una estrella fugaz

No tardaré entonces
en hallarme en la vida como en vestido extraño
sorprendido en la tierra
y en el amor de una mujer
y en la desvergüenza de los hombres
como hoy que escribo luego de tres días de lluvia
escuchando el cantar del reyezuelo y el cesar lento
y cediendo no sabiendo para qué.

Déjame llamar a un fantasma

Amor, así tan breve:
en Diciembre abrazamos
sin pensar en el clima.

¿A quién daré hoy gracias
por esta fortuna de agua?
Tu corazón ama puertos
donde soy extranjero.

¿Dónde fuimos un poema
sin deseo de un otro
doce días, doce noches
en cada ojo del otro?

¿O fue en lo de Babel
con los días tan breves
que hablamos nuestra lengua
sin deseo de otra?

Si una semilla florece
pon una piedra sobre ella
y que aprenda de tal suerte
la santa caridad.

Si debes sonreír
por siempre en aquel otro
córtame de oreja a oreja
y todos sonreíremos juntos.

Canción con los ojos cerrados

Yo soy la imagen en el sueño
mientras las bestias temporarias
con rugoso y petulante paso
abandonan mis costas azarosas.

Yo soy el rostro que se aleja
aunque el charco sea constante
y su doble reino se alimente
del descontento solo de la vena.

Yo sí he visto el deseo, como si
fuera una mano de violencia
matando mi sueño—como mucho
se ha sufrido con el viento.

Otro río

Los amigos se han ido de casa lejos hacia el valle
de ese río en cuyo estuario
el hombre de Inglaterra navegó su propia era
a tiempo para asir el paisaje de los últimos bosques
tupidos en negro los remotos bordes
del agua majestuosa siempre ella
se me apareció como arrivo justo como
un atardecer comenzado y hacia el final
del verano cuando la superficie convergente
pone algo como un solitario vasto espejo contemplando
hacia arriba hacia la luz perla que fue
ya manchada con el primer azafrán
del ocaso en la que los vacilantes rastros altos
de pájaros migrantes fluyeron hacia el sur aunque
no hubo fin para ellos el viento ha caído y la marea
y la corriente parecieron suspender un momento
en balance y el chirrido y el golpear
del bosque detuvieron una vez todo y las voces conocidas
murieron fuera y los olores y la mecida
y la inanición del viaje han devenido
un sueño tras ellos pues hoy yacen en calma
sobre el reflejo de su Media Luna
mientras el cielo ardía y luego la marea se elevó sobre ellos
el pasaje oscuro y ellos no tienen nombre.

El sonido del río recordado

Ese día el agua enorme ahogó todas las voces
hasta parecía un tipo de silencio no roto
por nada: un tiempo en sí mismo y detenido,

pero que cuando me volví fuera de su bramar,
bajo el sendero sobre la gaviota, y allí estaban los
perros ladrando como siempre al final del pueblo,

cornamentas felinas y los gritos de niños arribando
aunque por primera vez en medio de la luz variable
del ocaso invernal, mis oídos todavía cantaron

como cáscaras con la corriente abrumadora, y
su torrente de ecos en mí se agarra abierta
sobre mí el mismo silencio y por cuyo sonido

yo solamente pude oír la quietud bajo el día
con los ruidos de la tierra flotando remoto y detenido;
tanto que incluso en mi mente hoy giro afuera

desde haber escuchado la ausencia mas en mucho
éso será el bullir y el arrastre del río
que escucharé más que cualquier canción mortal.

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