La poesía de Álvarez Velasco
por Rafael García Domínguez

Entiendo que la poesía de Francisco Álvarez Velasco está llena de seres naci- dos del frío nacimiento del universo, que fueron poblando el mundo y que, para el poeta, están llenos de vida.
Y el poe- ta va nom- brando estos seres porque no le basta o no entiende del todo el mundo que pisamos y sabe que la palabra crea otro mundo; los nombra para explicarse y entender mejor su ubicación en este confuso mundo; y también para explicarlos a ellos, para que cobren vida y acompañen al hombre.

Y naturalmente, también instala en ese mundo escrito a la mujer, la suya, la amada, la compañera, la que da sentido a su vida, sacada de ese otro mundo real que nos soporta, y es puesta en el mundo de las palabras creadoras:

Arcilla luminosa donde el tiempo se comba.
Es arcilla tu cuerpo, remanso en que las manos,
arcilla en que los ojos, donde los labios secos
aquietan hoy sus pulsos…
¡Tierra arcilla tu carne,
honda tierra en silencio!

Así pues, el poeta recorre la historia de su propia vivencia paralelamente a la interminable historia de los siglos, desde la fría quietud anterior al tiempo hasta su vital tiempo presente; y la puebla para que habiten en ella, con él, la amada, el entorno más cercano, también el más alejado, todas las cosas, todos los seres, primordialmente todos los hombres. Para no vivir en la soledad de la reflexión individual, para vivir en la compañía compartida, para vivir en los pronombres. Y nombra ese mundo y a las personas que lo habitan.
Muchas de las páginas más vivas y hermosas de la poesía de Álvarez Velasco están dedicadas al amor, a la compañía femenina, donde el protagonismo es abrumadoramente, casi exclusivo, de la amada. Aunque predomina el goce de la compañía, si bien la ausencia de los celos o de la duda es casi total, no faltan en los versos de amor alguna vez la búsqueda, la separación o la ausencia. No quiero dejar de copiar aquí uno de sus más felices poemas de amor, que sirve de muestra de lo que estoy diciendo, porque creo que conjuga perfectamente la incorporación al mundo de la palabra del sentido existencial de la vida real del poeta:

Deja que mire ahora en la suave pradera
de musgo que te cubre las cenizas de oro
(una luz clamorosa convocaba a tu cuerpo
mariposas nocturnas: aquí a morir venían
quemadas en el halo glorioso de tu carne).

Deja, mujer, que siga con mis dedos el mapa,
los largos meridianos, la rosa de los vientos
que huele a madrugada, la luz de tu oriente,
el mar ardiendo en sangre cuando empieza la noche.

Amiga de mis noches, deja que me refugie
en la cueva profunda donde está crepitando
la hoguera de tu sueño. La escarcha en los cristales
marca signos secretos. Rachas de viento helado

bajan de las alturas como alas de la muerte
que baten en lo oscuro o en las ramas desnudas
posan un bulto negro que a la mañana aguarda.
Mas qué importa el graznido agorero de males.

En el vivir incierto marcado por los dioses
a los días que restan, aunque es tanta la sombra,
nadie podrá impedir que haya ardido gloriosa-
mente en la orilla nuestra donde me estoy quemando.

(Donde me estoy quemando)

Pero Álvarez Velasco no cesa de acomodar y hacer confortable su mundo poético para instalar en él a todos los demás, no solo a la amada; a los hijos propios, y también a los ajenos; a los conocidos y a los desconocidos; todos deben cobijarse en sus páginas, y confiar. Y este plural «los otros» se incorpora a la propia vivencia, se hace uno con el poeta. Descanso y refugio sus versos, su palabra, pero compartida con la palabra ajena. No es un poeta-profeta, porque no sabe dictar, solo sugerir; es ante todo poeta-compañero, poeta-amigo, poeta-hermano, uno más, pero acaso más consciente, y por eso se siente más obligado al grupo, a la cercanía, más cercano de lo cercano, más distante de lo distante.
Pero, como digo, este empeño es plural, colectivo, y una y otra vez aparece en sus versos esta necesidad de crear un mundo nuevo hecho de palabra colectiva que remedie y ordene el insolidario y desordenado mundo que hemos encontrado, que acaso hemos contribuido a crear:

Debierais decidir en qué piedra sentaros
o al lado de qué árbol,
y con gentes que pasen acordar nuevos nombres:
palabras que empecéis a componer
balbucidas en letras sucesivas
que fluyan por el mundo y lo pongan en orden
y echen de nuevo a caminar el tiempo…

…Pasan las buenas gentes,
los que no tienen parte en la palabra,
y buscan sus rincones.
Preferirán hablar a solas por su sueño…

…¿De qué les va a servir,
ordenados frente a hogueras gloriosas,
que les muestres palabras en filas destellantes,
llamaradas efímeras
que ni siquiera duran cuando vuelves
la página y son fría ceniza ya olvidada?

Pasan las buenas gentes
y vanse a su silencio…

Un último ejemplo, de lo último de su producción que he leído, porque estas notas mías no pueden ser más que un apunte de las humanas preocupaciones de Francisco Álvarez Velasco: el poeta viaja en la noche, y el tren se detiene en cualquier estación, fugaz parada. El poeta, que ha visto la piedra y el árbol, y que sobre todo ha visto al hombre sentado en la piedra, arrimado al árbol, ve ahora lo que le importa, no «la cantina», sino «en la cantina»; no las cosas, sino los seres; no la compañía, sino la soledad:

En la cantina
una mano en la copa.
Fuera, la noche.

¿Y dentro? ¿Qué noche no adivina el poeta que hay detrás de la mano y de la copa, dentro del alma? En la cantina, no la cantina; dentro, otra noche; eso es lo que ve.
Así es la humana mirada del poeta. Así es el plural de la poesía de Álvarez Velasco: nosotros, sí; pero especialmente vosotros, ellos

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