Iosiph Brodsky

Gran elegía a John Donne

Se ha dormido John Donne y todo alrededor.
El piso, las paredes, los cuadros y la cama.
Duermen ahora las mesas, las alfombras,
los armarios, los candelabros, las cornisas.
Silencio en todo, en el vaso, en la botella,
en las sábanas, en el reloj, en los cristales;
a los peldaños y las puertas llegó la noche,
está en los resquicios, en las pupilas,
junto a la mesa, en los renglones, en las palabras,
en los maderos, en las tenazas, en el carbón
que humea en la chimenea, en cada cosa.
En la pijama, en los zapatos, en las sombras,
entre el espejo, oculta en las medias, bajo la cama,
otra vez en la taza del baño, entre las sábanas,
a la entrada en la escoba, entre los zapatos.
Está todo en silencio, la ventana, la nieve,
el barrio entero blanquísimo como mantel.
También las paredes, las ventanas, las arcadas.

No alumbra nada, la rueda no suena...
Dormidos los festones, los vallados, las cadenas
las puertas, los anillos, los castillos y sus llaves.
En ninguna parte ni ruido, ni golpe, ni sonido.
Rechina apenas la nieve, el alba está bien lejos.
Duermen las prisiones, los encierros y los cebos
del anzuelo, los mastines con sus lazos.
Profundos los gatos en la sala, apuntan sus orejas.
Los ratones y los hombres. Londres duerme.
En el puerto las naves, el agua y la nieve
confundida más allá con el cielo. Duermen.
John Done se ha dormido, el mar y la bahía.
Cubierta está la isla con su sueño.
Y todo jardín sellado con tres llaves.
Los arces, los pinos, los árboles del parque.
Los riachuelos, las laderas y cascadas.
Los lobos, los zorros, el oso se fundió en su hueco.
La nieve en montones va, cierra las moradas.
Duermen las aves. Silencio. Ya no hay canto.
No hay grito, oscuro está por todo lado.
No grazna la urraca. Ni la risa del búho por Britania entera.
Destella la estrella, el ratón va con su presa.
Los difuntos descansan en sus tumbas,
en sus camas los vivos en pijamas,
en sus camisones, profundos, solos, abrazados.
El río, la montaña, el bosque duermen,
las fieras, las aves, lo vivo y lo muerto de la esfera.
La nieve vuela ligera desde el azul del cosmos.
Pero arriba están dormidos, ha sido olvidado el mundo.
Para su vergüenza sueñan profundos
los ángeles y los justos.
También el paraíso duerme, no saldrá ninguno
de la casa. Dios también duerme.
Los ojos son ciegos, el oído está sin oído.
Duerme Satán. Duerme el mal,
hundido entre la nieve del campo inglés.
Los jinetes, el Arcángel del sonido. Todos duermen.
Los caballos en el sueño vacilan y se inclinan.
Los querubines todos, abrazados en muchedumbre
duermen bajo la gran cúpula del templo de San Pablo.
Duerme John Done, están los versos en silencio.
Todos los ritmos, las imágenes, las fuertes y las débiles
sin poderse hallar. El pecado, el vicio, la tristeza
enmudecidos, encerrados en sus sílabas
y cada verso a su par, su hermano
ojalá le pudiera susurrar: córrete un poco.
Pero tan lejos ellos de la gran puerta al Edén,
tan pobres, tan limpios como greda, todos en círculo.
Todos los renglones dormidos,
la cúpula severa de los yambos,
como centinelas a la izquierda y
a la derecha duermen los coros,
y están sin voz las visiones.
Pero más fuerte duerme la gloria.
Todas las desgracias dormidas y el pesar.
Los vicios duermen. Abrazado con el bien el mal.
Dormidos los profetas, el remolino blanquísimo de nieve
busca en el espacio los negros agujeros más pequeños.
En silencio el mundo. Muchedumbres de libros en silencio.
Ríos de palabras y sobre ellas el hielo del olvido. Duermen.
Los discursos con su verdad enmudecidos.
Y duermen las cadenas, apenas si hacen ruido.
En profundo sueño el diablo, Dios, los justos.
Sus criados cizañeros, sus hijos, sus amigos.
Tan solo por lo oscuro del camino va la nieve.
Ese es todo el sonido de la tierra.
Pero shhh... escuchas allá, en la tiniebla, en lo helado
alguien llora, alguien susurra de pavor,
alguien entregado al gran invierno.
Llora. Metido hay alguien en lo oscuro.
Tan débil es la voz, tan débil como aguja
y no hay hilo y solo en la nieve navega.
Hace frío y todo está tan oscuro.
La noche se teje con el amanecer... Tan alto.
¿Quién se lamenta allá? ¿Tú acaso ángel mío?
El regreso aguardas bajo la nieve,
¿como el verano el amor mío esperas?
Al hogar entre esta noche vas.
¿Eres tú quién en la noche grita? No hay respuesta.
¿Acaso ustedes, arriba, querubines? El triste coro
me recordó el sonido de aquellas lágrimas.
¿Acaso catedral mía dormida, has decidido
abandonarnos de súbito? ¿Usted acaso? Silencio.
¿Tú tal vez Pablo? Es cierto, la voz tuya
tosca está por el discurso grave.
¿No eres tú con la cabeza blanca, hundido entre la nieve
y lloras allá? Solo el silencio retorna.
¿No será aquella mano que en la oscuridad veló los ojos,
la que ahora por todas partes pasa?
¿Acaso tú Señor? Sea atrevida mi idea,
pero muy alto llora la voz.
Silencio. No hay sonido, ¿Eres tú Gabriel
quién resonó y quién tan fuerte ladra?
Sea. Pero estoy solo y abrí los ojos
Y ya los jinetes ensillan sus caballos.
El mundo en sueños profundo. En brazos de la noche.
Y los sabuesos corren en muchedumbre de lo alto.
¿Eres tú Gabriel quién desde el invierno
solo, en la oscuridad te lamentas?
No, yo soy, John Done, tu alma.
Aquí solitario padezco en la altura
de haber con trabajos dado al mundo
ideas, sentimientos pesados como cadenas.
Con tal carga habrías levantado vuelo
más allá de las pasiones del pecado, mas arriba.
Ave has sido y a tu pueblo viste
elevándote sobre él, por encima de los techos.
Ante tus ojos estuvieron los mares, los países,
en ti el infierno maduró antes que en la tierra.
El paraíso diáfano apareció ante tu mirada
rodeado por el entorno de la más triste pasión.
Viste la vida como a esa isla que es tuya
y el encuentro también llegó con el océano:
había sombras por los cuatro puntos de la esfera.
Volaste por encima de Dios pero corriste atrás.
Tu carga te hundirá, no podrás subir.
Desde aquí arriba el mundo es solo un centenar de torres,
cintas de ríos, desde donde al mirar hacia abajo
el terrible juicio ya no es terrible.
Y el clima está detenido en aquel país,
allá donde el sueño parece un delirio de enfermo.
Allá mi Señor es apenas una luz en la ventana,
como una neblina nocturna en el hogar distante.
Hay campos y no los rompe el arado,
los años y los siglos los dejan sin arar.
Sólo los bosques como un muro de asedio
y sólo la lluvia danza sobre la enorme hierba.
Será el primer aserrador sobre su jamelgo,
va a correr, estremeciendo con miedo la fronda
con la visión del fuego ingresará en un pino,
a lo lejos verá extendido a su valle.

Lejana está la tierra, forastera.
La mirada tranquila se va sobre los distantes techos.
Transparente es el mundo.
No escucho el ladrido de un perro
ni el repique de los bronces, estoy tan lejos,
El va a entender que lejos está de todo.
Un fuerte movimiento suyo hacia los bosques
el caballo va a empujar y en un segundo
la noche, los estribos, el trineo, él mismo
y su pobre caballo será solo el sueño de las Escrituras.

Es cierto, lloro, pues no hay para mí camino.
Es mi destino regresar a estas piedras.
Abajo no podré regresar en cuerpo carnal.
Tan solo como difunto me autorizan retornar.
Sí, solo. Olvidando tu imagen tierra mía,
En la húmeda tierra, olvidando por siglos
el estéril deseo de navegar en pos,
para hilar este adiós con la carne mía.
Pero mientras aquí padezco, tu refugio inquieto
entre la sombra vuela, no se deshace
la nieve y cose la despedida nuestra,
la aguja va, viene, no termina su vuelo.
No soy yo quien se lamenta, eres tú John Done.
Tendido, estás solo y la loza duerme en la cocina.
Mientras vuela sobre los techos la nieve,
mientras más alto la nieve sube a las tinieblas.
Duerme en su nido semejante a un ave.
Ha confiado para siempre a los astros
su camino limpio, su delirio de vida nueva.
Han opacado las nubes a su estrella.
Semejante a un ave su alma está inmaculada
y aunque el terrenal camino deba ser carnal,
más natural es que un nido de cuervos
sobre el enjambre gris de los gorriones.
Así como cualquier ave va a despertar de día.
Ahora él está bajo las blancas sábanas,
entre tanto con nieve y con sueño esté cosido
el espacio entre el cuerpo dormido y el alma.
Todo se ha dormido. Pero aguardan aún
algunos versos que todavía susurran
que el amor carnal es deber del cantor,
que el amor de arriba carne es del abad.
No importa la rueda que las aguas muevan
no es distinto el pan que el molino muele.
¿Y si con alguien es posible compartir la vida
quién irá a compartir su muerte con nosotros?
Sobre esta tela el remiendo lo romperá cualquiera,
por el costado que sea. Se irá. Volverá de nuevo.
¡Más arriba! y apenas el cielo,
tanteando en las tinieblas, tomará la aguja del sastre.
Duerme John. Duerme John Done. Sin tormentos.
En pedazos está el abrigo. Está roto, arrugado y melancólico.
Tal vez de entre la nube surja
La estrella que día y noche vigiló tu tierra.

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